El amanecer teñía de cobre los cielos de Escocia.
En las montañas cercanas al antiguo castillo de Hogwarts, el viento soplaba con una energía inusual. Desde hacía semanas, rumores inquietantes corrían por el mundo mágico: aldeas enteras estaban siendo atacadas por criaturas que no figuraban en ningún registro del Ministerio.
En el despacho de la nueva sede de la Orden de Elyn, Frank revisaba informes apilados sobre su escritorio. Cada pergamino hablaba de ataques, desapariciones y extraños temblores mágicos. Naomi, ahora una talentosa aurora y su mano derecha, observaba los mapas con el ceño fruncido.
Brendy, siempre con su varita lista y su aire valiente, caminaba de un lado a otro.
—Esto no tiene sentido —murmuró Naomi—. Las criaturas descritas en estos informes… ninguna pertenece a nuestro plano.
—Ni a ningún otro que el Ministerio conozca —agregó Brendy, dejando caer un pergamino sobre la mesa—. Y lo peor… las trazas mágicas coinciden con las del Velo.
Frank levantó la vista, su mirada endureciéndose al escuchar aquella palabra.
Diez años habían pasado desde la gran guerra, pero el recuerdo de Kael’Tharion y de lo que el Velo había liberado aún lo perseguía en sueños.
—El Velo fue sellado —dijo con firmeza—. Lo hicimos juntos, con el Vox Caeli. No debería quedar nada de su energía activa.
En ese instante, un destello verde iluminó el aire de la sala. Una figura apareció en medio del círculo de teletransportación del Ministerio.
El hombre que emergió era delgado, con un rostro amable y ojos vivaces, aunque envejecidos por los años de exploración. Llevaba una túnica color arena cubierta de barro y hojas secas, y sostenía un maletín que parecía vibrar de forma inquieta.
Naomi abrió los ojos con sorpresa.
—¿Newt Scamander?
El magizoólogo sonrió con modestia y asintió.
—Así es. Y si he venido hasta aquí, es porque las criaturas del otro lado del Velo ya no son solo una leyenda.
Frank se levantó, extendiéndole la mano.
—Es un honor tenerlo aquí, señor Scamander. He leído sus investigaciones sobre la fauna mágica. Pero… ¿qué lo trae exactamente a nosotros?
Newt soltó un suspiro cansado.
—Ojalá fuera una simple consulta académica, joven Frank. Pero me temo que se trata de algo… mucho peor.
Abrió su maletín, y de él emergió una esfera de cristal envuelta en humo oscuro. Dentro se movían siluetas indistintas, parecidas a serpientes aladas.
—Las encontré en un bosque de Noruega, atacando a una aldea entera. Nunca había visto nada igual.
Brendy dio un paso atrás, instintivamente apuntando con su varita.
—¿Qué son?
—No lo sé —respondió Newt, con su tono siempre pausado pero lleno de preocupación—. Pero su magia… proviene del otro lado. Del mismo Velo que ustedes sellaron.
El silencio cayó como una losa sobre la habitación. Naomi intercambió una mirada con su padre.
—Entonces alguien lo está manipulando —dijo con voz grave—. El Velo no puede abrirse por sí solo.
Newt asintió lentamente.
—Exactamente. Y eso es lo que me aterra.
Cerró el maletín con cuidado y los miró uno por uno.
—Necesito que vengan conmigo. He recibido un informe del Ministerio: las criaturas han reaparecido… y esta vez no se esconden. Están atacando un bosque en ruinas, cerca de Bergen.
Frank tomó su capa, sus ojos encendidos con determinación.
—Entonces no hay tiempo que perder. Naomi, Brendy… prepárense.
⏳ Horas después, en los bosques de Bergen
La nieve caía con lentitud, pero el aire estaba impregnado de un olor metálico. Los árboles estaban ennegrecidos, y las ramas parecían retorcerse como si algo las hubiera quemado desde dentro.
—Esto no parece un simple ataque —murmuró Brendy—. Es como si el bosque… estuviera vivo.
Newt caminaba delante, examinando cada huella. Llevaba un medallón que emitía una luz azul tenue.
—No son bestias naturales. Están vinculadas por una fuerza común, algo que las controla.
Naomi, varita en mano, avanzaba junto a su padre.
—Entonces hay un conjurador detrás de todo esto.
Antes de que Newt respondiera, un rugido estremeció el aire.
Desde las sombras, una criatura colosal emergió entre los árboles: tenía cuerpo de lobo, alas de murciélago y ojos completamente blancos. Su piel parecía hecha de ceniza sólida, y de su boca brotaba un vapor negro.
—¡Cuidado! —gritó Frank.
Las tres varitas se alzaron al unísono.
—Protego Maxima! —bramó Naomi.
El escudo mágico detuvo las garras de la bestia apenas a centímetros de ellos. Newt lanzó un frasco al aire; al estallar, una red de luz envolvió al monstruo, pero solo por unos segundos antes de que se deshiciera como humo.
—¡No funciona! —exclamó Newt—. ¡No es una criatura viva! ¡Es magia encarnada!
Frank entrecerró los ojos, apuntando con toda su concentración.
—Entonces la devolveremos a donde pertenece.
Su voz resonó con la misma fuerza que en la guerra.
—Reducto!
El impacto fue brutal. La criatura se desintegró en una explosión de luz blanca. Pero a medida que el polvo se disipaba, más sombras surgían desde el interior del bosque. Decenas, quizá cientos.
Brendy retrocedió un paso, el miedo reflejado en sus ojos.
—¿Cuántas de esas cosas hay?
Newt respiró hondo, mirando hacia el cielo oscurecido.
—No lo sé. Pero todas parecen… responder a una misma llamada.
Frank bajó su varita lentamente.
—Una llamada del Velo.
Naomi giró hacia Newt.
—Dijo que esto no debía ser posible.
El magizoólogo los miró con una mezcla de tristeza y temor.
—Estas criaturas no deberían existir… —dijo, casi en un susurro—.
Alguien las está llamando.
El viento se levantó con fuerza, como si el bosque mismo respondiera a sus palabras. En lo alto, un relámpago cruzó el cielo, y por un instante, Frank creyó ver una silueta humana entre las sombras… observándolos.
Capítulo 3 – La grieta
El amanecer sobre Elyndor era distinto esa mañana.
El cielo, habitualmente azul con tonos dorados, mostraba una fractura apenas perceptible: una línea luminosa, pulsante, que parecía temblar sobre el horizonte como una herida en el tejido del mundo.
Los medidores arcanos del Consejo emitían un zumbido incesante. Runas antiguas parpadeaban, marcando una perturbación inusual en los flujos de energía mágica.
En la sala de observación, Naomi y Brendy se inclinaban sobre un mapa tridimensional proyectado por magia.
—Ahí —dijo Naomi, señalando un punto en el aire que giraba lentamente sobre la proyección—.
La energía se concentra justo aquí, en los límites del norte de Elyndor.
Brendy frunció el ceño.
—Eso es territorio prohibido desde la guerra… ¿qué podría estar emanando esa cantidad de magia allí?
Antes de que Naomi respondiera, una voz resonó desde la entrada.
—Algo que nunca debió despertar.
Frank entró en la sala, su rostro reflejando una seriedad inusual. En su mano sostenía un cristal negro que vibraba con intensidad.
—Este cristal lo tomé del bosque donde luchamos con las criaturas —explicó—. Contiene trazas de energía residual del Velo.
Lo colocó sobre la mesa, y el cristal reaccionó al mapa proyectado, emitiendo una luz blanca que se expandió hasta tocar el punto de la grieta.
El mapa se distorsionó. Una sombra oscura se deslizó a través de las líneas mágicas, como una serpiente atravesando la realidad.
Brendy dio un paso atrás.
—Eso… ¿eso se está moviendo?
—Sí —respondió Frank con voz baja—. Y no es solo una grieta. Es una conexión.
—¿Conexión? ¿Con qué? —preguntó Naomi.
Frank la miró directamente, con una mezcla de miedo y resolución.
—Con el otro lado del Velo.
Un silencio pesado cayó sobre ellos.
Brendy apretó los puños.
—Entonces… alguien está intentando abrirlo otra vez.
—O algo —dijo Frank—. Las energías están reactivándose por sí mismas, como si respondieran a un llamado.
Naomi se apartó del mapa, intentando controlar la ansiedad.
—Si el Velo vuelve a abrirse…
—…el mundo entero podría colapsar —concluyó Frank.
🕯 Noche en Elyndor
La lluvia caía con fuerza, azotando los cristales de la residencia principal de la Orden.
Frank observaba el fuego en la chimenea, con el cristal negro en su mano. Cada cierto tiempo, el objeto vibraba como si latiera con vida propia.
Naomi entró con Brendy, ambas con expresión de alerta.
—Los medidores mágicos acaban de registrar un pico de energía —informó Brendy—. Algo grande.
Frank se levantó.
—¿Dónde?
—Aquí mismo —respondió Naomi, mirando hacia el techo.
Y en ese instante, todas las luces se apagaron.
El silencio fue total, seguido por un estruendo ensordecedor.
Las ventanas estallaron, y un viento oscuro llenó la habitación. Las sombras parecían cobrar forma, retorciéndose como espectros.
—¡Protego Maxima! —gritó Naomi, levantando su varita.
El escudo se expandió, cubriéndolos justo cuando una ráfaga de energía impactó contra las paredes.
De entre la oscuridad, surgieron figuras encapuchadas, vestidas con túnicas negras marcadas con el símbolo de una serpiente entrelazada con un ojo.
Eran los fieles de Azel Tharion.
Frank alzó su varita.
—¡Defiendan la sala! ¡No dejen que crucen el umbral!
Las chispas de los hechizos iluminaron la estancia: destellos verdes, azules y rojos surcaban el aire como relámpagos.
Brendy repelió dos ataques seguidos, lanzando un contrahechizo que hizo estallar a uno de los encapuchados contra la pared.
—¡Son demasiados! —gritó Naomi—. ¡Padre, debemos retirarnos!
Frank intentó responder, pero una voz profunda resonó desde las sombras, deteniendo la batalla por un instante.
—No hay lugar donde puedas huir, Frank de la Orden de Elyn.
El fuego de la chimenea se extinguió de golpe, y una figura emergió del humo.
Su presencia era abrumadora: alto, con una capa de sombras que se movía por sí sola y unos ojos rojos que ardían como carbones.
Era Azel Tharion.
Naomi retrocedió, paralizada.
—Tú… te pareces a él.
Azel sonrió con un gesto helado.
—A mi padre, lo sé. Muchos me lo dicen. Pero a diferencia de él, no cometeré el error de subestimar el poder del Velo.
Frank apuntó con su varita, furioso.
—Tu padre murió tratando de dominar lo que no podía comprender. ¿Qué esperas conseguir tú?
Azel alzó una mano, y las sombras del suelo comenzaron a moverse como serpientes vivas.
—Comprender… no. Dominar.
Su voz resonó con un tono doble, como si una presencia más hablara detrás de él.
Brendy lanzó un hechizo, pero Azel lo desvió con un simple gesto, sin siquiera mirar.
El impacto sacudió el suelo, partiendo las paredes en grietas profundas.
Naomi gritó:
—¡Protego Totalum!
El escudo los envolvió, pero Azel avanzó lentamente, la oscuridad siguiéndolo como una ola viva.
—No vine por ustedes —dijo con frialdad—. Vine por él.
Antes de que Frank pudiera reaccionar, una corriente de energía negra lo envolvió.
Sintió como si una cadena invisible se cerrara en torno a su cuerpo, paralizándolo.
—¡Padre! —gritó Naomi, corriendo hacia él.
Azel extendió la mano, y una ráfaga de magia la arrojó contra la pared.
Brendy intentó alcanzarla, pero una segunda oleada la derribó.
Frank, atrapado en la oscuridad, apenas podía mover los labios.
—No… dejaré… que… —
Azel se inclinó sobre él, su mirada ardiendo.
—El legado de Kael’Tharion no terminó contigo. Eres la llave para reabrir el Velo, y lo quieras o no, me ayudarás a hacerlo.
Y con un rugido de energía, desaparecieron ambos, tragados por un remolino de sombras.
Naomi se incorporó entre lágrimas, el aire cargado de polvo y magia rota.
—¡Padre! ¡PADRE!
Pero la oscuridad ya se había desvanecido. Solo quedaban las ruinas del lugar… y el eco del poder de Azel.
Brendy cayó de rodillas junto a ella, respirando agitadamente.
—Se lo llevaron…
Naomi cerró los puños con rabia, su mirada encendida por el fuego de la determinación.
—Entonces iremos a buscarlo. Cueste lo que cueste.
Capítulo 4 – La caza comienza
El amanecer sobre Elyndor fue silencioso.
El humo aún se alzaba desde los restos del edificio principal de la Orden.
Naomi permanecía de pie entre las ruinas, con la varita en la mano y los ojos fijos en el horizonte.
El aire olía a ceniza… y a pérdida.
A su lado, Brendy levantaba un estandarte caído: el emblema de la Orden de Elyn, ennegrecido por las llamas.
—No dejaron nada —dijo con voz quebrada—. Ni un solo rastro de él.
Naomi apretó los puños. Su voz era un hilo de acero.
—No… dejaron algo. Su magia.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Brendy.
Naomi cerró los ojos, concentrándose. La energía del lugar seguía vibrando, resonando con la de su padre.
—Siento un residuo. Un vínculo. Si Azel lo secuestró usando magia del Velo, entonces esa conexión todavía está activa. Puedo seguirla.
Brendy la miró con esperanza y temor.
—Naomi, si lo haces… podrías exponer tu mente al Velo. Sabes lo que eso significa.
—Lo sé —respondió Naomi con firmeza—. Pero si el precio es ver a mi padre otra vez, lo pagaré sin dudarlo.
Una voz interrumpió el silencio.
—Entonces no lo pagarás sola.
Ambas voltearon. Desde la entrada destruida, un hombre de cabello canoso y una bufanda azul avanzaba apoyándose en un bastón, acompañado por un pequeño escarbato que corría entre los escombros.
Era Newt Scamander.
—Newt… —susurró Brendy, sorprendida—. ¿Cómo supiste que estábamos aquí?
Newt se inclinó para recoger un fragmento del cristal negro que Frank había usado antes. Lo observó bajo la luz gris del amanecer.
—Los rastros de energía del Velo dejaron un patrón que se puede seguir —explicó—. Y… digamos que mis amigos mágicos también sintieron la alteración.
El escarbato emitió un chillido y se escondió en su bolsillo.
Naomi dio un paso al frente, desesperada.
—Newt, se lo llevaron. A mi padre. Azel Tharion lo secuestró.
—Lo sé —dijo él, mirándola con tristeza—. Y temo que no lo hizo solo.
De su abrigo sacó un trozo de pergamino ennegrecido. En él, garabateada con tinta oscura, había una frase:
“El hijo hereda más que la sangre… hereda la voluntad.”
Naomi lo leyó en voz alta, sintiendo un escalofrío recorrerle el cuerpo.
—¿Qué significa?
—Grindelwald —respondió Newt, con tono sombrío—. Es su caligrafía.
Brendy abrió los ojos con horror.
—¿Grindelwald está… libre?
—No exactamente —explicó Newt—. Escapó de su confinamiento hace semanas. El Ministerio lo había mantenido en secreto. Azel fue quien lo liberó.
Naomi cerró el puño, furiosa.
—Entonces no solo tenemos que encontrar a mi padre… tenemos que enfrentarnos al mago oscuro más peligroso de la historia.
