Capítulo 1 – Tres años después
El amanecer se desplegaba sobre los torreones de Hogwarts, dorando las piedras centenarias con una luz tibia y esperanzadora. El lago reflejaba el resplandor del sol naciente como un espejo líquido, y por un instante, el mundo parecía en perfecta armonía.
Tres años habían pasado desde la batalla final contra Azel Tharion… tres años desde que el Vox Caeli resonó por última vez, purificando el cielo y sellando el Velo.
El colegio había renacido. Las cicatrices de la guerra se convirtieron en leyendas que los estudiantes ahora escuchaban en los pasillos, con la misma fascinación con la que se hablaba de la Cámara de los Secretos o del propio Dumbledore.
En el aula de Pociones...
Las antorchas parpadeaban suavemente mientras Naomi, ahora profesora de Pociones, observaba a sus alumnos desde la parte frontal del aula.
Su presencia era serena, pero magnética. Sus ojos, tan profundos como la noche antes de un conjuro, reflejaban la sabiduría y la calma de quien había mirado el abismo y había decidido crear luz.
—“Recuerden —decía con voz firme—, la alquimia no es transformar la materia… sino comprender el alma de las cosas.”
Un joven de primer año levantó la mano, nervioso.
—“¿Profesora Naomi, y eso también se aplica a las emociones?”
Naomi sonrió.
—“Exactamente. Las emociones son la materia prima más volátil. Si las dejas escapar, destruyen tu poción… y a veces, tu corazón.”
Los alumnos rieron suavemente.
Naomi bajó la vista al caldero de su escritorio, donde una sustancia violeta hervía lentamente.
Un aroma familiar la envolvió, recordándole el laboratorio de Nicolas Flamel en los Alpes, y las tardes de estudio bajo su guía.
“La piedra no es el poder, sino el reflejo del alma que la toca…”
Las palabras del alquimista resonaron en su mente.
Mientras apagaba el fuego, miró por la ventana hacia los terrenos. A lo lejos, se escuchaban gritos, risas y destellos de varitas. Brendy estaba entrenando a los estudiantes de Defensa Contra las Artes Oscuras.
En el patio de entrenamiento...
En el patio empedrado, Brendy giraba su varita con precisión. Los estudiantes formaban un círculo, lanzando hechizos de práctica.
—“¡Protego! ¡Expelliarmus! ¡Otra vez! ¡Más rápido, con decisión!” —gritaba con la energía de una aurora rugiente.
Una ráfaga azul salió de la varita de una joven aprendiz y rebotó en el suelo.
Brendy la detuvo con un elegante movimiento.
—“No basta con saber el hechizo, muchacha. Debes sentirlo. La magia nace de lo que eres, no solo de lo que dices.”
Uno de los alumnos se le acercó, jadeante.
—“Profesora, ¿usted estuvo en la Guerra del Velo, verdad?”
Brendy lo miró con una media sonrisa.
—“Sí… y te aseguro que ningún libro de historia te contará lo que se siente tener al silencio mirándote a los ojos.”
Su mirada se perdió brevemente en el horizonte, recordando rostros, fuego, sacrificios.
Luego respiró hondo y retomó su postura de instructora.
—“Pero basta de nostalgia. ¡A sus posiciones, que aún no lograrían sobrevivir ni un minuto contra un dementor bien entrenado!”
Las risas volvieron a llenar el aire.
Hogwarts estaba vivo, y por un instante, Brendy sintió que Dumbledore sonreía desde algún lugar.
En la sede de la Orden de Elyn...
A cientos de kilómetros de allí, en las montañas de Gales, una nueva sede de la Orden de Elyn se alzaba sobre un acantilado.
Era un bastión de piedra blanca, cruzado por símbolos mágicos grabados en las paredes, iluminados con runas antiguas.
En su interior, Frank Tuesta, el líder de la Orden y portador de la Varita de Saúco, revisaba un conjunto de pergaminos sobre una gran mesa circular.
A su lado, una figura familiar aparecía proyectada en un espejo encantado: Newt Scamander, con su inconfundible sonrisa cansada y su abrigo marrón.
—“Los informes coinciden, Frank. Tres manadas de Augureys volaron sobre las Tierras Altas esta semana… y no cantaron. Ni una sola nota.”
Frank levantó la vista, intrigado.
—“¿Silencio absoluto?”
Newt asintió.
—“Ni siquiera el viento las acompañaba. Es como si algo apagara el sonido mismo.”
Frank apoyó la mano sobre la mesa. La varita de Saúco brilló levemente, reaccionando a su instinto.
—“Hace tres años que no oigo hablar de fenómenos de ese tipo. No desde el Vox Caeli…”
—“Lo sé —dijo Newt—. Pero esto es distinto. El silencio… no parece natural.”
Frank suspiró.
—“El mundo mágico se reconstruyó demasiado rápido, Newt. Y cuando las cicatrices cierran sin sanar, algo siempre queda atrapado debajo.”
La imagen del magizoólogo se inclinó hacia adelante.
—“Crees que alguien lo está provocando.”
—“No lo sé… pero tengo la sensación de que lo que sellamos con el Velo no era el final. Tal vez solo fue el principio.”
Un silencio tenso llenó la sala.
Fuera, el viento azotaba las montañas, arrastrando ecos antiguos.
En el Ministerio de Magia...
El pasillo principal del Ministerio se extendía majestuoso bajo una cúpula de cristal. Los magos caminaban con normalidad, conversando sobre nuevas leyes, criaturas mágicas y avances de la Orden de Elyn.
Pero al caer la tarde, algo cambió.
Una ráfaga helada recorrió el corredor central. Las antorchas parpadearon.
Y entonces, una empleada del Departamento de Misterios soltó un grito ahogado.
—“¡Por Merlín… miren eso!”
Todos se giraron hacia la pared principal del atrio.
Allí, grabado con una precisión sobrenatural, apareció un símbolo circular hecho de líneas entrelazadas, semejante a un ojo cerrado.
Debajo, en letras negras que parecían absorber la luz, podía leerse:
“EL SILENCIO NOS SALVARÁ.”
El murmullo del Ministerio se desvaneció. Nadie respiraba.
Y por un instante, el gran edificio pareció perder su sonido: los relojes se detuvieron, las plumas dejaron de escribir, las conversaciones se extinguieron.
Un aura helada invadió el aire, tan densa que algunos magos comenzaron a toser.
Desde su oficina, Hermione Granger, la actual Ministra de Magia, salió apresurada, varita en mano.
—“¡Aíslen el área! ¡Nadie toca ese símbolo hasta que llegue la Orden de Elyn!”
Pero cuando intentaron borrar el grabado, las runas resplandecieron con una energía grisácea… y una voz femenina, apenas un susurro, resonó en el aire:
“El ruido… pronto terminará.”
En su oficina, Frank levantó la cabeza de golpe.
Un escalofrío recorrió su columna.
La varita de Saúco comenzó a emitir un zumbido grave, como si algo invisible la despertara.
En el mismo instante, en Hogwarts, Naomi detuvo su clase: todas las pociones del aula se tornaron negras.
Y en el patio, Brendy sintió cómo el viento se detenía, abruptamente.
El mundo entero pareció contener el aliento.
Y entonces, un susurro cruzó los confines de la realidad…
“El Silencio ha despertado.”
Capítulo 2 – Ecos de la piedra
El amanecer en Hogwarts era distinto aquel día. Un viento helado descendía desde las montañas, colándose entre los torreones del castillo. Naomi, con su túnica de profesora, cerró los ventanales del aula de Pociones mientras observaba el tenue reflejo del sol sobre los vidrios empañados. Sentía algo extraño en el aire… una vibración apenas perceptible, como si el mundo mágico contuviera el aliento.
Sobre su escritorio, entre pergaminos y frascos de cristal, reposaba una carta. El sello de cera roja mostraba un emblema que hacía décadas no se veía: una serpiente y un fénix entrelazados en oro. Naomi frunció el ceño.
—¿Qué es esto…? —susurró, rompiendo el sello con cautela.
La carta estaba escrita con una tinta dorada que parecía brillar con luz propia. Las palabras, pulcras y elegantes, la dejaron sin aliento:
“A la brillante mente que osó mirar más allá del Velo.
La alquimia recuerda lo que la magia olvida.
Ven a verme antes de que la piedra despierte.”
— Nicolas Flamel
El nombre hizo eco en su mente. Naomi había oído incontables historias sobre él; el legendario alquimista, amigo de Dumbledore, poseedor de la Piedra Filosofal. Pero lo que la perturbó fue el tono de advertencia en la carta.
Sin dudarlo, acudió a la oficina de Brendy. La encontró entrenando a un grupo de jóvenes aurores, el aire vibrando con destellos de hechizos defensivos.
—¡Naomi! —exclamó Brendy, al verla entrar con la carta en mano—. ¿Qué sucede? Tienes esa mirada de cuando algo grande está por revelarse.
Naomi le entregó la carta.
Brendy leyó y sus ojos se abrieron de par en par.
—¿Nicolas Flamel? Creí que había desaparecido hace años.
—Al parecer no —respondió Naomi, pensativa—. Y si me está buscando, debe ser por algo que tiene que ver con el Vox Caeli.
—¿Quieres que te acompañe?
Naomi negó con una sonrisa leve.
—No esta vez. Si es cierto lo que sospecho, Flamel me citará sola. Pero mantén informados a mi padre y a Newt. Si no regreso antes del amanecer, sabrán que algo va mal.