Newt asintió.
—Y a su aprendiz.
🜃 La expedición
Días después, en los límites del norte de Noruega, un grupo reducido de magos se preparaba en un claro nevado.
Naomi, Brendy y Newt lideraban la expedición.
Un grupo de rastreadores mágicos, bestiólogos y dos jóvenes auroras acompañaban la misión.
El viento soplaba con fuerza.
Naomi se ajustó la capa, mirando un mapa que flotaba sobre su palma. Las líneas brillantes mostraban el recorrido de las energías del Velo.
—Cada vez que seguimos el rastro —explicó Newt mientras aseguraba su maletín—, encontramos señales de criaturas corrompidas. Las energías del Velo las están atrayendo… o transformando.
Brendy miró hacia el bosque helado que se extendía ante ellos.
—¿Qué clase de criaturas?
—Antiguas —respondió Newt—. Algunas de las que creímos extintas después de la guerra.
Sacó una fotografía amarillenta: mostraba una criatura enorme con cuerpo de lobo y alas negras.
—Los Velumbrae. Nacidos del límite entre la vida y la muerte. Si están aquí… entonces la grieta dimensional está activa.
Naomi tragó saliva.
—¿Y el rastro de mi padre?
—Lo seguiremos por la resonancia de su magia. Frank dejó huellas de poder al resistirse —explicó Newt—. Lo que significa que aún vive.
Brendy posó una mano sobre el hombro de Naomi.
—Entonces no pararemos hasta traerlo de vuelta.
Naomi asintió, determinada.
—Azel, Grindelwald… no importa quiénes sean. Vamos a enfrentarlos.
Newt levantó su varita y conjuró una luz azulada.
—Entonces prepárense. Lo que encontraremos ahí fuera no pertenece a este mundo.
🜂 En el bosque del eco
El grupo avanzó entre los árboles cubiertos de escarcha. A cada paso, el silencio se hacía más denso, como si el aire mismo temiera moverse.
Las criaturas del bosque estaban inquietas. Un estruendo resonó a lo lejos.
Naomi detuvo el paso, levantando la mano.
—¿Oyeron eso?
De entre la niebla, una figura surgió corriendo: un mago herido, su capa desgarrada.
—¡Retrocedan! ¡No pueden seguir!
Antes de que pudiera decir más, algo lo arrastró hacia la oscuridad.
Un rugido gutural resonó entre los árboles, y dos ojos amarillos brillaron en la penumbra.
—¡Velumbra! —gritó Newt—. ¡Formación defensiva!
Las criaturas emergieron de la neblina: tres bestias aladas, de piel gris y garras afiladas, con sombras que emanaban de sus cuerpos.
Naomi lanzó el primer hechizo.
—Confringo!
Una explosión iluminó la noche, derribando a una de las bestias. Brendy giró sobre sí misma, conjurando un Protego Totalum que bloqueó el zarpazo de otra.
Newt abrió su maletín, dejando escapar una docena de criaturas mágicas entrenadas para combatir.
Un Roc plateado descendió con un chillido, embistiendo a una de las sombras.
—¡Naomi, cuidado! —gritó Brendy.
Una de las criaturas cayó sobre ella, pero Naomi giró, extendiendo la varita con fuerza.
—Expulso!
El impacto lanzó a la bestia varios metros.
El silencio volvió… pero solo por un instante.
De los restos humeantes de las criaturas, una nube negra se elevó y se fundió en una sola masa.
Newt observó, horrorizado.
—Esto… esto no es natural. Están vinculadas por una sola conciencia.
La masa se desvaneció, dejando solo un símbolo marcado en el suelo: la serpiente y el ojo.
Naomi se inclinó para tocarlo.
—Es la marca de Azel.
Brendy respiraba agitada.
—Nos está guiando. Quiere que lo sigamos.
Naomi miró el horizonte, donde la aurora boreal brillaba como una grieta de luz en el cielo.
—Y lo haremos.
Su voz fue firme, cargada de fuego.
—Porque esa marca también es un desafío.
🜄 Epílogo del capítulo
Horas después, mientras acampaban, Newt entregó a Naomi la carta quemada de Grindelwald.
Ella la sostuvo junto al fuego, leyendo las líneas una y otra vez.
El hijo hereda más que la sangre… hereda la voluntad.
Naomi susurró:
—Entonces heredará también su destino.
El fuego crepitó, reflejando su mirada decidida.
El viaje apenas comenzaba… y la caza, ya estaba en marcha.
Capítulo 5 – Prisión de Espejos
La oscuridad era absoluta. Un silencio gélido, casi sagrado, envolvía la conciencia de Frank, que lentamente recuperaba el sentido. Lo primero que percibió fue su propio reflejo… o al menos eso creyó. Frente a él, suspendido en el aire, había un espejo tan pulido que parecía un fragmento de realidad invertida.
Pero cuando intentó moverse, descubrió que estaba rodeado de miles.
Eran muros infinitos de cristal bruñido, una prisión de reflejos vivos que respiraban y susurraban. Cada superficie mostraba una escena distinta de su vida: su juventud, las batallas contra Kael, la formación de la Orden de Elyn, el día que pronunció el Vox Caeli… y el momento en que Dumbledore cayó frente a sus ojos.
Frank apretó los puños.
—Esto no es real —murmuró.
Una risa suave, melódica, resonó por toda la cámara.
De entre los reflejos emergió Gellert Grindelwald, envejecido, su cabello blanco como la nieve, pero sus ojos… aún ardían con el mismo fuego de antaño. Caminaba entre los espejos sin proyectar reflejo alguno, como si él mismo fuera un recuerdo roto.
—¿Qué es la realidad, Frank? —preguntó, con un tono tan elegante como venenoso—. ¿Aquello que tocas… o lo que temes recordar?
Frank lo miró con rabia.
—Esto es una ilusión. No lograrás quebrarme.
—¿Ilusión? —repitió Grindelwald con una sonrisa fina—. Llamas ilusión al único lugar donde tu alma se muestra desnuda.
De pronto, uno de los espejos se iluminó. En él, Frank vio a Naomi, su hija, encadenada y gritando su nombre. Intentó correr hacia ella, pero su cuerpo no respondió. La imagen cambió: ahora era Melany, cayendo bajo el hechizo asesino que él nunca olvidó.
—Basta… —susurró Frank, temblando.
—Ah, la culpa —dijo Grindelwald—. El hechizo más poderoso de todos. Ni siquiera el Vox Caeli puede liberarte de eso.
Una nueva figura apareció entre los reflejos: Azel Tharion. Su mirada fría, los ojos de un azul sobrenatural.
—No es mi intención destruirte, Frank —dijo, acercándose—. Solo necesito lo que guardas en tu mente.
Frank lo observó con furia.
—¿Qué es lo que quieres?
—El conocimiento del Vox Caeli. El hechizo que mató a mi padre —respondió Azel con una calma escalofriante—. Lo que destruyó su cuerpo… pero no su voluntad.
Grindelwald colocó una mano en el hombro de Azel.
—Tu padre buscaba poder. Tú, en cambio, buscas comprensión. Es un deseo noble, pero peligroso.
—Y por eso lo cumpliré —replicó Azel—. La sangre de Tharion no se extinguirá.
Los espejos comenzaron a vibrar. Frank gritó cuando una fuerza invisible invadió su mente. Las imágenes se desdoblaron, girando a su alrededor como fragmentos de recuerdos vivos: el rostro de Dumbledore sonriendo, Naomi de niña, el resplandor del Vox Caeli…
—¡Sal de mi mente! —rugió Frank, intentando resistir.
El suelo se quebró. Una grieta luminosa recorrió el espacio, y los reflejos comenzaron a sangrar luz dorada. Grindelwald observó el fenómeno con fascinación.
—Interesante… su alma aún responde al poder celestial.
—No —jadeó Frank—. Mi alma responde… al amor.
Un estallido sacudió la prisión. Uno de los espejos se rompió, mostrando una visión breve pero poderosa: Naomi, Brendy y Newt avanzando por un bosque cubierto de ceniza, siguiendo su rastro. Frank sintió una punzada de esperanza.
Grindelwald frunció el ceño.
—Aún no —dijo—. Todavía no está listo.
Azel, sin apartar la mirada del espejo roto, susurró:
—Pronto lo estará. Y cuando su voluntad ceda… el Vox Caeli será mío.
Los espejos se cerraron, y la oscuridad volvió a tragárselo todo.
Frank cayó de rodillas, jadeando, su mente partida entre realidad y alucinación. Pero en lo más profundo de su ser, una voz resonó como un eco luminoso:
“Resiste… Naomi viene por ti.”
Y en medio de la prisión infinita, una sola lágrima cayó sobre el suelo de cristal. En ese instante, una fisura diminuta apareció en el reflejo más cercano.
El comienzo de su escape había iniciado.
Capítulo 6 – La Orden renace
El amanecer sobre Elyndor era gris, teñido por una neblina espectral que cubría los antiguos campos de entrenamiento. Las torres de piedra se alzaban entre la bruma, erosionadas por los años, pero aún firmes. Ese lugar, donde alguna vez la Orden de Elyn juró proteger el equilibrio entre el cielo y la tierra, volvía a respirar… y a recordar.
El viento silbaba entre los arcos de ruinas cuando Naomi cruzó el umbral principal. Su capa ondeaba con el movimiento, y la luz del amanecer se reflejaba en su varita como si el sol mismo la reconociera. Detrás de ella caminaban Brendy y Newt Scamander, cada uno con una expresión distinta: determinación en ella, prudencia en él.
—Hace diez años que nadie pisa este lugar —murmuró Newt, mirando alrededor—. Y sin embargo… aún puedo sentir la magia viva.
—No está viva —corrigió Naomi con una voz firme—. Está dormida. Pero hoy, despertará.
Entraron al salón principal. El gran emblema de la Orden, el símbolo de Elyn, aún adornaba el muro frontal: un círculo de luz entrelazado con alas y una espada invertida. Naomi se detuvo frente a él, cerró los ojos y susurró algo en voz baja. Un destello dorado iluminó el emblema, y poco a poco, los antiguos candelabros se encendieron por sí solos.
Brendy la observó con una mezcla de asombro y emoción.
—Nunca pensé que volvería a ver esto encendido —dijo, con la voz quebrada.
Naomi asintió. —Mi padre creía que Elyn era más que un grupo. Era una promesa. Y no pienso romperla.
Los ecos de pasos comenzaron a resonar. De entre los pasillos llegaron figuras encapuchadas: antiguos miembros de la Orden. Algunos viejos, con cicatrices de la guerra pasada; otros jóvenes, reclutas nuevos, miraban con reverencia el salón donde los héroes de antaño habían luchado y muerto.
Uno de los antiguos, Mael Voren, habló con voz cansada:
—¿Reunirnos otra vez? ¿Para qué, Naomi? Ya lo dimos todo. Muchos no sobrevivieron. Incluso… Dumbledore.
Naomi lo miró directamente a los ojos. —Justamente por ellos, Mael. Porque murieron creyendo que la oscuridad no volvería a alzarse. Pero se equivocaban.
—Y si lo intentamos otra vez, ¿no moriremos también? —preguntó una bruja desde la multitud.
Naomi respiró hondo y respondió con una calma que imponía respeto. —Morir… no es lo que temo. Temo olvidar. Temo que los sacrificios de mi padre, de Melany, de todos los que cayeron, se borren. Si dejamos que el miedo nos paralice, Kael habrá ganado incluso desde la tumba.
Un silencio denso llenó el aire. Entonces Brendy dio un paso al frente, levantando su varita.
—Naomi tiene razón. Ya no somos los mismos de antes. Hemos cambiado… aprendido. Esta vez no seremos solo soldados. Seremos una familia. Una fuerza unida.
Naomi asintió con un brillo en los ojos. —La Orden de Elyn renace hoy. No por venganza, sino por esperanza.
El emblema del muro brilló más fuerte, proyectando una luz dorada sobre todos los presentes. Era como si las paredes mismas aprobaran la decisión.
Horas después, los antiguos campos se llenaron de vida. Brendy dirigía los entrenamientos con precisión. Hechizos de defensa, duelos cuerpo a cuerpo, encantamientos de protección. Los nuevos reclutas aprendían con determinación.
—¡Más rápido! —gritó Brendy mientras esquivaba un Expulso y contraatacaba con un Protego Maxima.
El aire se llenó de chispas azules.
—¡Si no pueden bloquear un hechizo, no podrán sobrevivir a una emboscada de Azel!
En otro extremo del campo, Newt Scamander estaba rodeado de cajas y criaturas mágicas. Algunas parecían salir de los sueños más extraños: serpientes de humo, aves con plumas de obsidiana y criaturas translúcidas que titilaban con energía oscura.
—Estas bestias provienen del Velo —explicó Newt a un grupo de aprendices mientras dibujaba runas protectoras en el suelo—. No son naturales. Son heridas… manifestaciones del desequilibrio. Si aprendemos a entenderlas, quizá podamos sellar las grietas antes de que sea demasiado tarde.
Naomi observaba desde la torre. Sus ojos reflejaban el fuego de las antorchas, y su mente repasaba cada palabra de la carta que Grindelwald había dejado.
“El hijo hereda más que la sangre… hereda la voluntad.”
Brendy se acercó a ella. —Parece que todos te están siguiendo sin dudar, ¿eh?
Naomi sonrió levemente. —No me siguen a mí. Siguen el legado de mi padre.
—Frank estaría orgulloso de ti —dijo Brendy, con una mirada cálida.
Naomi bajó la vista. —Lo estará… cuando lo traigamos de vuelta.
El cielo se tornó rojo mientras el sol descendía. Naomi extendió su varita hacia el horizonte, donde las montañas de Elyndor se fundían con el crepúsculo.
—Elyn renace —susurró.
Y a su alrededor, las voces de decenas de magos y brujas repitieron al unísono:
—¡Elyn renace!
El eco de ese juramento retumbó por todo el valle, cruzando incluso las fronteras del mundo visible.
Y, en un lugar lejano, en su prisión de espejos, Frank levantó la cabeza.
Sintió una chispa en su alma.
Un fuego familiar.
El fuego de la Orden de Elyn.
Capítulo 7 – Ecos de Elyndor
El amanecer sobre las montañas de Elyndor llegó envuelto en un silencio sobrenatural. El aire era denso, cargado de una energía antigua que parecía vibrar entre los árboles petrificados y los ríos que corrían en dirección contraria al viento. Naomi caminaba al frente de la caravana, su varita encendida, abriendo paso entre la neblina azulada que se extendía como un velo entre las ruinas.
A su lado, Brendy avanzaba con el rostro tenso, su mirada se movía sin descanso, como si esperara un ataque en cualquier momento. Detrás, Newt Scamander caminaba con un grupo de jóvenes de la Orden de Elyn, llevando consigo una jaula reforzada con runas antiguas. En su interior, una criatura etérea de ojos dorados se agitaba, como si reaccionara a algo que solo ella podía percibir.
—Este lugar... —susurró Naomi, alzando la vista hacia los arcos derrumbados—. No parece el Elyndor que mi padre describía.
—Porque este no es el reino de la historia —respondió Newt, ajustándose su abrigo—. Es el reino que la guerra dejó atrás.
Una ráfaga helada recorrió el sendero. La magia del entorno era palpable, casi viva. Brendy frunció el ceño y murmuró:
—La energía aquí es demasiado fuerte. No me gusta.