Horas después, Naomi montaba su escoba encantada y se perdía entre las nubes. El viento golpeaba su rostro, y la imagen de Hogwarts se desvanecía detrás de ella. Los Alpes se alzaban en el horizonte, majestuosos y cubiertos de nieve, como guardianes del tiempo.
El santuario de Flamel se hallaba oculto entre dos picos, protegido por un hechizo de ilusión tan poderoso que solo aquellos con su permiso podían encontrarlo. Naomi descendió lentamente, su varita en alto. Al tocar tierra, una cúpula dorada emergió de la nada, formada por energía pura.
De su interior, una voz cálida y pausada la recibió:
—Eres hija de un hombre que portó la luz del cielo… y maestra del fuego que desafía la oscuridad. Bienvenida, Naomi.
Las puertas del santuario se abrieron. Dentro, el aire olía a incienso y piedra antigua. Miles de símbolos alquímicos flotaban en el aire como constelaciones vivas. En el centro de la sala, un anciano de barba blanca y ojos color ámbar tallaba un fragmento de cristal que parecía contener el universo.
—Señor Flamel… —dijo Naomi, reverente.
Él levantó la mirada y sonrió con serenidad.
—Hace años que esperaba conocer a la hija de Frank. Dumbledore hablaba de ustedes con orgullo.
Naomi se acercó, observando el fragmento en su mesa.
—¿Qué es eso?
—Un eco de la Piedra Filosofal. Pero no la misma —respondió Flamel, girando el cristal en sus manos—. Esta es su reflejo… o, mejor dicho, su sombra.
Naomi frunció el ceño.
—¿Sombra?
Flamel se levantó, caminando lentamente hacia un mural cubierto por una sábana de tela. Con un leve movimiento de su varita, la descubrió. Ante ellos apareció un símbolo similar al de la Piedra Filosofal, pero invertido: una esfera oscura dentro de un triángulo dorado.
—La Piedra del Alma —susurró Flamel—. La contraparte olvidada de mi creación. Donde la Piedra Filosofal otorga vida y conocimiento, esta absorbe energía vital y conciencia. No transforma el plomo en oro… transforma el alma en poder.
Naomi dio un paso atrás.
—Eso es… imposible.
—Nada en este mundo es imposible, solo olvidado —replicó Flamel, con gravedad—. Cuando tu padre conjuró el Vox Caeli, abrió un puente entre la materia y el espíritu. Ese eco… ha despertado la otra piedra.
Naomi sintió un escalofrío.
—¿Y quién podría usar algo así?
—Alguien que entienda el equilibrio entre la creación y la muerte —contestó Flamel—. Alguien que no tema al silencio.
El silencio. La frase resonó en la mente de Naomi como un eco del símbolo grabado en el Ministerio: “El silencio nos salvará.”
—Flamel… —dijo Naomi en voz baja—. ¿Crees que esto esté relacionado con ese mensaje?
El alquimista asintió lentamente.
—El mundo está empezando a escuchar voces que no provienen de este lado del velo. Y si alguien busca la Piedra del Alma, no lo hace por curiosidad… sino por control.
Naomi se acercó, decidida.
—Entonces dime cómo detenerlo.
Flamel la miró con tristeza.
—Detenerlo no será suficiente, Naomi. Tendrás que comprenderlo. Porque si la Piedra del Alma despierta… no solo el velo entre la vida y la muerte se romperá otra vez. También el que separa al hombre de su propia oscuridad.
La luz dorada del santuario se volvió tenue. Naomi apretó su varita con fuerza, sabiendo que acababa de entrar en un terreno más peligroso que cualquier guerra anterior.
Y mientras el eco de las palabras de Flamel resonaba en su mente, una sombra cruzó las montañas, invisible para ambos.
Una voz femenina, fría y elegante, susurró en el viento:
—La piedra… ya me ha respondido.
Era Noctyra.
Y su despertar acababa de comenzar.
Capítulo 3 – El susurro en el espejo
La lluvia caía sobre las torres de Hogwarts con un murmullo constante, como si el cielo intentara advertir que algo antiguo se había despertado. En las mazmorras, donde el aire olía a piedra húmeda y pociones secas, Naomi hojeaba un libro de runas arcanas a la luz temblorosa de una vela.
Brendy irrumpió con el rostro pálido, respirando agitadamente.
—Naomi… tienes que venir. Es… el espejo.
—¿El espejo? —preguntó Naomi, frunciendo el ceño—. ¿De qué estás hablando?
—El Espejo de Oesed. McGonagall lo había guardado bajo sellos desde la guerra… pero hoy… apareció en el aula vacía del tercer piso. Solo… estaba ahí.
Naomi dejó el libro y tomó su varita.
—Eso no es posible. Ese espejo fue sellado por orden de Dumbledore antes de… —Su voz se apagó. El nombre aún dolía.
Brendy asintió con gravedad.
—Lo sé. Pero escuché una voz, Naomi. Una voz femenina. Dijo que podía mostrarme “un mundo sin dolor”.
El eco de esas palabras heló la sala.
Sin decir más, ambas salieron del laboratorio y subieron por los pasillos de piedra. Las antorchas chispeaban con una luz azulada mientras el castillo parecía contener la respiración.
Cuando entraron en el aula abandonada, allí estaba: el Espejo de Oesed, cubierto de grietas como si el cristal se hubiera fracturado por dentro. Su marco dorado aún relucía, pero el reflejo ya no mostraba la simple imagen de quien se miraba… sino un remolino oscuro, con destellos rojos como brasas.
Brendy se mantuvo atrás, inquieta.
—No lo mires directamente —susurró.
Naomi se acercó despacio. Su varita tembló en su mano.
—Revelo Arcanum… —murmuró. Un haz de luz dorada cubrió el espejo, revelando símbolos antiguos que se movían como si tuvieran vida propia. Runas del Velo.
La superficie comenzó a agitarse, y una voz femenina emergió, suave como un suspiro, pero cargada de algo insondable:
—¿Por qué temes mirarme, hija de la luz? Yo solo muestro la verdad que el corazón ansía.
Naomi sintió que el aire se volvía más pesado.
—No eres un reflejo —dijo con voz firme—. Eres algo más. Algo que no pertenece aquí.
La voz respondió con un eco casi burlón:
—¿Y tú sí, Naomi? ¿A qué mundo perteneces tú? Al de los hombres… o al de las sombras?
Las luces del aula parpadearon. Naomi dio un paso más. Su reflejo cambió: ya no era ella misma.
En el espejo se veía un mundo devorado por la oscuridad, Hogwarts reducido a cenizas, el cielo rasgado por un velo de sombras. Criaturas salían de la tierra, devorando la luz. En el centro de todo, una figura femenina con ojos blancos extendía los brazos: Noctyra.
Y detrás de ella… Frank, su padre, caía de rodillas, su varita rota.
—¡No! —gritó Naomi, alzando la mano. El espejo vibró, y su reflejo la imitó… pero sonrió con una calma inhumana.
—Todo silencio es hambre… y toda hambre, deseo —susurró la voz.
La imagen se desvaneció. Naomi retrocedió, con lágrimas en los ojos.
Brendy la sostuvo.
—¿Qué viste?
—El futuro… —susurró Naomi con la voz quebrada—. Un futuro que no debe existir.
Esa noche, en la sede de la Orden de Elyn, Frank caminaba inquieto por el salón circular donde el fuego flotaba en el aire. El espejo había sido reportado por Brendy, y él esperaba ansioso la comunicación con Nicolas Flamel.
De pronto, la llama central del salón tomó la forma de un rostro anciano: los ojos brillantes del legendario alquimista.
—Frank… he sentido el eco —dijo Flamel con tono grave—. El Espejo de Oesed está contaminado por la energía del Velo. Lo que una vez mostraba los deseos del corazón… ahora susurra lo que el alma teme perder.
Frank frunció el ceño.
—¿Qué significa eso, Nicolas?
—Significa que el Silencio ha comenzado a moverse —respondió el alquimista—. Y recuerda mis palabras, Frank…
La llama tembló, y su voz se distorsionó, grave, antigua, como si hablara desde más allá del tiempo:
“El silencio no es ausencia… es hambre.”
El fuego se apagó de golpe.
Frank quedó mirando las cenizas flotando en el aire, sabiendo que el primer susurro de la oscuridad había comenzado.
Esa noche, Naomi regresó al aula del espejo. Nadie más se atrevía a entrar, pero ella debía enfrentarlo. El espejo estaba quieto, aparentemente inerte, pero en su superficie aún se distinguía un rastro: una marca brillante, una runa grabada desde dentro del cristal.
Era el mismo símbolo que había aparecido en el Ministerio:
“El Silencio nos salvará.”
Naomi respiró hondo y susurró para sí misma:
—Si el espejo me muestra el futuro… yo lo cambiaré.
La cámara se cerró con un destello plateado, reflejando su mirada decidida y la sombra del espejo que, en silencio, sonreía.
Capítulo 4 – El despertar de Noctyra
La luna se alzaba sobre los restos del castillo de Kael’Tharion, una fortaleza ennegrecida por la guerra y el tiempo. Las murallas estaban rotas, cubiertas de musgo, y el aire olía a hierro y ceniza. Allí, donde una vez el hijo del caos había sido derrotado, una nueva oscuridad comenzaba a formarse.
Bajo la estructura derruida, en lo más profundo de las catacumbas, doce figuras encapuchadas formaban un círculo perfecto alrededor de un altar de piedra agrietada. En su centro, una losa cubierta por un velo blanco palpitaba, como si algo respirara debajo.