—No lo es —dijo Naomi, deteniéndose frente a un antiguo monolito cubierto de inscripciones—. Es... una llamada.
Se agachó y rozó las runas con los dedos. Instantáneamente, las letras comenzaron a brillar con un fulgor dorado. La tierra tembló levemente y, del centro del monolito, una línea de luz ascendió hasta el cielo.
Newt retrocedió un paso. —Eso… eso es una grieta resonante. He leído sobre ellas en los textos de Elyn, pero pensé que eran solo leyendas.
—No —dijo Naomi, su voz más grave—. Son advertencias.
Las runas se reorganizaron lentamente, revelando una frase escrita en el idioma arcano de Elyndor. Naomi la leyó en voz alta, con un tono que resonó como un eco en las montañas:
“El Caído no muere… mientras su linaje respire.”
El silencio que siguió fue abrumador. Ni el viento se atrevió a soplar.
Brendy fue la primera en romperlo. —¿Qué demonios significa eso?
Naomi permaneció inmóvil, mirando las palabras como si cada una pesara toneladas.
—Kael Tharion… —susurró—. Nunca murió del todo.
Newt la observó con atención. —¿Crees que Azel es más que un heredero?
Naomi asintió lentamente. —Es su continuación. Si Kael fue la oscuridad, Azel es su eco. Su existencia mantiene viva la esencia del Velo.
Brendy apretó los puños. —Entonces debemos detenerlo antes de que logre lo que su padre no pudo.
—No es tan simple —replicó Newt con una expresión sombría—. Si la profecía es cierta, entonces Azel no solo busca el poder de su padre. Busca trascenderlo.
Naomi se giró hacia él. —¿Cómo?
Newt abrió un viejo grimorio que llevaba colgando al cinturón. Las páginas estaban amarillentas, escritas con una caligrafía tan precisa que parecía haber sido grabada por la misma magia.
—Mira esto —dijo señalando una ilustración—. Esta es una representación del Nexo del Velo, un punto de confluencia entre los mundos. Aquí dice que si un mago de linaje oscuro logra abrirlo completamente, absorberá la energía pura del Velo… convirtiéndose en una entidad eterna.
Brendy chasqueó la lengua. —En otras palabras… inmortal.
Naomi asintió con los ojos fijos en el texto. —Y para hacerlo, necesita un conducto. Un vínculo con el Vox Caeli…
Newt levantó la vista, entendiendo de inmediato. —Tu padre.
El silencio cayó como un martillo. Naomi se apartó unos pasos, sintiendo cómo el aire a su alrededor se tornaba frío.
—Por eso lo secuestraron —murmuró—. Azel no solo quiere aprender del Vox Caeli. Quiere usar a mi padre como canal para controlarlo.
Brendy se acercó y le puso una mano en el hombro. —Entonces más que nunca tenemos que encontrarlo.
Naomi cerró los ojos, respiró hondo y levantó su varita. —Y lo haremos.
Horas más tarde, el grupo alcanzó las ruinas del Templo de Elynor, el santuario más antiguo del reino. Sus muros, agrietados y cubiertos de musgo, estaban decorados con símbolos del sol y la luna entrelazados. Newt lanzó un hechizo de detección. Un resplandor azul iluminó el suelo.
—Hay rastros de magia del Velo aquí —advirtió—. Y son recientes.
Naomi avanzó, siguiendo la estela mágica hasta un altar cubierto de cenizas. En el centro, una marca oscura: una espiral rodeada por runas que parecían moverse lentamente.
—Es la señal de Azel —dijo Naomi con rabia contenida—. Está más cerca de lo que pensamos.
De repente, un rugido estremeció el templo. Las paredes vibraron, y de entre las sombras surgieron criaturas hechas de humo y cristal: bestias del Velo. Sus ojos brillaban con un color ámbar infernal.
—¡Protego Maxima! —gritó Naomi, erigiendo una barrera que apenas resistió el impacto.
Brendy respondió al instante. —¡Conmigo! Expulso!
El hechizo hizo estallar una de las criaturas, pero otras dos se abalanzaron sobre Newt.
—¡No las destruyan completamente! ¡Sus restos se regeneran con la energía del entorno! —gritó mientras lanzaba una red encantada de contención.
Naomi conjuró un Lumos Caeli, inundando el lugar con una luz blanca tan pura que las sombras retrocedieron, chillando. Las criaturas se desvanecieron en el aire, dejando un eco grave que resonó en el corazón de todos.
El silencio regresó. Naomi, aún jadeando, apoyó una mano en el altar.
—Nos está esperando —dijo con voz baja—. Azel sabe que venimos.
Newt se limpió la frente sudada y la miró con preocupación. —Entonces que lo sepa. No habrá más sombras sin luz.
Naomi alzó la mirada hacia la cúpula del templo, donde un rayo de sol atravesaba las grietas del techo.
—Que así sea —susurró—. Por Elyndor. Por mi padre. Por la Orden.
El viento sopló con fuerza, como si el reino mismo respondiera a su juramento.
Y lejos de allí, en un lugar oculto por los espejos, Frank sintió que algo dentro de su prisión vibraba.
Una chispa… una voz…
El eco de su hija, cruzando el Velo.
Capítulo 8 – Los monstruos del abismo
El cielo sobre Elyndor se había tornado del color del hierro. Un vendaval rugía entre las torres derruidas, y los relámpagos abrían grietas luminosas en las nubes, como si el mismo Velo tratara de desgarrar la realidad.
Entre los escombros del Santuario de Eridion, Newt Scamander avanzaba con paso medido, su varita en una mano y un artefacto de detección en la otra. A su lado, Brendy empuñaba la suya con firmeza, los ojos fijos en la oscuridad que se arrastraba entre los muros.
—No me gusta esto —murmuró Brendy—. El aire está… vivo.
—No vivo —corrigió Newt, examinando el artefacto que vibraba con pulsos dorados—. Corrompido. La magia aquí no obedece las leyes de nuestro mundo.
El santuario había sido, según los registros, un punto de convergencia espiritual, un lugar donde los magos antiguos se comunicaban con los guardianes del Velo. Ahora, todo lo que quedaba eran ruinas cubiertas de líquenes y un eco constante, un murmullo que parecía provenir del subsuelo.
De repente, el artefacto de Newt comenzó a emitir un zumbido agudo.
—Algo se aproxima —dijo con voz tensa.
Brendy giró sobre sí misma, su capa agitándose—. ¿Dónde?
—No lo sé. En todas direcciones.
El suelo tembló. Un crujido subterráneo recorrió el santuario, y del suelo emergieron garras translúcidas, seguidas de cuerpos informes: criaturas hechas de cristal y sombra, como si hubieran sido esculpidas por la oscuridad misma. Sus ojos eran faroles ámbar que latían al ritmo de un corazón sin carne.
—Por Merlín… —susurró Newt, retrocediendo—. Son híbridos del Velo. No deberían existir en este plano.
Brendy alzó su varita. —Pues existen, y vienen directo hacia nosotros. Protego Maxima!
Un escudo brillante se expandió, desviando el primer ataque. Las criaturas se estrellaron contra la barrera, dejando grietas de luz negra en el aire. Newt, agachado tras una columna rota, sacó de su maletín un frasco con un líquido azul.
—Esto podría neutralizar la energía etérea —dijo mientras lo agitaba—. Pero necesito distraerlas.
Brendy asintió con una media sonrisa. —De eso puedo encargarme.
Se lanzó hacia adelante, su varita describiendo un arco en el aire. —Bombarda Máxima!
La explosión levantó una nube de polvo y piedra, destrozando parte de las ruinas. Una de las criaturas fue lanzada por los aires, pero se recompuso de inmediato, regenerando su cuerpo de humo. Otras dos la flanquearon, avanzando con un rugido ensordecedor.
Newt aprovechó el momento para arrojar el frasco. El líquido se expandió en una onda de energía azulada que atravesó el suelo, y al tocar a las bestias, sus cuerpos se volvieron rígidos, cristalizándose parcialmente.
—¡Ahora, Brendy! ¡Atrápala!
Brendy conjuró una cadena mágica. —Incarcerus Velo!
Las cuerdas de energía atraparon a una de las criaturas, oprimiendo su cuerpo translúcido. Esta chilló, un sonido tan agudo que las ruinas enteras vibraron. Newt corrió hacia ella, desplegando una caja contenedora de runas antiguas.
El proceso fue violento: la bestia se agitaba, su forma cambiaba a cada segundo, como si estuviera hecha de mil rostros y gritos.
Finalmente, con un destello cegador, la criatura fue absorbida por la caja. El silencio cayó de golpe. Solo los jadeos de Brendy rompían la calma.
—¿Qué demonios fue eso? —preguntó, limpiándose la sangre del labio.
Newt colocó la caja sobre una roca y la selló con un hechizo triple. —Algo… peor de lo que imaginaba.
Se arrodilló junto al contenedor, sus dedos temblorosos recorriendo las runas. Un tenue resplandor comenzó a filtrarse desde el interior.
—No se trata de una criatura cualquiera del Velo —dijo con voz grave—. Está marcada.
Brendy frunció el ceño. —¿Marcada? ¿Por quién?
Newt pronunció un encantamiento de revelación. Un haz de luz salió del contenedor, proyectando sobre el suelo una imagen que parecía flotar en el aire: un símbolo grabado en la carne etérea de la criatura. Era un círculo perfecto, atravesado por una línea diagonal y coronado por un ojo abierto.
El silencio se tornó absoluto. Brendy lo reconoció de inmediato.
—No… no puede ser. Ese símbolo...
—Sí —asintió Newt, con el rostro pálido—. El sello de Gellert Grindelwald.
El eco del nombre resonó en las ruinas, como si el propio lugar lo recordara.
Brendy apretó la varita. —Entonces, ¿estas cosas… son su creación?
—No exactamente —respondió Newt, con los ojos fijos en la proyección—. Grindelwald no pudo cruzar el Velo… pero comprendió su naturaleza mejor que nadie. Si su sello está aquí, significa que alguien ha heredado sus conocimientos.
—Azel Tharion —dijo Brendy, casi escupiendo el nombre.
Newt asintió lentamente. —Y no solo eso. Esto demuestra que Azel no actúa solo. Grindelwald está detrás de todo… guiándolo desde las sombras.
El viento sopló entre las grietas del santuario, arrastrando cenizas y polvo. Un susurro recorrió las piedras, un murmullo que ninguno de los dos pudo entender del todo, pero que ambos sintieron profundamente.
Era una risa.
Brendy giró en redondo, apuntando su varita al aire. —¿Oíste eso?
Newt se incorporó con el ceño fruncido. —Sí. Y si mi teoría es correcta… esto no ha terminado.
La caja en el suelo comenzó a vibrar violentamente. Las runas brillaron con intensidad, una tras otra, hasta que una de ellas se quebró con un chasquido.
—¡Retrocede! —gritó Newt.
El contenedor estalló, lanzando fragmentos de luz. Una nube negra emergió, y en medio de ella, el símbolo de Grindelwald se formó nuevamente, flotando ante ellos como un espectro.
Una voz, suave y seductora, resonó en el aire:
—El conocimiento no se destruye, señor Scamander… solo cambia de manos.
Brendy sintió un escalofrío recorrerle la columna. —¿Es… Grindelwald?
Newt negó, con el rostro endurecido. —No. Es una proyección. Pero eso significa que nos ha estado observando.
La voz continuó, burlona:
—El abismo no es un lugar, mis queridos magos. Es un espejo. Y ustedes… ya han mirado demasiado.
El símbolo se disolvió en humo. La energía desapareció tan rápido como había llegado. Solo quedaron las ruinas y el silencio.
Brendy respiró hondo, mirando el horizonte gris. —Tenemos que avisarle a Naomi.
Newt cerró la caja con una runa de contención final, la mirada perdida en el suelo.
—Sí —dijo en voz baja—. Pero temo que Naomi ya lo sepa.
Al levantar la vista, vio algo en el cielo: una sombra que cruzaba lentamente entre las nubes. No era un pájaro ni una criatura mágica… era una forma humana rodeada de fuego blanco y oscuridad.
Azel Tharion los observaba desde la distancia.
Y sonreía.
Capítulo 9 – Conversaciones en la oscuridad
La oscuridad era densa como el tiempo detenido.
Frank abrió los ojos lentamente, y una neblina gris lo envolvió por completo. El suelo bajo sus pies parecía líquido, pero al mismo tiempo sólido, un espacio imposible que oscilaba entre sueño y conciencia. Ecos de su propia respiración rebotaban en la distancia, multiplicándose hasta formar un murmullo coral, como si mil versiones de sí mismo respiraran junto a él.
Había despertado otra vez en la Prisión de Espejos, pero algo era distinto esta vez.
Las paredes no mostraban su pasado, sino reflejos de un presente que se deformaba a voluntad: Naomi gritando su nombre entre destellos de magia, Brendy luchando entre ruinas, y una figura que lo observaba desde lo alto… Azel Tharion.
Pero no estaba solo.
A unos pasos, sentado sobre una silla tallada en la nada misma, se encontraba Gellert Grindelwald. Envejecido, pero con esa mirada intacta: fría, brillante, hipnótica. La luz pálida que lo rodeaba parecía obedecerle.
—Qué curioso —dijo Grindelwald, con voz suave y melódica—. El tiempo pasa, los hombres mueren, pero el miedo… el miedo siempre encuentra una nueva forma.
Frank lo observó en silencio, sus manos aún encadenadas por energía oscura.
—Si esto es una ilusión —dijo con serenidad—, no servirá. No me doblegarás.
Grindelwald sonrió apenas, cruzando las manos. —¿Ilusión? No, querido Frank. Esto es comprensión. Has sido arrastrado al límite entre los mundos, allí donde la verdad no tiene rostro.
Se levantó, y cada paso suyo hacía temblar los reflejos que los rodeaban. —Tu espíritu está fracturado. Puedo oír los ecos del Vox Caeli en tu mente. Poder… puro y sin dirección. Una sinfonía a medio componer.
—No pretendas entenderlo —respondió Frank, con una voz que cargaba cansancio y desafío a partes iguales—. Ese poder no fue hecho para servir, sino para proteger.
Grindelwald alzó una ceja, divertido. —Ah, proteger. La palabra favorita de los que temen perder.
Se inclinó hacia él. —Dime, Frank. ¿De qué sirve proteger lo que inevitablemente se corromperá? ¿De qué sirve el amor cuando incluso los ángeles caen por su causa?
El aire se tensó. Frank lo miró con dureza. —El amor no destruye. Nos recuerda que somos más que sombras.
Grindelwald soltó una risa baja, casi paternal. —Qué ingenuidad tan encantadora.
Dio un paso atrás, sus ojos brillando como brasas. —El orden no nace del amor, sino del miedo. Es el miedo lo que disciplina al caos, lo que forja la obediencia, lo que crea civilización. Yo vi lo que el amor hace, Frank. Vi naciones arder por él. Vi magos que lo usaron como excusa para romper todo equilibrio.
Frank, aún encadenado, respiró hondo. En el reflejo del suelo, su propio rostro se desdoblaba, mostrándolo joven, viejo, herido, en paz.
—Y yo vi lo que hace el miedo —replicó con voz firme—. Vi imperios nacer sobre huesos. Vi magos como tú esclavizar en nombre de un “orden superior”. Sin amor, Grindelwald… solo queda el vacío.
El silencio que siguió fue absoluto.
Grindelwald lo contempló durante un largo instante, los ojos llenos de algo que Frank no esperaba: duda.