El líder de los encapuchados alzó su bastón, del cual emanaba una luz enfermiza, verde y gris.
—Ha llegado la hora —susurró con reverencia—. El eco del Velo ha despertado. Los signos están completos. La profecía se cumple.
Otro acólito tembló al hablar:
—¿Está seguro… maestro? Si liberamos lo que duerme, ni siquiera la muerte podrá contenerla.
El líder lo miró sin compasión.
—El silencio no puede ser contenido. Solo puede ser servido.
Entonces, hundió su bastón en la piedra y comenzó el ritual.
Un viento helado recorrió las catacumbas. Las velas se apagaron una a una, dejando solo el resplandor de la losa. Los acólitos empezaron a entonar un canto gutural, una lengua antigua que ningún ser humano debería conocer.
“In Velo, in Tenebris, in Silencio… renascitur anima.”
La losa vibró. Grietas luminosas recorrieron su superficie. El velo blanco comenzó a elevarse lentamente, flotando como una neblina viva.
Y entonces… los ojos se abrieron.
No eran ojos humanos. Eran dos lunas negras, orbitando dentro de un rostro pálido, perfecto, casi divino. La figura que emergió del velo tenía el cabello largo, blanco como la ceniza, y su piel emitía una luz tenue, espectral.
Los acólitos cayeron de rodillas.
—¡Madre del Silencio! —clamaron—. ¡Has despertado!
Ella los miró con calma. Su voz fue apenas un susurro, pero resonó como un trueno en la mente de todos:
—El ruido del alma… debe cesar.
El aire se quebró con su palabra. Los muros temblaron. Algunos de los seguidores gritaron, llevándose las manos a los oídos, mientras otros lloraban al sentir sus pensamientos ahogarse en la mente de la nueva entidad.
El líder, tembloroso, se arrodilló ante ella.
—Señora… Noctyra… el mundo aún recuerda el caos del Velo. Pero esta vez, lo controlaremos.
Ella giró lentamente el rostro hacia él. Sus ojos lo atravesaron como cuchillas.
—¿Controlar…? —repitió con una calma escalofriante—. El Silencio no se controla. Se acepta.
El hombre intentó responder, pero un hilo de sangre comenzó a correrle por la nariz. Su cuerpo se petrificó en silencio absoluto. Sin un grito. Sin un sonido. Solo vacío.
Cuando cayó, su cuerpo se desintegró en polvo.
Noctyra avanzó un paso, su pie desnudo rozando la piedra fría.
—Yo soy lo que queda cuando el alma calla. Yo soy el eco del Velo.
Su mirada se dirigió hacia el techo, hacia el cielo que no podía ver.
—Los descendientes de Elyn aún respiran… pero su ruido pronto terminará.
Uno de los acólitos se atrevió a hablar, con la voz quebrada:
—¿Qué debemos hacer, mi señora?
Noctyra levantó su mano, y de sus dedos emergieron hilos oscuros que se extendieron por las paredes, grabando símbolos de poder.
—Reúnan a los que escuchan la quietud —ordenó—. Los Silentes volverán a caminar entre los vivos.
El aire se volvió pesado. Desde las sombras comenzaron a surgir figuras, espectros, humanos y bestias fusionadas con magia prohibida. Algunos llevaban máscaras de porcelana rota; otros, sellos del Ministerio arrancados de sus túnicas.
—Traedme la Piedra del Alma —susurró Noctyra—. Y traedme a los hijos del ruido… a los que aún creen en la luz.
El cielo sobre las ruinas se abrió en un rayo de luna oscura. La figura de Noctyra ascendió entre los escombros, su velo flotando alrededor como si el viento mismo la temiera.
Cuando habló por última vez esa noche, su voz se expandió por todo el mundo mágico, como un eco que cruzó montañas y mares.
“El silencio ha despertado. Y su canto… será eterno.”
A kilómetros de distancia, en la sede de la Orden de Elyn, Frank se despertó sobresaltado. Un espejo en su habitación se había agrietado de golpe, reflejando un resplandor blanco.
—No… —susurró, tomando su varita.
En ese momento, Naomi, desde su dormitorio en Hogwarts, se incorporó jadeando.
Había oído la misma voz.
La misma frase.
Y en el aire, flotando como un suspiro apenas audible, resonó una última palabra:
“Noctyra.”
Capítulo 5 – La Orden dividida
El reloj de péndulo en la sala principal de la sede de la Orden de Elyn marcaba la medianoche cuando Frank ingresó, seguido por una ráfaga de viento helado. El fuego en la chimenea crepitaba, proyectando sombras alargadas sobre los rostros reunidos.
Los miembros más antiguos de la Orden estaban allí: Naomi, Brendy, Newt Scamander, el estratega Capitán Lorian, y varios nuevos reclutas con insignias brillantes. La tensión era palpable, como si el aire mismo presintiera que algo oscuro los escuchaba.
Frank dejó caer un pergamino sobre la mesa central. En él, dibujado con precisión mágica, se extendía el símbolo que había aparecido en el Ministerio: “El Silencio nos salvará.”
—Esto apareció anoche en la cámara de seguridad del Departamento de Misterios —dijo Frank, su voz grave, cargada de cansancio—. Pero hay más. Algunos testigos aseguran haber oído… una voz femenina.
Naomi frunció el ceño.
—Noctyra. —Su tono fue un susurro, pero bastó para que todos los presentes sintieran un escalofrío.
Brendy se inclinó hacia adelante.
—¿Estamos seguros de que es ella? Después del colapso del Velo, los registros de Kael y Azel fueron borrados. Quizás solo sea una secta imitadora.
Newt negó con la cabeza lentamente.
—No, Brendy. Las criaturas que emergieron hace tres noches… no responden a ningún tipo de magia elemental conocida. Son… vacíos vivos. —Alzó un frasco de cristal con un residuo gris—. Esto era parte de una de ellas. Está completamente carente de maná, pero aun así… se mueve.
Un silencio espeso cayó sobre la mesa.
Frank respiró profundo.
—La Orden se fundó para prevenir que el Velo se abriera de nuevo. Pero si Noctyra está detrás de todo esto, no hablamos de sellos… hablamos del fin de la voz humana.
El Capitán Lorian, un mago corpulento con barba gris y cicatrices de batalla, se puso de pie golpeando la mesa con el puño.
—¡Entonces luchemos, maldita sea! —rugió—. ¡No podemos escondernos cada vez que una sombra susurra!
Naomi se levantó también, mirándolo con dureza.
—Y si atacar solo la fortalece, Lorian? No sabemos cómo combate una fuerza que mata sin tocar, que escucha sin ojos. Necesitamos estrategia, no impulsos.
Lorian la miró desafiante.
—Con todo respeto, profesora, la estrategia no salvó a los que cayeron con tu padre en Elyndor.
El golpe de esas palabras resonó en la sala. Brendy se levantó bruscamente.
—¡Cuidado con lo que dices, Lorian! —advirtió—. Todos aquí le debemos algo a Frank.
Frank levantó la mano, imponiendo calma.
—Basta. Nadie aquí tiene la verdad absoluta. Pero todos tenemos el mismo enemigo. Noctyra está en movimiento, y si nos dividimos… ella ganará sin lanzar un solo hechizo.
El murmullo general se apagó. Durante unos segundos, el único sonido fue el chasquido del fuego.
Entonces, una ráfaga helada atravesó la sala. Las velas titilaron violentamente.
Naomi giró hacia la ventana.
—¿Sintieron eso?
Lorian, de pie junto a la puerta, fue el primero en mirar hacia el pasillo oscuro.
—Solo el viento —murmuró. Pero su voz sonó débil, insegura.
Frank se acercó un paso, su varita ya lista.
—Lorian…
Pero el capitán no respondió. Se tambaleó, como si algo invisible le oprimiera el pecho. Un sonido apenas perceptible llenó el aire: un suspiro, largo y distante.
De pronto, el cuerpo de Lorian se arqueó hacia atrás. Los demás corrieron, pero era demasiado tarde.
Un segundo después, cayó al suelo con un golpe seco. Su varita rodó hasta los pies de Naomi.
Brendy se arrodilló de inmediato, revisando su pulso.
—No hay heridas. No hay magia activa. —Su voz se quebró—. Simplemente… murió.
El silencio llenó la habitación. Pero entonces, el cuerpo de Lorian comenzó a moverse por sí solo.
Naomi retrocedió, horrorizada.
—¡Atrás!
Lentamente, la piel del capitán empezó a agrietarse como si algo escribiera desde dentro. Letras incandescentes emergieron sobre su pecho, quemando su carne hasta formar una frase:
“Ella escucha.”
El fuego de la chimenea se extinguió de golpe. La oscuridad los envolvió por completo.
Frank levantó la varita y conjuró una luz, pero esta apenas brilló.
—Apártense —ordenó con voz firme.
El cuerpo de Lorian se disolvió en cenizas, dejando solo el símbolo del silencio grabado en el suelo: una espiral rodeada por runas invertidas.
Nadie se movió por un largo rato. Solo Naomi rompió el mutismo.
—Esto no fue magia conocida… Noctyra mató a través del sonido. No con hechizos, sino con intención.
Newt, aún temblando, murmuró:
—Ella no necesita verte… solo oírte.
Brendy cerró los ojos, intentando contener las lágrimas.
—Entonces no podemos ni hablar en voz alta.
Frank los miró a todos, su rostro endurecido, la luz de su varita reflejándose en los ojos cargados de determinación.