—Hablas como Dumbledore —dijo al fin, con una nota de nostalgia.
Frank no respondió.
—¿Sabías que él también pensaba así? —continuó Grindelwald—. Que el amor lo salvaría. Pero no lo hizo. Lo destruyó.
Se giró lentamente, y su sombra se alargó hasta ocupar todo el horizonte. —Tú, en cambio, aún puedes elegir.
—¿Elegir qué? —preguntó Frank, con el ceño fruncido.
—Azel confía en ti —dijo Grindelwald, mirándolo directamente—. No lo entiende, pero tú sí. Sabes cómo se equilibra la luz y la oscuridad. Dímelo, Frank… ¿nunca has sentido que el Vox Caeli podría rehacer el mundo?
Frank apretó los puños. —Nunca lo usaría para dominar.
—¿Y si pudieras usarlo para corregir? —insistió Grindelwald—. Un mundo donde Naomi nunca hubiera sufrido, donde tus pérdidas no existieran, donde Dumbledore viviera aún. ¿No es eso lo que todos desean?
El reflejo frente a ellos mostró la escena: Naomi, pequeña, riendo bajo un cielo dorado; Dumbledore, con una mano en su hombro, orgulloso.
Frank cerró los ojos.
—No. —Su voz se quebró, pero no titubeó—. Eso no sería real. Sería una prisión perfecta… como esta.
Grindelwald lo observó en silencio. Luego, lentamente, sonrió. —Tienes más fuerza de la que imaginé.
Sus palabras resonaron como un eco que se multiplicaba entre los espejos. Y desde uno de ellos, una figura emergió: Azel Tharion, envuelto en oscuridad, con los ojos ardiendo en azul y rojo.
—Maestro —dijo con voz contenida—. ¿Por qué hablas con él?
Grindelwald giró hacia su aprendiz. —Porque antes de destruir al enemigo, hay que entenderlo.
Azel lo miró, desconfiado. —No necesito entenderlo. Solo necesito lo que sabe.
Frank lo enfrentó con una calma fría. —¿De verdad crees que podrás contener el poder del Velo? Ese poder no se somete. Consume.
Azel avanzó un paso, su aura haciendo vibrar el aire. —Tú hablaste con mi padre, ¿verdad? —preguntó con tono casi infantil—. Dime qué te dijo antes de morir.
Frank lo sostuvo con la mirada. —Me dijo que su mayor error fue creer que el poder podía reemplazar al amor.
Azel se detuvo. La furia se apagó un instante en su rostro. Grindelwald lo observó con interés.
—No lo escuches —susurró el viejo mago—. Los hombres así siembran debilidad con palabras.
Pero Azel seguía mirando a Frank, como si en sus ojos hubiera encontrado algo que Grindelwald jamás podría ofrecerle: verdad.
—¿Y si… el amor no es debilidad? —dijo en voz baja, casi para sí.
Grindelwald se irguió, su voz tronando como un trueno en el vacío. —¡Silencio! No olvides quién eres, Azel. Tu sangre es legado, no emoción. El Caído te espera, y el mundo se inclinará ante tu nombre.
La prisión tembló. Los espejos se agrietaron. Frank cayó de rodillas, sintiendo el peso de ambas fuerzas colisionar dentro de aquel espacio onírico.
Grindelwald se desvaneció lentamente, dejando tras de sí un rastro de fuego blanco.
Azel se acercó a Frank, sus ojos indecisos.
—No sé si odio tus palabras… o las entiendo demasiado —murmuró, y con un gesto de su mano, lo envolvió en un torbellino de oscuridad.
Frank sintió la prisión desmoronarse, los reflejos rompiéndose como cristal. La última voz que oyó antes de caer en la inconsciencia fue la de Grindelwald, lejana y serpenteante:
—El amor es una cadena, Frank… y las cadenas siempre terminan rompiéndose.
Capítulo 10 – La traición de un mago
El viento soplaba entre los árboles del Bosque de los Susurros, un lugar donde el aire parecía murmurar los secretos de los vivos y los muertos. El sonido de las hojas era como un eco de voces antiguas, y la luna apenas lograba filtrarse entre las ramas retorcidas. Allí, la Orden de Elyn se había reunido, siguiendo el rastro de magia oscura que Newt Scamander había detectado en sus últimos informes.
Naomi avanzaba al frente, su capa ondeando entre las sombras. Brendy la seguía de cerca, su varita lista, y a su lado caminaba Eryk Vannor, uno de los reclutas más jóvenes, apenas un muchacho de dieciocho años con una sonrisa nerviosa y un fuego inocente en los ojos. Detrás, Newt observaba el entorno con una mezcla de fascinación y preocupación.
—Los indicadores mágicos no mienten —susurró Newt, desplegando un pergamino con símbolos que se movían como si estuvieran vivos—. Algo… o alguien… ha conjurado aquí recientemente.
Naomi miró a su alrededor, los ojos entrecerrados.
—Manténganse alertas. Siento algo extraño, como si el bosque respirara con nosotros.
Eryk rió suavemente, intentando romper la tensión.
—O tal vez nos está escuchando —dijo con una sonrisa temblorosa—. “Bosque de los Susurros”… no eligieron el nombre por casualidad.
Brendy le lanzó una mirada severa. —Esto no es un entrenamiento, Eryk. Aquí no hay lugar para bromas.
El joven asintió, aunque la sonrisa no desapareció por completo.
—Lo sé, solo intento no pensar en lo que podría salir de entre esos árboles…
Antes de que Naomi pudiera responder, una figura emergió de la penumbra: Lyra Senn, una bruja de cabello negro y mirada tranquila. Había sido una de las últimas en unirse a la Orden, recomendada por antiguos aliados del Ministerio. Su voz era suave, casi hipnótica.
—Hay movimiento al norte —anunció, señalando con su varita—. Detecté rastros de energía vinculada al Velo.
Naomi asintió. —Bien. Dividámonos en dos grupos. Brendy, tú, Eryk y Lyra conmigo. Newt, lleva al resto por el flanco oeste.
Newt dudó un instante. —Ten cuidado, Naomi. Este lugar… no es natural.
Ella asintió, y los grupos se separaron entre los susurros del bosque.
Avanzaron entre raíces torcidas y sombras que se movían como si tuvieran vida. De vez en cuando, una voz parecía llamar desde la distancia, repitiendo sus nombres con ecos distorsionados. Naomi apretó el paso, intentando mantener la mente centrada.
—¿Qué opinas, Lyra? —preguntó Naomi, observando la varita de la joven, que brillaba con un tenue resplandor rojo.
—El flujo de energía es… inestable —respondió Lyra, sin mirarla directamente—. Podría tratarse de una grieta menor o… de una invocación incompleta.
Eryk se agachó junto a un claro. —Aquí hay marcas en el suelo —dijo, tocando la tierra con los dedos—. Alguien estuvo aquí hace poco.
Brendy se inclinó para observar. —Runas… pero desordenadas. No parecen de protección, parecen…
—Un sello de enlace —interrumpió Naomi—. Esto no es un rastro. Es una trampa.
No tuvo tiempo de reaccionar.
Un círculo de fuego negro estalló bajo sus pies, y una oleada de energía los lanzó hacia atrás. Naomi rodó por el suelo, protegiéndose con un escudo mágico. Brendy se levantó enseguida, y Eryk se puso en pie, respirando agitadamente.
Del humo emergieron figuras encapuchadas, los Herederos del Caído, seguidores de Azel Tharion.
—¡Emboscada! —gritó Brendy.
Naomi levantó su varita. —¡Protego Maxima!
Una barrera luminosa los rodeó, desviando los primeros ataques. Rayos verdes, rojos y azules cruzaron el aire como relámpagos de guerra. Las criaturas del Velo rugieron en la distancia, atraídas por el poder.
Lyra, de pie detrás de ellos, no se movió.
Solo observaba.
Hasta que Naomi la vio sonreír.
—¿Qué haces? —gritó Brendy, al verla levantar la varita.
Lyra la apuntó directamente al pecho. —Cumpliendo mi deber —susurró.
Una descarga de magia oscura golpeó el escudo de Naomi, quebrándolo. Eryk, sin pensarlo, se lanzó frente a ella.
—¡Naomi, cuidado!
El hechizo impactó contra él con un sonido sordo. Su cuerpo fue lanzado hacia atrás, golpeando un árbol con fuerza. Naomi gritó su nombre, corriendo hacia él, mientras Brendy enfrentaba a Lyra con furia.
—¡Traidora! —rugió Brendy, lanzando un hechizo que iluminó la noche.
Lyra lo bloqueó con elegancia, casi con tristeza. —No lo entiendes, Brendy. Él —sus ojos se alzaron hacia el cielo— nos ofrecerá un nuevo mundo. Azel restaurará el equilibrio que los débiles destruyeron.
Naomi se arrodilló junto a Eryk, temblando.
—Eryk, mírame. Vas a estar bien, ¿me oyes?
El joven respiraba con dificultad, sangre en los labios.
—Lo siento… no fui lo bastante rápido… —murmuró, intentando sonreír.
—No digas eso —dijo Naomi, apretando su mano—. Vas a salir de esta.
Él la miró, los ojos perdiendo brillo. —Al menos… pude hacer algo bien…
Y antes de que Naomi pudiera responder, su respiración se detuvo.
El silencio que siguió fue insoportable.
Lyra levantó su varita de nuevo, pero Naomi se levantó lentamente, su rostro marcado por lágrimas y furia.
—No tienes idea del error que acabas de cometer.
La magia estalló en sus manos. Una oleada dorada surgió de su varita, desintegrando los árboles a su alrededor. Brendy se apartó mientras Naomi caminaba hacia Lyra, la mirada encendida por pura ira.
—¡Expulso! —gritó Naomi, y el hechizo lanzó a Lyra varios metros atrás, rompiendo su varita al impactar contra una roca.
Lyra intentó incorporarse, jadeando. —No puedes detenernos… el linaje del Caído vive en él… y tú no eres más que una chispa condenada a apagarse.
Naomi levantó la varita, su voz helada. —Y tú, una sombra que se desvanece.
El hechizo final cayó como un relámpago, y Lyra desapareció entre el fuego y la niebla.
El bosque quedó en silencio.
Solo el murmullo del viento y el cuerpo inmóvil de Eryk permanecían como testigos.
Brendy se acercó lentamente, posando una mano en el hombro de Naomi. —No fue tu culpa.
Naomi no respondió. Su mirada seguía fija en el joven caído, sus ojos apagados reflejando la luna entre las hojas.
—Confié en ella —susurró—. Le abrí las puertas de la Orden… y nos traicionó.
Brendy bajó la cabeza. —No podías saberlo.
Naomi cerró los ojos con fuerza, la voz quebrándose. —No volveré a confiar tan fácilmente. No otra vez.
El viento sopló, arrastrando las últimas brasas del hechizo.
En lo alto, un búho blanco voló entre las sombras, como si vigilara desde lejos.
Y en el horizonte, invisible para todos, Azel Tharion observaba a través de un espejo de obsidiana, sonriendo con calma.
—La pureza se forja en el dolor —murmuró—. Que el fuego de su pérdida alimente mi ascenso.
Capítulo 11 – El despertar de Azel
El cielo sobre Elyndor se había teñido de rojo. No era el color de un amanecer, sino el de un presagio. Las nubes giraban en espirales oscuras, y los relámpagos trazaban líneas de fuego sobre el horizonte, como si los cielos mismos estuvieran resistiéndose a lo que estaba por ocurrir.
En el corazón del antiguo santuario de los Velados, una estructura circular hecha de piedra negra y símbolos arcanos, Azel Tharion permanecía de pie ante el Velo: una cortina etérea que latía con una luz enfermiza, mezcla de sombra y oro. Su respiración era profunda, controlada, aunque el temblor en sus manos delataba algo más que poder. Delataba ansia.
A su lado, Gellert Grindelwald lo observaba en silencio, apoyado en su bastón de plata. Su mirada, normalmente fría y calculadora, tenía ahora un atisbo de duda.
El aire estaba cargado de energía tan densa que cada exhalación parecía un esfuerzo.
—El momento ha llegado —dijo Azel, su voz retumbando en el santuario—. El Caído no muere mientras su linaje respire… y su linaje vive en mí.
Grindelwald sonrió con calma, aunque sus ojos no reflejaban la misma seguridad.
—Cada palabra de esa profecía fue escrita con sangre. Y la sangre… siempre exige un precio, Azel.
El joven heredero giró hacia él, los ojos resplandeciendo con un tono carmesí.
—Ya he pagado todos los precios. Mi cuerpo, mi alma, mi destino. No hay vuelta atrás.
Grindelwald caminó lentamente alrededor del círculo de piedra, examinando las runas que ardían con fuego púrpura.
—El poder que estás por reclamar no es como la magia que conoces. No obedece. No se inclina. Es caos puro. Si no logras dominarlo, será él quien te devore.
Azel levantó su varita, una reliquia forjada con fragmentos del Velo y huesos de un antiguo mago.
—Entonces me convertiré en su amo… o en su dios.
La varita comenzó a vibrar. La superficie del Velo se agitó, y un murmullo emergió desde su interior. Eran voces… miles de ellas. Voces que lloraban, reían y gritaban al mismo tiempo. Voces de los condenados, de los atrapados entre la vida y la muerte.
Grindelwald entonó un antiguo encantamiento en un idioma olvidado:
—“In tenebris natus, in sanguine factus… surge, dominus chaos.”
El suelo tembló. Las piedras se levantaron del suelo y comenzaron a orbitar alrededor de Azel. La luz del Velo se intensificó, extendiendo sus filamentos hacia él como brazos.
Azel gritó, no de dolor, sino de éxtasis.
Las sombras lo envolvieron, marcando su piel con símbolos vivos que ardían y se movían como serpientes.
—¡Sí…! —exclamó, su voz retumbando en el aire—. ¡Puedo sentirlo! ¡El poder… es infinito!
Grindelwald dio un paso atrás, su expresión de satisfacción transformándose en alarma.
El aire se volvió denso, casi irrespirable. El círculo de protección comenzó a agrietarse.
—¡Azel! —gritó—. ¡Detente! El ritual no está completo, ¡no puedes contenerlo!
Pero Azel no escuchaba.
Sus ojos eran ahora dos abismos incandescentes, y su cuerpo flotaba en el aire, rodeado de energía pura. Los susurros del Velo se convirtieron en un coro, y de entre la bruma surgió una figura… un eco de Kael’Tharion, su padre, formado de humo y fuego.
—Hijo mío… —susurró la figura—. Eres mi legado. Mi sangre. Mi voluntad.
Azel extendió una mano temblorosa hacia él.
—Padre… guíame…
El espectro sonrió. —El caos no se guía. Se abraza.
En ese instante, la figura se fundió con él, y el rugido que estalló sacudió todo Elyndor. Los pilares del santuario se quebraron, el suelo se abrió en grietas que destellaban luz púrpura, y el Velo pareció estallar hacia afuera, liberando una onda expansiva que viajó kilómetros a la redonda.
Grindelwald se protegió tras un escudo de energía, observando horrorizado cómo el cuerpo de Azel se transformaba.
Su piel era ahora pálida como la ceniza, sus venas resplandecían con fuego líquido, y su voz resonaba doble, humana y demoníaca al mismo tiempo.
—El caos… no me consume —dijo Azel, con una calma antinatural—. Yo lo domino.
Grindelwald lo miró, intentando mantener la compostura.
—¿Lo dominas… o él te permite creerlo?