—Entonces aprenderemos a hablar sin ruido.
—¿Cómo? —preguntó Naomi.
—Con la mente —respondió él, bajando la voz—. Si el silencio escucha, nosotros pensaremos más fuerte.
El grupo asintió. Pero mientras todos trataban de recuperar el control, una última brisa recorrió la sala, apagando la tenue luz.
Y en ese instante, todos oyeron —en el fondo de su mente— una voz dulce, femenina, casi compasiva:
“El ruido ha comenzado a callar.”
Frank apretó la varita con fuerza.
—La guerra… ha vuelto.
Capítulo 6 – Voces que mueren
El amanecer sobre el Bosque Prohibido era una herida abierta de luz gris. Entre la bruma espesa, Newt Scamander avanzaba con paso lento, su maletín mágico colgando del hombro y un pergamino en la mano. El aire olía a tierra húmeda y ceniza… como si algo antiguo estuviera pudriéndose bajo el suelo.
A cada paso, el bosque parecía más quieto. Demasiado quieto. Ni un crujido, ni un graznido, ni el murmullo del viento entre las hojas. Solo el peso de un silencio que dolía.
Newt se agachó junto a un claro donde yacía una criatura alada, una especie de hipogrifo juvenil con las plumas erizadas. Su pico estaba entreabierto, pero no emitía sonido alguno, ni siquiera al respirar. Su pecho se movía con dificultad.
—Tranquilo, pequeño… —susurró Newt, acariciando su cabeza.
Sacó un pequeño instrumento de su bolso: una esfera de cristal con runas resonantes, diseñada para captar las frecuencias mágicas de comunicación animal.
Cuando la activó, el cristal vibró, pero no emitió ni un solo eco.
—No puede ser… —murmuró, ajustando las runas—. Todos los canales están vacíos. No hay… ni una voz.
La criatura lo miró con ojos tristes, y durante un segundo, Newt juraría haber visto algo reflejarse en su iris: una figura envuelta en un velo blanco, con los ojos tan negros como lunas nuevas.
La figura lo observó fijamente desde dentro del cristal, y una voz apenas perceptible resonó en su mente:
“Las voces son ruido… y el ruido es sufrimiento.”
Newt retrocedió bruscamente. La esfera cayó al suelo y se hizo añicos. La visión desapareció, pero el silencio se mantuvo.
El mago respiró con dificultad, su corazón latiendo con fuerza.
—Noctyra…
En Hogwarts, el día se volvió extraño.
Los estudiantes caminaban por los pasillos con rostros confundidos; los retratos, que normalmente reían, discutían y cuchicheaban sin cesar, estaban… mudos.
Las figuras pintadas se movían, gesticulaban, abrían la boca… pero ni una sola palabra emergía de ellos.
En el despacho de Pociones, Naomi y Brendy observaban un retrato antiguo de la fundadora Helga Hufflepuff, quien agitaba las manos desesperadamente, intentando emitir alguna advertencia.
Naomi colocó la varita sobre el marco.
—No hay bloqueo de sonido… —dijo, frunciendo el ceño—. Es como si su voz hubiera sido… arrebatada.
Brendy miró a su alrededor, inquieto.
—¿Y si no es un hechizo local? ¿Y si esto está ocurriendo en todo el castillo?
Naomi se giró hacia él.
—Lo está. Los retratos de los pasillos superiores ya están igual. Incluso el Sombrero Seleccionador no responde.
El eco de esas palabras los estremeció.
Brendy se acercó a la ventana y vio cómo las torres del castillo parecían más opacas, como si una bruma invisible drenara la vida misma del lugar.
—Frank tenía razón —susurró Brendy—. El silencio no es ausencia… es hambre.
Naomi asintió, apretando el pomo de su varita.
—Y está alimentándose de nuestras voces.
De pronto, un rugido sordo estremeció el suelo.
Los dos se miraron alarmados.
Desde los corredores, los cuadros comenzaron a temblar dentro de sus marcos, como si algo los empujara desde adentro.
Las figuras pintadas abrían sus bocas en un grito que nadie podía oír.
Naomi lanzó un hechizo de revelación:
—Verum Resonare!
Un resplandor etéreo cubrió las paredes. Entonces lo vieron.
Entre las grietas de las piedras, filamentos negros de energía se extendían como raíces vivas, recorriendo el castillo y devorando los ecos mágicos.
Brendy levantó su varita.
—¡Atrás!
Los filamentos se movieron, respondiendo al sonido de su voz.
Naomi lo detuvo al instante.
—¡No hables! ¡Se alimenta de las palabras!
Ambos retrocedieron mientras los hilos oscuros se agitaban, buscando su fuente sonora.
En ese instante, una silueta comenzó a formarse al final del pasillo: una mujer envuelta en un velo blanco, sus pies flotando a unos centímetros del suelo.