Azel lo miró, sonriendo con un brillo que no era de este mundo.
—No hay diferencia. El control es una ilusión. Lo que importa… es quién la proyecta.
El Velo, ahora completamente inestable, latía como un corazón desbocado. De su interior surgían fragmentos de energía que golpeaban las paredes del santuario, haciendo temblar los cimientos.
Grindelwald apretó los dientes.
—¡Si continúas, destruirás el equilibrio entre ambos mundos!
Azel dio un paso hacia él. Cada paso resonó como un trueno.
—El equilibrio… fue lo que mantuvo a los débiles en el poder. Yo no deseo equilibrio, maestro. Deseo evolución.
Y con un gesto de su mano, la barrera que Grindelwald había conjurado se desintegró como polvo.
Por primera vez en su vida, Grindelwald sintió miedo.
El miedo real.
—Azel… —dijo, apenas en un susurro—. ¿Qué… te has convertido?
El joven alzó la vista hacia el cielo, y sus ojos brillaron como dos soles sangrientos.
—En lo que el Velo siempre quiso que fuera: el Heredero del Caos.
El santuario se derrumbó a su alrededor. Rocas flotaron en el aire, árboles se desintegraron, y una tormenta mágica se levantó, devorando todo a su paso. Grindelwald conjuró un portal con sus últimas fuerzas, escapando justo antes de que una explosión de energía oscura consumiera el lugar.
Desde la distancia, la destrucción podía verse como una columna de fuego negro elevándose al cielo, dividiendo la noche en dos.
Y en medio del caos, Azel flotaba entre los restos del santuario, su cuerpo envuelto en una aura que oscilaba entre luz y sombra.
Su voz resonó en todas direcciones, profunda y llena de propósito:
—El Caído no muere mientras su linaje respire.
Y ahora… su linaje reina.
Capítulo 12 – El espejo roto
La noche caía sobre Elyndor con una densidad que oprimía el aire. Las estrellas parecían temblar, apagadas por la onda mágica que aún se extendía desde el ritual de Azel. La tierra misma gemía bajo los pies de quienes podían sentir la magia: la realidad estaba fragmentándose, como si el mundo fuera un espejo agrietado que reflejaba mil versiones de sí mismo.
En una colina iluminada por el resplandor del fuego lejano, Naomi observaba el horizonte. El viento levantaba su cabello, y sus ojos, normalmente cálidos, reflejaban el brillo de una determinación que rozaba el dolor. Brendy y Newt Scamander estaban detrás de ella, revisando mapas flotantes que parpadeaban con runas vivas.
—Las corrientes mágicas están colapsando —dijo Newt con voz grave, sosteniendo su maletín abierto, del cual emergía un leve resplandor azul—. Algo está absorbiendo la energía del Velo. No es natural… ni siquiera es lógico.
Brendy frunció el ceño, girando hacia Naomi.
—¿Crees que tenga que ver con tu padre?
Naomi cerró los ojos, como si necesitara concentrarse para mantener la calma.
—Lo siento, Brendy. No sé. Pero… algo dentro de mí me dice que él está intentando hablarme.
Newt la miró por encima de sus lentes redondos.
—Hablarte… ¿cómo?
—No con palabras —respondió Naomi, tocando su pecho, justo sobre el corazón—. Con… la sangre.
Un silencio cayó sobre los tres. Solo se oía el murmullo de las hojas y el zumbido lejano de la magia desbordada.
De pronto, Naomi se tambaleó hacia atrás.
Una ráfaga de energía blanca la atravesó como una corriente eléctrica, y cayó de rodillas, jadeando.
—¡Naomi! —gritó Brendy, corriendo hacia ella—. ¡Qué te pasa!
Pero Naomi no podía responder. Su mente se había hundido en un abismo de luz.
El vacío era total.
No había arriba ni abajo, ni tiempo, ni forma. Solo un espacio flotante donde los recuerdos se disolvían y recomponían sin orden alguno. Naomi flotaba allí, envuelta en una sensación de familiaridad… y miedo.
Y entonces lo vio.
Una figura difusa, envuelta en destellos dorados y plateados, se materializó frente a ella. El contorno era conocido. Su postura, su voz, su esencia.
—Papá… —susurró Naomi, con la voz quebrada.
La figura de Frank sonrió suavemente. No era un reflejo físico, sino un eco de su espíritu, canalizado a través del vínculo de sangre que los unía.
—Naomi… —su voz resonó en el espacio vacío, profunda y cálida, con un eco casi celestial—. Escúchame. No tengo mucho tiempo.
Las lágrimas de Naomi flotaban en el aire como perlas suspendidas.
—¿Dónde estás? Dime dónde estás y te encontraré.
Frank negó con la cabeza, su rostro manteniendo esa serenidad que solo un padre puede tener incluso frente al dolor.
—No busques mi sombra, hija mía… busca mi luz. Es ahí donde hallarás el camino.
Naomi frunció el ceño, confundida.
—¿Qué significa eso? No lo entiendo…
El entorno comenzó a fragmentarse. Grietas de oscuridad se abrían a su alrededor. Frank extendió su mano, y un resplandor brotó de su palma. En medio de aquella luz, Naomi pudo ver imágenes fugaces: una torre, un círculo de espejos rotos, una marca en el suelo en forma de espiral.
—El espejo… —susurró ella—. Papá, ¿esa es… tu prisión?
—Sí —dijo él con voz tenue—. Grindelwald ha creado un laberinto de ilusiones. Cada reflejo muestra lo que teme mi alma, lo que desea mi mente… Pero mi luz, Naomi… mi luz es lo único real. Encuéntrala, y encontrarás el camino hacia mí.
Las grietas crecieron, devorando el espacio.
Naomi extendió su mano hacia él, desesperada.
—¡Papá! ¡No te vayas!
Frank sonrió con ternura.
—Eres más fuerte de lo que jamás fui. Recuerda eso… y nunca temas la oscuridad. A veces, solo en ella se reconoce la luz.
Y con esas palabras, el eco de su presencia se desvaneció, tragado por un torbellino de destellos.
Naomi abrió los ojos de golpe, jadeando, con el cuerpo cubierto de sudor frío. Brendy la sostenía, y Newt lanzaba hechizos de estabilización sobre ella.
—Tranquila, estás a salvo —dijo Brendy—. Estabas inconsciente, no respondías.
Naomi se incorporó lentamente. Su mirada ardía con una claridad que antes no tenía.
—Sé dónde está.
Newt frunció el ceño.
—¿Qué dijiste?
—Sé dónde está mi padre —repitió Naomi con firmeza—. Grindelwald lo tiene prisionero en un castillo… una fortaleza oculta entre dimensiones, al norte, más allá de los glaciares de Narfjord. Se llama La Prisión de los Espejos.
Brendy se levantó de inmediato.
—¿Estás segura?
—Lo vi —afirmó Naomi—. No fue un sueño. Fue… él.
Newt asintió, guardando silencio unos segundos. Luego cerró su maletín y suspiró.
—Entonces no hay tiempo que perder. Si Grindelwald realmente creó ese tipo de estructura mágica, no es una simple prisión… es una trampa de conciencia. Nadie sale de ahí sin dejar algo de sí mismo atrás.
Naomi apretó los puños, con el fuego de su padre reflejándose en sus ojos.
—Entonces iremos. Y si tengo que dejar algo atrás, que sea el miedo.
Brendy sonrió, colocando una mano en su hombro.
—Esa frase suena exactamente como algo que él diría.
Naomi miró el horizonte, donde una aurora espectral comenzaba a teñir el cielo.
—Lo sé —murmuró—. Porque aún lo escucho.
Y mientras el viento soplaba sobre las colinas, las runas del suelo brillaron con un patrón antiguo, revelando el camino hacia el norte.
El rescate de Frank, líder de la Orden de Elyn, acababa de comenzar.
Capítulo 13 – El asalto a la fortaleza
La noche sobre Noruega era un presagio.
Rayos silenciosos cruzaban el cielo sin sonido alguno, como si el propio firmamento temiera lo que estaba por suceder. Frente a ellos, una montaña ennegrecida por siglos de hechicería oscura se alzaba como un coloso muerto: la fortaleza de Azel Tharion.
El aire olía a ozono, hierro y miedo.
Naomi, vestida con la capa plateada de la Orden de Elyn, avanzó al frente. Su varita brillaba con un tono azul eléctrico que iluminaba las ruinas cubiertas de hielo. A su lado, Brendy respiraba hondo, su mirada firme pero marcada por la memoria de tantas batallas.
Detrás de ellas, Newt Scamander y los magos de la Orden aguardaban en silencio, varitas listas, rostros decididos.
—Hoy no somos estudiantes, ni auroras, ni sobrevivientes —dijo Naomi, su voz temblando por dentro pero firme por fuera—. Hoy somos Elyn. Por los caídos. Por mi padre.
—Por la luz —respondió Brendy, elevando su varita.
—Por la luz —repitieron todos, y el eco se perdió entre los truenos.
Un destello mágico cruzó el cielo. La batalla había comenzado.
El asalto
Los muros del castillo retumbaron cuando la primera oleada de hechizos impactó. Ráfagas de fuego azul, relámpagos arcanos y explosiones de energía rasgaron la oscuridad.
Los Seguidores del Velo, las criaturas y magos oscuros leales a Azel, respondieron con un torrente de maldiciones verdes y negras.
—¡Protego Maxima! —gritó Brendy, creando un escudo inmenso que cubrió al grupo mientras las explosiones hacían temblar la tierra.
—¡A la izquierda! ¡Cuidado con los centinelas! —alertó Newt, lanzando un hechizo de contención sobre una bestia del Velo con alas hechas de humo.
Naomi avanzó entre los destellos, su magia guiada más por la furia que por el miedo. Con cada paso, sentía el vínculo con su padre vibrar, débil pero constante, guiándola hacia el corazón del castillo.
Una puerta sellada por siglos de maldiciones se alzó frente a ella.
Naomi respiró hondo, colocó su mano sobre el metal negro y susurró:
—Lumos Animae.
La puerta reaccionó al toque de su alma. Con un gemido de hierro vivo, se abrió, revelando un corredor cubierto de espejos rotos.
El enfrentamiento
En el centro del salón principal, un trono de piedra flotaba sobre un abismo sin fondo. Y sobre él, Azel Tharion, envuelto en una túnica que parecía hecha de sombras líquidas.
Su piel brillaba con grietas de energía dorada —la esencia del Velo— que latían como un corazón profano. A su lado, los restos de antiguos grimorios ardían en fuego azul.
—Así que al fin llegaste, hija del hechicero que robó el poder del cielo —dijo Azel con una sonrisa helada—.
—Y tú… eres solo la sombra de un nombre que debería haberse extinguido —replicó Naomi, apuntándole con la varita.
—¿Extinguido? —Azel rió suavemente—. Mi padre destruyó el equilibrio del mundo. Yo… voy a recrearlo.
El aire se volvió pesado. Naomi sintió cómo la energía del Velo se condensaba en torno a él, distorsionando el tiempo mismo.
Azel movió un dedo, y el suelo se agrietó como si respirara.
—Muéstrame de qué estás hecha, Elyn.
Naomi giró su varita.
—Con gusto.
El duelo
El primer choque fue un estallido de luz.
Un Expulso de Naomi se cruzó con una maldición carmesí de Azel, creando una onda expansiva que derribó columnas y rompió los espejos que rodeaban la sala.
Cada espejo reflejaba sus rostros distorsionados: Naomi, con lágrimas invisibles; Azel, con la locura de un dios frustrado.
—¡Reducto! —gritó ella.
—¡Inutilis Tempus! —replicó él.
El hechizo de Azel ralentizó el aire. Los trozos de piedra flotaron, suspendidos en un tiempo roto. Naomi apenas pudo moverse, pero el vínculo con Frank ardió en su pecho: una chispa de luz en medio del vacío.
Recordó sus palabras: “No busques mi sombra, busca mi luz.”
—¡Expecto Caeli! —gritó, invocando un rayo de energía dorada que rompió la ilusión.
Los espejos explotaron como cristal vivo. Fragmentos de recuerdos cayeron alrededor de ambos: visiones de Kael Tharion, del Velo, del pasado.
Azel se detuvo, sorprendido. Por un instante, algo humano cruzó su mirada.
—Esa magia… no debería existir —susurró.
—Es la magia del amor —respondió Naomi, con una mezcla de rabia y compasión—. La que tú nunca entenderás.
Azel rugió. Una llamarada oscura emergió de su pecho y golpeó directamente a Naomi, lanzándola contra los escombros. El suelo tembló. Brendy, desde el corredor, gritó su nombre.
Pero Naomi se levantó, sangrando, con los ojos llenos de fuego.
—No eres tu padre, Azel —dijo, apuntando la varita—. Eres menos que su sombra.
Y con un último grito, lanzó un Fulmen Elynor, el hechizo antiguo de la Orden.
La explosión cubrió toda la sala con una luz plateada. El trono se desintegró. Las sombras gritaron. Y cuando el polvo se disipó… Naomi estaba de pie.
Azel, herido, había desaparecido entre el humo, riendo.
Brendy y los miembros de la Orden irrumpieron en la sala.
—¿Naomi? —jadeó Brendy, corriendo hacia ella.
—Está vivo —dijo Naomi, respirando con dificultad—. Azel… vive. Y tiene algo que no debería tener.
—¿Qué cosa? —preguntó Newt, entrando detrás.
Naomi levantó un fragmento del suelo, que brillaba con un resplandor oscuro.
—El corazón del Velo. Lo está absorbiendo.
Y en el eco de esa revelación, los truenos mágicos resonaron sobre Elyndor como un presagio del fin.
Capítulo 14 – La caída de Grindelwald
El silencio posterior a la batalla era más aterrador que la guerra misma.
El castillo de Azel, herido y vibrante, parecía respirar oscuridad. Las piedras rezumaban energía arcana, y el aire olía a ceniza y relámpago.
En lo más alto de la fortaleza, en un balcón que dominaba el abismo, Gellert Grindelwald observaba las ruinas con una sonrisa leve, casi nostálgica.
Sus ojos, aún tan fríos como los de un hombre que había desafiado a medio mundo, brillaban con la satisfacción del cazador que ve acercarse su presa.
A su espalda, los pasos de Azel Tharion resonaban como martillazos contra la piedra.
Su figura emergió entre las sombras: el cuerpo cubierto por runas que ardían con fuego azul, la mirada encendida por una fuerza que no pertenecía a ningún ser humano. El ritual del capítulo anterior había cambiado su esencia por completo. Ya no era un simple heredero. Era el hijo del Velo.
—Todo está cayendo, Azel —dijo Grindelwald, girándose lentamente—. Los muros, los hechizos, los viejos nombres. El mundo se está abriendo para ti… y para mí.
Azel no respondió. Caminó hacia él, dejando un rastro de energía que deformaba el aire a su alrededor.
—“Para ti y para mí”, dices… —murmuró el joven, su voz distorsionada por ecos de otras dimensiones—. Yo hice lo que tú me enseñaste, Gellert. Destruí. Liberé.
—Y ahora debemos poseer, hijo mío —replicó Grindelwald con suavidad—. El Velo no debe pertenecer a un niño cegado por el poder. Debe ser gobernado por una mente que lo comprenda. Por mí.
El aire se congeló.
Azel levantó lentamente la vista, y sus ojos brillaron como soles oscuros.
—¿Por ti? —dijo con una sonrisa tan vacía que el propio Grindelwald dio un paso atrás—. Has jugado con mis ambiciones, viejo mago. Has usado mi ira como el alquimista usa el fuego… pero olvidaste una cosa.
—¿Cuál? —preguntó Grindelwald, aunque su tono revelaba que ya conocía la respuesta.
—El fuego consume al que lo enciende.
El intento de traición
Grindelwald levantó la varita, su mítica Varita de Saúco que antes le habia quitado a Frank, y un destello blanco envolvió la torre.
Los hechizos estallaron en el aire como un duelo de titanes:
Azel contra su maestro.
El caos contra la inteligencia.
El heredero contra el arquitecto.
—¡Imperium Velo! —rugió Grindelwald, tratando de someter el poder del joven con su voluntad ancestral. El suelo tembló; los símbolos en las paredes respondieron, y por un instante, Azel cayó de rodillas, dominado por el peso del hechizo.
—¡Ríndete, muchacho! —vociferó Grindelwald—. ¡Yo te di todo! ¡Magia, propósito, nombre! ¡Sin mí serías una sombra más entre los fantasmas del Velo!
Pero Azel levantó la mirada. En sus pupilas, dos halos de energía infinita se encendieron como ojos de un dios despierto.
Con una sonrisa temblorosa, dijo apenas:
—Y sin ti… seré eterno.
El Imperium se rompió como un cristal. La energía estalló en una oleada negra que arrancó a Grindelwald de su lugar y lo lanzó contra el muro. La Varita de Saúco cayó al suelo, chispeando.
—Aún no entiendes lo que has despertado, Azel —susurró Grindelwald, arrastrándose entre los escombros—. Ni tu padre lo comprendió.
—Mi padre era débil —gruñó Azel—. Él desafió al cielo por amor. Yo lo haré por dominio.
Se irguió, con la varita en alto.
—Y tú, maestro… serás mi primera ofrenda.
El hechizo prohibido
Grindelwald, aún con la respiración entrecortada, intentó una última defensa.
—Azel, escúchame… hay caminos que incluso yo no crucé. Lo que llevas dentro no es poder, es vacío. Es el fin de toda creación.
—Entonces deja que el fin comience contigo.
El aire se apagó. El tiempo se detuvo.
La magia ancestral, dormida desde la era de los Primeros Magos, se encendió en los labios de Azel.
Su voz se volvió un eco que atravesó planos, resonando en las piedras, en el aire, incluso en los oídos de Naomi y Frank a kilómetros de distancia.
—Mors Aeternum.
El hechizo prohibido. La Muerte Eterna.
Una esfera de energía oscura emergió de su pecho, girando con una fuerza que devoraba la luz misma. Cuando impactó a Grindelwald, no hubo explosión. No hubo fuego. Solo silencio.
El cuerpo del antiguo mago comenzó a desintegrarse desde dentro, como si el universo lo estuviera olvidando.
Grindelwald, de rodillas, apenas logró pronunciar una última frase mientras su voz se desvanecía:
—Tu padre… también desafió al cielo…
Y con esa confesión, el último gran mago de la era antigua se disolvió en polvo, dejando tras de sí un eco de su risa que se perdió entre los truenos.
El nuevo amo del Velo
Azel quedó solo.
El viento rugía a su alrededor, haciendo ondear su capa como alas de un demonio.
Tomó la Varita de Saúco del suelo y la alzó hacia el cielo tormentoso. Relámpagos de energía pura descendieron sobre él, marcando su cuerpo con nuevas runas.
—El maestro cae… y el alumno asciende —susurró—.
La fortaleza tembló. Las sombras se inclinaron ante él. El Velo, en lo más profundo, respondió con un latido.
Azel cerró los ojos y dejó que el poder lo envolviera.
Su voz, distorsionada por la energía, se elevó en un grito que hizo vibrar los cimientos del mundo:
—¡Que el Velo se abra ante su nuevo amo!
Y por primera vez desde los días de Kael Tharion, el Velo respondió.
Un haz de luz negra atravesó los cielos, partiendo las nubes.
El tiempo, el espacio y la magia se curvaron a su alrededor.
Y en algún lugar lejano, Naomi sintió un escalofrío helado recorrerle el alma.
Sabía que algo imposible acababa de suceder.
Grindelwald había caído.
Y en su lugar, se había alzado una nueva oscuridad…
una que ya no respondía a ningún orden del mundo conocido.
Capítulo 15 – El reencuentro
El mundo se había vuelto un reflejo roto.
Desde su prisión arcana, Frank sentía el peso del tiempo derrumbarse sobre sí. Las paredes, hechas de espejos fragmentados, proyectaban versiones distorsionadas de su rostro: joven, anciano, ensangrentado, vacío. Cada una repetía una verdad diferente, una mentira distinta.
El eco de su respiración era lo único que le recordaba que aún existía.
Un zumbido profundo recorrió el suelo. Las runas comenzaron a encenderse, y una grieta se abrió frente a él. De ella emergió una forma líquida, oscura y amorfa: un guardián del Velo, una criatura sin rostro, moldeada por la voluntad de Azel.
Su voz sonó en la mente de Frank, grave y gutural:
—El hijo del abismo no permite testigos.
Frank retrocedió, jadeando, levanto su mano y como si el hubiera lanzado un llamado su varita, La varita de Saúco llego hacia el, temblando entre sus dedos. Las sombras se movían como tentáculos, buscando envolverlo.
—No… —susurró, encendiendo su varita—. No moriré aquí. No mientras ella siga luchando.
—Expulso!
El hechizo estalló como una llamarada dorada, pero apenas logró empujar al monstruo unos pasos atrás. La criatura rugió, su cuerpo se disolvió y volvió a armarse, multiplicando sus brazos. De cada extremidad brotaron ojos que parpadeaban con fuego violeta.
Frank apenas tuvo tiempo de lanzar otro hechizo.
—¡Protego Maxima!
El escudo chispeó, resistiendo el primer embate, pero cada golpe retumbaba como un martillo contra su alma. Las paredes comenzaron a fracturarse; los espejos temblaban, reflejando la figura del monstruo una y otra vez.
Era una trampa sin fin.
De pronto, una grieta de luz atravesó el techo.
Un susurro femenino se coló entre los ecos:
—Papá…
Frank levantó la mirada. Su corazón latió tan fuerte que el dolor se confundió con esperanza.
—Naomi…
La luz creció, partiéndose en mil hebras doradas que descendieron como lluvia celestial. La prisión tembló; los espejos se rompieron uno por uno hasta que, de entre los fragmentos, una figura emergió, envuelta en fuego blanco.
Era ella.
Naomi.
Su cabello ondeaba como una llamarada en la oscuridad, y sus ojos estaban llenos de lágrimas y poder.
—¡Aparta de él! —gritó, extendiendo su mano.
Una ráfaga de magia pura —la combinación de su sangre y el vínculo del Velo— explotó en un haz que atravesó al guardián. La criatura aulló, disolviéndose en polvo etéreo.
El silencio que siguió fue absoluto.
Naomi cayó de rodillas frente a Frank.
Él la miró, incrédulo, con la respiración entrecortada.
—¿Eres… tú de verdad? —susurró, tocándole la mejilla.
—Sí —dijo Naomi, con una sonrisa entre lágrimas—. No iba a dejarte aquí.
Él la abrazó. No como un héroe ni como un mago, sino como un padre.
Durante un instante, el universo entero pareció detenerse.
El regreso imposible
Pero la calma duró poco.
El suelo comenzó a temblar.
Desde el fondo de la prisión, un rugido retumbó como si el mismísimo Velo estuviera respirando.
Las paredes se abrieron y una energía negra, espesa como humo, comenzó a escapar en torrentes.
Naomi ayudó a Frank a levantarse.
—Tenemos que irnos. Azel ha abierto algo… algo que no debería existir.
Una voz resonó por toda la fortaleza, profunda y distorsionada:
—Ya es tarde para cerrar lo que fue abierto.
Azel apareció en el umbral de la cámara, rodeado por columnas de fuego azul. Su piel brillaba con runas vivientes, y sus ojos eran dos abismos en llamas.
El poder del Velo latía dentro de él.
—Padre e hija, reunidos al fin —dijo con una sonrisa burlona—. Qué enternecedor. Lástima que hayan elegido el lado equivocado de la historia.
Frank dio un paso adelante, aún débil pero con la varita firme.
—No sabes lo que estás liberando, Azel. El Velo no es poder, es destrucción pura.
—¿Destrucción? —rió el joven mago, abriendo los brazos—. ¡Es libertad! Lo que mi padre comenzó, yo lo perfeccionaré.
Naomi se colocó frente a su padre, apuntando con la varita.
—Tendrás que pasar sobre mí.
Azel inclinó la cabeza, divertido.
—Eso planeo.
Un rayo de energía salió disparado. Naomi lo bloqueó, pero la onda expansiva los lanzó contra una columna. Frank cayó al suelo, jadeando, mientras la cámara comenzaba a derrumbarse.
Newt Scamander y Brendy irrumpieron en ese instante por una abertura lateral, lanzando hechizos defensivos.
—¡Por Merlín, sáquenlos de ahí! —gritó Newt—. ¡El portal está abriéndose en la cámara inferior!
Brendy corrió hacia Naomi y Frank, ayudándolos a levantarse.
A través del suelo quebrado se veía un abismo de luz negra y fuego. En el centro, un vórtice giraba con una fuerza que absorbía todo lo que tocaba: era el corazón del Velo.
El portal del fin
Los cuatro corrieron por el pasillo que se desmoronaba.
Rocas, fuego, gritos. Cada metro era una lucha contra el colapso del mundo.
Newt abrió su maletín, y decenas de criaturas mágicas emergieron, ayudando a contener las grietas.
—¡Traten de estabilizar el campo! —ordenó, mientras un fénix de fuego cruzaba sobre sus cabezas.
Naomi, sosteniendo a Frank, miró hacia el fondo del corredor.
A través de una abertura, pudo ver el portal: un remolino inmenso que devoraba la realidad.
En su centro, la figura de Azel se alzaba con los brazos abiertos, recitando una letanía antigua en una lengua muerta.
—¡Está absorbiendo la energía de los planos! —gritó Newt—. Si no lo detenemos ahora, el Velo conectará ambos mundos… y los destruirá a los dos.
Frank, tambaleante, miró a su hija.
—Naomi… lo que te dije antes… “No busques mi sombra…”
—“…busca mi luz” —completó ella, sonriendo con lágrimas—. Lo sé, papá. Estoy aquí.
Él asintió, colocando su mano sobre el hombro de ella.
—Entonces vayamos a cerrar el infierno que él abrió.
Naomi levantó su varita, y junto a Newt y Brendy, comenzaron a conjurar un círculo protector. La magia estalló como un amanecer entre las ruinas.
El Velo rugió, resistiéndose.
Y mientras la cámara se desintegraba en una tormenta de energía, padre e hija se tomaron de las manos, listos para desafiar a la oscuridad misma.
Epílogo del capítulo
En los cielos, el mundo se partió.
Ráfagas de energía negra salían del castillo, creando tormentas mágicas que se extendían por todo Elyndor.
El Velo había despertado por completo.
Pero, por primera vez, Frank y Naomi estaban juntos.
El reencuentro que había costado sangre, pérdida y fe ahora se convertía en el último pilar de esperanza.
Y en lo profundo del Velo, una voz —la de Azel— resonó con poder divino:
—El final ha comenzado.
Capítulo 16 – La rebelión del Velo
El cielo de Elyndor se rasgó como un lienzo herido.
Del centro del castillo destruido, un vórtice de fuego y sombra giraba sin control, abriéndose como un ojo de pesadilla. El rugido del viento mágico sacudía los cimientos de las montañas, y la noche se teñía de tonos rojos y violáceos.
De aquel abismo surgían criaturas imposibles: aladas, ciegas, sin piel, hechas de pura oscuridad. Algunas reptaban sobre el aire, otras se disolvían y reaparecían como humo que gritaba.
El Velo estaba vivo.
Y se rebelaba contra el mundo.
Desde el valle, la Orden de Elyn observaba aquel horror. Cientos de magos, brujas, y bestias aliadas formaban un frente luminoso bajo un cielo que ardía. En el centro, Naomi, Frank y Brendy se encontraban hombro a hombro, las varitas alzadas.
Newt Scamander, a unos metros, daba órdenes a sus criaturas —fénix, thestrals y bowtruckles alados— para reforzar las defensas mágicas.
El aire vibraba con energía arcana, como si el propio planeta estuviera gritando.
—No podemos permitir que crucen el valle —gritó Brendy, lanzando un Confringo que redujo a cenizas a un enjambre de sombras.
—No lo harán —respondió Frank, con el rostro endurecido—. No mientras la Orden respire.
El suelo tembló.
Del portal emergió una criatura gigantesca, una amalgama de huesos y oscuridad líquida, con un cráneo humano deformado en su pecho.
A su alrededor, miles de sombras gritaban en coro, una sola mente, una sola hambre.
Naomi tragó saliva, mirando a su padre.
—¿Cómo se combate algo así?
Frank respiró hondo.
—No se combate… se resiste. Hasta que lo imposible se vuelva posible.
El rugido del abismo
Los hechizos comenzaron a llover.
Bombarda Maxima, Lumos Solis, Incendio Ignis.
El campo se iluminó con relámpagos de colores, ráfagas de fuego y escudos titilantes. Las criaturas caían, pero otras tomaban su lugar. Cada vez más. Cada vez más grandes.
Brendy corría entre los escombros, guiando a los reclutas más jóvenes.
—¡En formación delta! ¡Protéjanse entre ustedes!
Su voz era firme, pero su respiración era un jadeo de guerra. Una sombra cayó sobre ella desde el cielo —una criatura con alas como lanzas—. Naomi giró, alzando su varita.
—¡Brendy, cuidado!
Expulso!
El hechizo impactó, pero el monstruo alcanzó a rasgar el abdomen de Brendy con una garra etérea antes de caer hecho cenizas.
Brendy cayó de rodillas.
Su túnica se tiñó de rojo.
—¡No… no! —Naomi corrió hacia ella, conjurando un hechizo curativo—. Episkey Maxima!
La herida se cerró, pero su energía mágica se dispersaba como humo.
Brendy la miró con una débil sonrisa.
—No llores… No te atrevas…
—Calla, Brendy. No vas a dejarme ahora.
—Siempre dijiste que querías ser la mejor aurora. Pues… hazlo. No por mí. Por él —dijo señalando a Frank, que combatía rodeado de fuego—. Por todos.
Su mano cayó al suelo.
Su respiración se detuvo.
Naomi sintió que el aire desaparecía.
El campo de batalla se volvió un silencio roto.
Una lágrima cayó sobre la tierra manchada de sangre.
Y algo dentro de ella se quebró.
La luz prohibida
Una criatura colosal descendió sobre ellos.
El portal rugió, abriendo grietas de energía oscura que devoraban los árboles.
Frank giró, viendo a su hija arrodillada junto al cuerpo de Brendy.
—¡Naomi, levántate! ¡Debemos retroceder!
Pero ella no escuchaba.
El sonido de su propio corazón se confundía con los gritos del Velo.
Y entonces, lo sintió.
El susurro.
Aquel eco antiguo que su sangre había heredado del hechizo Vox Caeli.
—No… otra vez no… —murmuró, mientras las lágrimas caían.
En su mente, una voz le habló con dulzura perversa:
El poder para salvarlos existe. Pero cada luz requiere una sombra. ¿Estás dispuesta a ofrecer la tuya?
Naomi levantó la vista, sus ojos encendidos de ira y amor.
—Si mi alma debe arder para detener esto… que así sea.
Extendió su varita, y un círculo de símbolos flotó a su alrededor.
Frank lo reconoció.
—¡Naomi, no! ¡Ese hechizo está prohibido! ¡Drenará tu alma!
Ella gritó sobre el rugido del Velo:
—¡Entonces será mi alma contra el abismo!
El aire explotó.
Un haz de luz blanca pura se elevó al cielo, atravesando la tormenta mágica. Las criaturas chillaron, desintegrándose ante su brillo.
La energía del Velo se agitó como un océano convulsionado.
Newt se cubrió los ojos.
—¡Por los cielos! ¡Eso no es magia humana!
Naomi flotaba a unos metros del suelo, el cabello elevándose en torno a su rostro.
Cada palabra del conjuro salía mezclada con su aliento y su vida:
—Lux aeternam… cor meum offero…
Sus venas brillaban con luz azulada.
El poder se expandía, quemando, destruyendo y salvando a la vez.
El ejército de sombras comenzó a retroceder, consumido por la ola mágica.
Frank corrió hacia ella, luchando contra el viento.
—¡Naomi! ¡Basta! ¡Vas a morir!
Ella giró el rostro, mirándolo con una serenidad que rompía el alma.
—Papá… si caigo hoy… prométeme que cerrarás el portal.
—¡No digas eso!
—Promételo… por mamá.
Él la sostuvo en brazos cuando su cuerpo comenzó a caer.
La luz se disipó lentamente, dejando un silencio absoluto.
El valle estaba cubierto de cenizas, pero el portal seguía abierto… rugiendo, como si una nueva conciencia despertara detrás de él.
Frank la abrazó con fuerza.
—No te irás. No otra vez.
Ella respiró débilmente, apenas un hilo de voz:
—Aún… no…
El despertar de la oscuridad
A lo lejos, en la cima del castillo, Azel Tharion observaba la escena. Su cuerpo irradiaba energía del Velo, su rostro era mitad humano, mitad espectro.
Sonrió al ver la devastación.
—Así comienza la verdadera purificación. La rebelión del Velo.
Y tras él, el portal se expandió aún más, vomitando una nueva oleada de criaturas, más grandes, más deformes, más conscientes.
La guerra apenas empezaba.
Frank miró a Naomi desmayada, a Brendy inmóvil y al ejército diezmado.
Sus ojos se llenaron de fuego.
—Azel… me oirás rugir desde los cielos.
Capítulo 17 – La última enseñanza
El cielo ardía. El horizonte de Elyndor era una herida abierta, un firmamento teñido de fuego y ceniza. Las criaturas del Velo seguían emergiendo sin cesar: espectros alados, sombras líquidas, colosos formados de pura oscuridad. El rugido del caos se mezclaba con los gritos de batalla. Pero, entre ese abismo de desesperanza, aún quedaba una chispa.
Frank—agotado, con las ropas rasgadas y la varita temblando entre sus dedos—miraba hacia el campo de batalla donde Naomi yacía de rodillas, jadeando, drenada por el hechizo prohibido que había conjurado. Su alma parecía pender de un hilo, pero sus ojos seguían brillando con una llama indomable.
El viento llevaba consigo el eco de una voz conocida.
—“La verdadera luz… no es un don, Frank. Es una elección.”
Esa frase retumbó en su mente, y durante un instante, el caos pareció detenerse. Dumbledore… su maestro, su guía, su padre espiritual. Había entregado su vida para darles una oportunidad, para mantener viva una esperanza. Y ahora, ese sacrificio clamaba por sentido.
Frank levantó la vista al cielo, donde las nubes se arremolinaban sobre el portal del Velo. Sintió cómo la magia se agitaba en su interior, rugiendo como un torrente antiguo. A su alrededor, los pocos miembros sobrevivientes de la Orden de Elyn—cubiertos de heridas, pero de pie—esperaban sus órdenes.
Tomó aire y alzó la voz, que resonó como un trueno en medio del fragor:
—¡Escúchenme todos!
Los combatientes se giraron. Naomi, apoyándose en su varita, lo miró con lágrimas contenidas. Newt Scamander, ensangrentado y exhausto, sostenía el cuerpo sin vida de una criatura oscura recién abatida. Los ojos de todos estaban sobre él.
Frank dio un paso al frente.
—Durante años luchamos creyendo que la luz era algo que se nos otorgaba… un don que debíamos merecer. Pero no. —Su voz se quebró por un momento, y luego volvió a elevarse con firmeza—. La luz no es un don… es una elección. Y hoy, elegimos brillar.
El silencio que siguió fue casi sagrado. Una brisa recorrió el campo, disipando parte de la neblina.
Naomi se puso de pie, tambaleante, pero decidida.
—Padre… ¿qué harás?
Frank miró hacia el portal, donde el resplandor púrpura del Velo se retorcía como un corazón herido.
—No yo… nosotros. —Extendió la mano hacia ella—. El sacrificio de Dumbledore nos dio esta oportunidad. Es momento de honrarlo… juntos.
Naomi asintió, las lágrimas surcando su rostro ennegrecido por el humo.
Newt se aproximó, su mirada firme a pesar del cansancio.
—He estudiado cada rastro de energía del Velo. Si unimos nuestras fuerzas, podríamos conjurar algo… algo que equilibre la grieta. Pero la magnitud… —Titubeó—. Es casi imposible.
Frank lo miró con la misma serenidad con la que Dumbledore solía enfrentar lo imposible.
—Entonces, haremos lo imposible.
A su alrededor, los miembros de la Orden formaron un círculo. Algunos apenas podían mantenerse en pie; otros sostenían a los heridos. Pero ninguno se retiró.
Frank levantó su varita, que comenzó a emitir un brillo plateado. Naomi lo imitó, y pronto, todas las varitas se elevaron al unísono, formando un anillo de luz.
—Por los que cayeron… —murmuró Naomi.
—Por los que creyeron —agregó Newt.
Frank cerró los ojos, y su voz se volvió un susurro que se mezcló con el rugido del viento:
—Por Dumbledore… y por el mundo que amamos.
El aire se cargó de energía. Los árboles temblaron. El suelo se agrietó. Desde el portal, una marea de sombras intentó irrumpir, pero la luz que emanaba del círculo comenzó a contenerlas. El brillo se intensificó, expandiéndose como una ola celestial.
Y entonces, Frank sintió una presencia. Una calma familiar, cálida, que envolvía su mente.
“Recuerda, Frank… el amor no te debilita. Te completa.”
Una lágrima le recorrió la mejilla.
—Gracias, profesor…
El cielo se iluminó. Desde las varitas surgieron haces de luz que convergieron en un solo punto, ascendiendo hacia el corazón del portal. El Velo se estremeció. Su superficie, antes turbia y violenta, empezó a fracturarse con destellos dorados.
Naomi apretó la mano de su padre, su voz temblorosa pero decidida.
—¿Cómo lo llamaremos…?
Frank la miró con una mezcla de orgullo y ternura.
—Vox Caeli. La Voz del Cielo.
El círculo vibró con poder. Las runas de la tierra se encendieron. Y mientras los relámpagos cruzaban el firmamento, los miembros de la Orden pronunciaron el conjuro prohibido, las palabras que una vez Dumbledore había susurrado como un secreto de esperanza:
—“Lux Aeternum Vox Caeli!”
Una onda de pura energía divina brotó del suelo, envolviendo el campo entero. Las sombras retrocedieron, gritando, desgarrándose. El portal titiló, resistiéndose. Pero la luz no cedió.
En el centro del círculo, Frank sintió que su cuerpo se elevaba, su magia entrelazándose con la de cada miembro, con la de Naomi, con la de Dumbledore, que parecía resonar más allá de la muerte.
El cielo rugió.
El Velo tembló.
Y el mundo… comenzó a brillar.
Capítulo 18 – Vox Caeli: Renacer
El viento soplaba con un lamento antiguo, como si la tierra misma llorara por lo que estaba a punto de suceder. Las ruinas de Elyndor ardían bajo un cielo desgarrado entre la oscuridad y la aurora. El portal del Velo, abierto como una herida viva, seguía liberando sombras y bestias que rugían con la voz del caos.
Frank permanecía en el centro del campo, de pie, rodeado por los pocos miembros que quedaban de la Orden de Elyn. Naomi sostenía su varita, temblando de agotamiento, pero con una mirada tan firme que parecía sostener el mundo. Newt Scamander, manchado de sangre y polvo, lanzaba hechizos para mantener a raya a las criaturas, mientras el resplandor del conjuro anterior seguía suspendido en el aire como una constelación que se negaba a morir.
El aire era pesado, vibrante, lleno de magia pura. La batalla había cesado momentáneamente. Era el silencio antes del último rugido del destino.
Frank levantó la vista hacia el Velo. Aquella grieta dimensional se agitaba, su superficie ondulante mostraba fragmentos de mundos imposibles: desiertos de fuego, mares de sombra, figuras sin rostro que gritaban nombres perdidos.
—No aguanta mucho más… —dijo Newt, jadeando—. El Velo está reaccionando a nuestro conjuro, pero también absorbiendo su energía. Si seguimos así, nos arrastrará con él.
Frank lo miró. Su semblante era sereno, aunque una tristeza profunda ardía en sus ojos.
—Entonces lo sellaremos… aunque nos cueste todo.
Naomi dio un paso al frente.
—No. No permitiré que te pierdas otra vez, papá.
Él la observó, enmudecido por un instante. El eco de su voz —papá— le recordó lo que había jurado proteger desde el primer día que la sostuvo entre sus brazos. Pero ahora, el mundo entero dependía de esa promesa.
—Naomi… —susurró—. No se trata de perderme. Se trata de que tú vivas. De que todos vivan.
Ella negó con fuerza, las lágrimas deslizándose entre la ceniza.
—Si caes, caeré contigo.
Newt, con el rostro endurecido por el dolor, se interpuso.
—No tenemos tiempo para discutir. Si no sincronizan la energía, el portal se expandirá. Ya no hay alternativa.
Frank respiró hondo. Sentía el flujo del poder en su interior, un río ardiente que rugía en cada célula. El Vox Caeli… un hechizo nacido del sacrificio y la pureza, capaz de hablar directamente al alma del universo. Dumbledore lo había concebido como un canto de esperanza. Ahora, sería su espada final.
Frank levantó su varita, y todos lo imitaron. La tierra vibró bajo sus pies.
—¡Orden de Elyn! —gritó con toda la fuerza que le quedaba—. ¡Hoy no luchamos por la gloria ni por la venganza! Luchamos por la vida, por la memoria de los caídos, por la promesa de un nuevo amanecer.
Las varitas comenzaron a brillar. Los símbolos antiguos del Velo resplandecieron en el aire, trazando un círculo celestial que los rodeó. Naomi se acercó a su padre, colocó su mano sobre la suya y susurró:
—Juntos, hasta el final.
Frank asintió.
—Juntos.
Las voces se alzaron como un coro:
—Vox Caeli!
El suelo se iluminó. Una columna de luz emergió del centro del círculo, elevándose hasta los cielos. El portal rugió como un monstruo herido. Las criaturas intentaron huir, pero la energía del conjuro comenzó a absorberlas, convirtiéndolas en polvo de estrellas.
El aire se llenó de gritos, de magia desbordada. El hechizo crecía más allá de todo control. Newt, con el rostro bañado por la luz, gritó sobre el estruendo:
—¡No pueden sostenerlo! ¡La energía los está consumiendo!
—¡No lo suelten! —rugió Frank, mientras las runas se encendían en su piel—. ¡Somos la barrera entre el mundo y la oscuridad!
Uno a uno, los magos comenzaron a caer. Sus cuerpos se disolvían en destellos de luz pura, sus almas fundiéndose con la corriente mágica del Vox Caeli. Naomi gritó al verlos desaparecer, pero sus lágrimas se evaporaban en medio del resplandor.
—¡Padre, se están sacrificando! —clamó.
—No es sacrificio —respondió Frank con voz entrecortada—. Es renacimiento.
El portal comenzó a cerrarse. La grieta celestial giraba como un vórtice dorado, succionando las sombras y purificando el aire. En medio de aquel torbellino, Azel Tharion emergió desde las ruinas, su cuerpo envuelto en una mezcla de fuego y oscuridad.
—¡No! —rugió, su voz resonando como un trueno infernal—. ¡Nada puede contener el poder del Velo!
Sus ojos ardían en blanco, y lanzó una descarga de energía oscura hacia Frank. Naomi se interpuso, conjurando un escudo de luz que crujió al impacto. Ambos fueron lanzados al suelo, pero no soltaron sus varitas.
Frank se incorporó lentamente, la sangre corriendo por su frente.
—Azel… ya no eres más que un eco del miedo.
—¡Yo soy la herencia eterna! —bramó el villano—. ¡La voluntad del Caído!
Frank alzó la varita una vez más.
—Entonces escucha la voz del cielo.
El conjuro final se desató. Un rayo de luz descendió desde las nubes, chocando directamente contra el cuerpo de Azel. Su grito estremeció el mundo entero. Las sombras se desgarraron, y su figura comenzó a desintegrarse entre la radiancia pura del Vox Caeli.
La explosión fue cegadora. Una onda de energía barrió Elyndor, destruyendo las ruinas, sellando el portal y dejando tras de sí un silencio absoluto.
Cuando la luz se desvaneció, Frank cayó de rodillas, exhausto. Naomi corrió hacia él, lo sostuvo entre sus brazos.
—Papá… ¿lo logramos?
Frank levantó la vista al cielo despejado. Por primera vez en mucho tiempo, no había fuego ni oscuridad. Solo paz.
—Sí… lo logramos —susurró, antes de cerrar los ojos.
Naomi lo abrazó, y en el aire aún flotaban partículas de luz, como si las almas de los caídos se despidieran suavemente, regresando a las estrellas.
Capítulo 19 – El juicio del heredero
El amanecer se alzó sobre Elyndor, pero no con el brillo cálido del sol, sino con una luz etérea, nacida del eco del Vox Caeli. La tierra humeaba, los árboles estaban reducidos a esqueletos carbonizados y el aire olía a magia recién liberada, a sacrificio y esperanza.
Frank y Naomi permanecían de pie en medio de aquel desierto de ruinas. A lo lejos, el cuerpo de Azel Tharion se agitaba entre la ceniza y los restos de la energía celestial. Sus ropajes estaban hechos jirones, su piel marcada por grietas de oscuridad que parecían absorber la luz. Sin embargo, sus ojos… aún ardían con algo más que odio.
Frank, apoyado en su varita, se acercó lentamente. Su respiración era irregular, y cada paso parecía pesarle siglos. Naomi lo siguió, su varita alzada por si el heredero del Caído intentaba otro ataque.
Azel levantó la cabeza. Su voz era un susurro quebrado, una mezcla de furia y comprensión.
—¿Por qué… no me destruyes? —preguntó, su mirada fija en Frank—. Tienes el poder… el mismo poder que mi padre buscó.
Frank lo miró en silencio. El viento arrastraba la ceniza en remolinos lentos.
—Porque destruirte… sería repetir su error. —Su voz era serena, profunda, casi paternal—. Tu padre pensó que el poder era dominio. Yo aprendí que el poder es elección.
Azel apretó los puños, su respiración entrecortada.
—El amor… no te salvará. El Velo volverá a abrirse. Siempre lo hace…
Naomi dio un paso adelante, con la mirada firme.
—Tal vez… pero cada vez que se abre, hay quienes eligen cerrarlo. Y eso es lo que nunca entenderán los que buscan solo la eternidad.
Por un momento, el heredero del Caído la miró… y en sus ojos apareció algo que nadie había visto antes: remordimiento.
Un recuerdo fugaz cruzó por su mente: un niño observando las estrellas junto a su padre, antes de que la oscuridad lo reclamara.
—Padre… —susurró con un hilo de voz—. Ahora entiendo…
Su cuerpo comenzó a desvanecerse, consumido no por la luz, sino por su propia redención. La oscuridad lo abandonó como una sombra expulsada al amanecer. Y antes de desaparecer, extendió la mano temblorosa hacia Naomi.
—Detén… el ciclo…
Ella se acercó, tomó su mano sin miedo.
—Lo haré. Te lo prometo.
Azel sonrió débilmente, y su cuerpo se desintegró en una lluvia de polvo dorado. La energía restante se elevó hacia el cielo, como si el Velo aceptara finalmente su arrepentimiento.
El silencio cayó. El portal, aquel abismo luminoso que había amenazado con devorar los mundos, comenzó a cerrarse lentamente, con un suspiro que sonó casi… humano.
Naomi miró a su padre.
—¿Se acabó?
Frank observó el horizonte, donde la grieta celestial se extinguía.
—No… pero hoy hemos ganado tiempo. Y a veces, hija mía, eso es suficiente para que la esperanza vuelva a nacer.
Ella lo abrazó, rompiendo en llanto. La tierra, aún temblando, parecía respirar con ellos. El cielo se despejó, dejando ver un resplandor dorado que bañó todo Elyndor.
Y entonces, algo ocurrió.
La energía residual del Vox Caeli —esa misma fuerza que había sellado el Velo— comenzó a concentrarse en el suelo, justo donde yacía el cuerpo inmóvil de Brendy. La luz formó un círculo a su alrededor, sus cabellos flotaron suavemente, y una melodía distante, como un canto antiguo de los caídos, llenó el aire.
Naomi se giró, su corazón deteniéndose un instante.
—¡Papá! ¡Mira!
Frank corrió hacia el cuerpo rodeado de luz. Las runas celestiales aparecieron en el aire, danzando como fuego blanco. Cada palabra del Vox Caeli resonaba entre las ruinas, repitiéndose con eco divino:
“Renacer desde la voluntad. Luz que no muere. Alma que regresa.”
El pecho de Brendy se elevó con un suspiro. Su piel recuperó el color, sus ojos se abrieron lentamente, reflejando el cielo puro. Naomi cayó de rodillas, sollozando de alivio.
—No… no puede ser… —susurró—. ¡Brendy!
Brendy parpadeó, confundida. Miró a su alrededor, a la devastación, a la luz que aún la envolvía.
—¿Naomi…? ¿Qué… qué ha pasado?
Naomi la abrazó con tanta fuerza que ambas cayeron al suelo, riendo y llorando a la vez.
—Creí… creí que te habíamos perdido —dijo entre lágrimas.
Frank las observó, con una mezcla de asombro y paz.
—El Vox Caeli… no solo selló el Velo —murmuró—. También devolvió la vida a quienes lucharon por ella.
Brendy lo miró con una sonrisa débil, aún recobrando fuerzas.
—Entonces… ¿ganamos?
Frank sonrió, mirando al cielo.
—Ganamos más de lo que creímos posible. Ganamos un mañana.
La luz se elevó una última vez, ascendiendo hasta las nubes y disipándose como polvo estelar. Elyndor volvió a la calma. No quedaban sombras, solo los restos de una batalla que el tiempo recordaría como el Renacer del Velo.
Naomi, Brendy y Frank permanecieron juntos, mirando cómo el amanecer doraba el horizonte.
Y aunque el mundo había cambiado para siempre, por primera vez… no sintieron miedo.
Capítulo 20 – El amanecer de Elyn
El sol se alzaba sobre un nuevo mundo.
La guerra había dejado cicatrices que ninguna magia podía borrar por completo, pero en la luz dorada del amanecer, esas heridas parecían prometer algo más que dolor: renacimiento.
Elyndor, alguna vez una fortaleza envuelta en ruinas, ahora respiraba vida. Los muros habían sido reconstruidos con magia y manos humanas, entrelazadas en propósito común. Los símbolos de la Orden de Elyn volvían a ondear sobre las torres, no como emblemas de poder, sino como recordatorios del sacrificio que había salvado a ambos mundos.
En el centro del gran salón, bajo una cúpula restaurada con cristales de luz, Frank, Naomi y Brendy presidían una reunión que marcaría el comienzo de una nueva era. A su alrededor, magos, brujas y humanos portaban las insignias de la Orden: una pluma entrelazada con una llama.
Newt Scamander, con su inseparable maletín y el rostro marcado por el cansancio, se levantó con una sonrisa.
—Nunca creí vivir para ver un día como este —dijo mientras sus ojos brillaban tras los lentes—. He visto criaturas imposibles, mundos ocultos, pero nada tan poderoso como la unión que hoy presenciamos.
Frank asintió, su mirada fija en todos los presentes.
—Durante mucho tiempo creímos que el Velo era una frontera… una prisión. Pero hoy sabemos que también es un espejo. Nos muestra lo que somos cuando nos enfrentamos a lo imposible. Y cada uno de ustedes eligió la luz.
Un silencio reverente llenó la sala. Naomi se levantó, su varita descansando sobre el pecho como símbolo de respeto.
—Mi padre tiene razón. No fue la magia la que cerró el Velo, sino nuestra voluntad. Brendy, Newt, cada miembro caído… todos eligieron creer que el amor y el sacrificio aún pueden cambiar el destino.
Brendy, sonriendo débilmente, se levantó junto a ellas.
—Y aunque regresé de donde nadie vuelve —dijo, su voz cargada de emoción—, lo hice para recordarles algo: la esperanza no muere. Solo espera ser llamada por su nombre.
Un aplauso se extendió, primero tímido, luego fuerte, como un rugido de vida.
Frank levantó su varita, y una corriente dorada se elevó hacia la cúpula, formando un símbolo de luz que se expandió sobre Elyndor: la marca de Elyn renacida.
Newt observó el espectáculo con lágrimas contenidas. En una mesa cercana, su pluma mágica escribía por sí sola el último registro del informe final de la Orden:
*“Donde hubo oscuridad, la esperanza florece.
Donde cayó la sangre, nació la vida.
La Orden de Elyn no es solo un grupo de magos.
Es el recuerdo vivo de que el amor puede desafiar incluso al Velo.”*
—Hermosas palabras, Newt —dijo Frank, apoyando una mano en su hombro.
—No son mías —respondió el magizoólogo, sonriendo—. Son de todos los que sobrevivieron para contarlas.
Fuera, los jardines de Elyndor florecían de nuevo. Las criaturas del bosque, antes corrompidas por la oscuridad, volvían a su naturaleza pacífica. Thestrals pastaban junto a unicornios, y el aire olía a tierra nueva tras la lluvia.
Naomi caminó junto a su padre hasta el balcón del castillo. Desde allí podían ver todo el valle: magos reconstruyendo aldeas, niños jugando con pequeñas esferas de luz, y los pendones de la Orden ondeando entre los árboles.
—¿Crees que todo esto durará? —preguntó ella en voz baja.
Frank la miró con ternura.
—Nada dura para siempre… pero hay cosas que trascienden. —Colocó una mano sobre su hombro—. Lo que hicimos aquí no fue salvar un mundo, fue enseñar a la humanidad a elegir la esperanza una y otra vez.
Naomi sonrió, con lágrimas en los ojos.
—Brendy dice que debería escribir un libro sobre esto.
—Si lo haces, asegúrate de poner el final correcto —bromeó Frank—. Uno donde los héroes no mueren, solo descansan.
Ella rió suavemente.
—Tal vez el título sea “El amanecer de Elyn”.
Frank asintió, mirando el horizonte donde el sol se alzaba entre las montañas.
—Perfecto. Porque hoy… el mundo vuelve a amanecer.
Una ráfaga de viento levantó pétalos dorados del jardín, llevándolos al cielo. Newt, desde el interior del salón, observó la escena con una sonrisa nostálgica mientras cerraba su cuaderno.
—Que quede registrado —murmuró—.
—¿Qué cosa, Newt? —preguntó Brendy acercándose.
—Que, pese a todo, los humanos aún pueden aprender de las estrellas.
Ella sonrió.
—Y las estrellas… aún pueden aprender de los humanos.
Las campanas de Elyndor repicaron. Las luces mágicas se elevaron como luciérnagas, formando constelaciones sobre el cielo claro. Por primera vez en siglos, no había portales abiertos, ni ecos del Velo. Solo paz.
Frank abrazó a Naomi y a Brendy. La Orden aplaudía, la música resonaba en el aire, y el amanecer pintaba los rostros de todos con el resplandor de la esperanza.
La historia de la oscuridad había terminado.
Y en su lugar, nacía una nueva era.
*“Así concluye el ciclo del Velo.
Donde la oscuridad reinó, la luz eligió permanecer.
Que el nombre de Elyn sea recordado, no por su poder, sino por su amor.”*
Epílogo – Donde florece la esperanza
El eco de los pasos resonaba solemne sobre el mármol blanco del Ministerio de Magia.
Los ventanales del Gran Atrio estaban abiertos, dejando entrar la luz de una mañana tranquila. Aquel día no se respiraba tensión ni miedo, sino orgullo y gratitud. Después de siglos de guerras, sacrificios y oscuridad, la magia británica se reunía para honrar a los héroes que habían salvado no solo su mundo, sino el alma misma de la humanidad.
En el centro del atrio, bajo una bóveda encantada que mostraba constelaciones vivas, se erguía un estrado dorado. Sobre él, el nuevo Ministro de Magia, Elijah Fairborne, esperaba con su varita alzada. Era un hombre de porte elegante, con ojos claros y una voz que inspiraba respeto y serenidad.
A su lado, Newt Scamander, ya de cabello más plateado y mirada apacible, sostenía una carpeta de pergaminos. Los símbolos de la Orden de Elyn brillaban sobre los estandartes colgados alrededor del atrio. Frente al estrado, decenas de magos y brujas aplaudían al ver entrar a Frank, Naomi, y Brendy.
El Ministro levantó la mano para acallar el murmullo y comenzó su discurso:
—Hoy no celebramos una victoria sobre un enemigo —dijo, con una voz firme pero cálida—. Celebramos el triunfo de la esperanza. Porque cuando el Velo se abrió y el mundo tembló, no fueron los hechizos ni las armas los que nos salvaron, sino el coraje de aquellos que eligieron creer.
Una proyección mágica iluminó el atrio, mostrando imágenes del pasado reciente: la batalla en Elyndor, las llamas del Velo, la luz dorada del Vox Caeli… y el renacer de la Orden. Las escenas se disolvían en un suave brillo, dejando a todos en un silencio reverente.
El Ministro continuó:
—La Orden de Elyn no fue creada por decreto, ni por tradición. Nació de un lazo inquebrantable entre padres e hijos, entre amigos, entre aquellos que se negaron a rendirse. Y por ello, en nombre del Ministerio de Magia, declaro que la Orden de Elyn será reconocida oficialmente como Guardiana del Equilibrio Mágico.
El atrio estalló en aplausos. Newt, con una sonrisa llena de orgullo, avanzó hacia el podio con tres medallas encantadas. Cada una llevaba el emblema de Elyn: una pluma entrelazada con una llama dorada.
—Frank —dijo Newt con emoción, alzando la primera medalla—, por su sabiduría, valentía y sacrificio.
Frank subió lentamente los escalones. Al recibir la medalla, inclinó la cabeza en señal de respeto.
—No luché por gloria ni por reconocimiento —dijo con voz serena—. Luché por mi hija… y por todos los que alguna vez creyeron que la magia podía ser esperanza.
El aplauso fue atronador.
—Naomi —anunció el Ministro, tomando la segunda medalla—, por su compasión, su fuerza y por llevar la luz allí donde todo parecía perdido.
Naomi, con lágrimas contenidas, se adelantó. Frank la abrazó cuando bajó del estrado, y ella susurró:
—Lo logramos, papá.
—Siempre lo haríamos —respondió él con una sonrisa.
Finalmente, Newt sostuvo la tercera medalla.
—Brendy —dijo, con voz emocionada—, por desafiar a la muerte y regresar con la esperanza en el corazón.
Brendy, vestida con túnicas plateadas, caminó entre la multitud con una sonrisa luminosa.
—Supongo que volver de los muertos tiene sus ventajas —bromeó suavemente mientras el Ministro reía—. Pero volver para enseñar… eso es el verdadero milagro.
Tras las condecoraciones, el Ministro levantó nuevamente la voz.
—Y hablando de enseñar… el Consejo de Hogwarts me ha pedido transmitir una oferta especial a dos de nuestras heroínas.
Naomi y Brendy se miraron, intrigadas.
—Naomi Tuesta, la escuela de Hogwarts desea ofrecerle el puesto de Profesora de Pociones —anunció Elijah—. Su conocimiento del equilibrio entre magia vital y oscura será invaluable para las futuras generaciones.
Naomi se llevó la mano al pecho, sorprendida.
—¿Yo… en Hogwarts? —susurró, mirando a su padre.
Frank asintió con una sonrisa orgullosa.
—No hay mejor lugar para enseñar a otros lo que aprendiste con el corazón.
El Ministro prosiguió:
—Brendy Alnora, la Orden y Hogwarts reconocen su dominio sobre la defensa mágica y su espíritu indomable. Por ello, le ofrecemos el cargo de Maestra de Defensa Contra las Artes Oscuras.
Brendy rió emocionada.
—Supongo que finalmente alguien consiguió mantener vivo el puesto por más de un año —dijo entre risas, arrancando carcajadas entre los presentes—. Acepto con honor… y con una pizca de valentía.
Los aplausos se reanudaron. Newt miró a ambas con ternura.
—El futuro de Hogwarts estará en buenas manos —murmuró.
Cuando la ceremonia terminó, Frank, Naomi y Brendy salieron juntos del Ministerio hacia la plaza mágica. El aire era fresco, y los rayos del sol se filtraban entre los edificios encantados.
Frank respiró hondo, mirando el cielo despejado.
—Hace años, solo veía oscuridad —dijo suavemente—. Ahora veo promesas.
Naomi se acercó a él, apoyando la cabeza sobre su hombro.
—Promesas que cumpliremos juntos.
—Como padre e hija —respondió Frank, abrazándola con fuerza.
Brendy se unió al abrazo, sonriendo.
—Y como familia.
Unas lechuzas pasaron sobre ellos, llevando los primeros mensajes de Hogwarts. En la distancia, el castillo se alzaba, majestuoso, como símbolo de un nuevo comienzo.
Newt los observaba desde la puerta del Ministerio, mientras escribía las últimas líneas de su informe final:
*“El mundo mágico florece otra vez.
La Orden de Elyn vive, no en los muros ni en las medallas,
sino en los corazones de quienes eligen la luz.
Donde hubo oscuridad, ahora hay esperanza.
Donde hubo guerra, ahora hay familia.”*
El pergamino se cerró con un brillo dorado.
El amanecer tocó los rostros de Frank, Naomi y Brendy mientras caminaban hacia un nuevo destino.
No hacia la guerra… sino hacia la enseñanza, la vida y la paz.
Y así, bajo un cielo despejado, el nombre de la Orden de Elyn se convirtió en leyenda,
no por su poder,
sino por su amor.
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