Su rostro era indistinto, pero sus ojos —dos esferas negras, infinitas— los observaban con una serenidad que resultaba inhumana.
La figura habló sin abrir los labios.
“El eco duele. El silencio cura.”
Naomi apretó la varita contra su pecho, sus labios temblando.
—Noctyra…
Brendy dio un paso al frente, desafiante, pero Naomi lo sujetó.
—No. Si respondes… te escuchará.
La figura los observó un instante más, luego giró la cabeza lentamente y desapareció entre la niebla mágica que comenzaba a invadir el corredor.
El silencio que quedó fue tan profundo que el corazón de Naomi sonaba como un tambor.
—Está dentro del castillo —susurró Brendy, con el rostro pálido.
Naomi miró hacia el cielo que se veía por los ventanales: las nubes se movían sin viento, como si el aire mismo temiera emitir sonido.
—No… —respondió con voz temblorosa—. Está en todas partes donde alguien teme hablar.
Mientras tanto, en los límites del bosque, Newt Scamander colocaba una nota urgente dentro de su maletín.
Su voz, apenas audible, murmuró:
—Frank debe saberlo. Las criaturas están perdiendo más que su voz… están perdiendo su alma sonora.
El hipogrifo sin sonido lo miró con ojos apagados, y del cielo cayó una fina lluvia gris.
Cada gota que tocaba el suelo no hacía ruido alguno.
El silencio se estaba volviendo absoluto.
Y en ese instante, en algún lugar entre el bosque y las ruinas de Kael’Tharion, una voz femenina resonó por encima de toda la quietud, suave como un rezo:
“Cuando el último ruido muera… el mundo despertará.”
Capítulo 7 – El conjuro del eco
(El Ascenso del Silencio – Parte I)
El amanecer caía como una bruma dorada sobre los jardines de Elyndor, tiñendo los árboles con reflejos de ámbar. Naomi descendía lentamente del carruaje encantado que la traía desde los Alpes. En sus manos, protegida por una caja de cristal rúnico, brillaba un fragmento irregular, translúcido… como si contuviera un pequeño universo dormido dentro.
La Piedra del Alma.
Frank la esperaba en el umbral del antiguo salón de invocaciones, flanqueado por Brendy y Newt. Las runas del suelo —grabadas desde la primera guerra del Velo— parecían reaccionar a la presencia del fragmento, emitiendo un leve resplandor azulado.
—¿Lo lograste? —preguntó Frank, su voz cargada de cautela y admiración.
Naomi asintió, y el brillo dorado del amanecer se reflejó en sus ojos—. Flamel tenía razón. Este fragmento… no pertenece a la Piedra Filosofal. Es algo más antiguo. Dijo que fue tallado para contener ecos del alma humana.
Newt, siempre curioso, inclinó la cabeza. —¿Ecos… como recuerdos?
—No exactamente —respondió Naomi, abriendo la caja con cuidado—. Según Flamel, esta piedra no guarda recuerdos, sino resonancias. Lo que el alma sintió… lo que el alma aún siente.
Brendy dio un paso atrás, observando cómo el fragmento latía con una luz dorada pulsante. —No me gusta cómo suena eso. Si puede contener emociones, también puede liberar las que no deberían volver.
Frank respiró hondo.
—Entonces debemos entenderla antes de que otro lo haga.
En la mesa central, extendió un tapiz de invocación antiguo, el mismo que Dumbledore había usado décadas atrás para estudiar reliquias prohibidas. A un costado, la Varita de Saúco descansaba sobre un soporte de plata.
Frank la tomó con un gesto solemne, y una corriente invisible cruzó el aire.
—La varita reaccionará al fragmento —dijo Naomi—. Flamel me advirtió que el contacto entre ambos podría abrir un vínculo con los “ecos” del pasado.
—Entonces no lo haremos a medias —respondió Frank—. Si el pasado tiene algo que decirnos… lo escucharemos.
Alzó la varita. La magia respondió con un rugido profundo. Las runas en el suelo brillaron como si un fuego invisible las recorriera. El aire se volvió denso, vibrante, y un halo de luz dorada emergió del fragmento.
La habitación entera tembló.
De pronto, las paredes desaparecieron.
Frank se halló en un pasillo de piedra iluminado por antorchas azules. Las sombras se movían con vida propia. Frente a él, una figura de barba blanca y mirada tranquila lo observaba con ternura: Dumbledore.
—Siempre supe que la verdad te encontraría, Frank —dijo el anciano con una voz que era mitad eco, mitad viento—. Pero cuidado… el eco no distingue entre lo que fuiste, lo que eres y lo que temes ser.
Antes de que Frank pudiera responder, el pasillo se fracturó. Otro rostro surgió entre las grietas: Kael’Tharion, su piel marcada por símbolos arcanos.
—El poder del alma no puede contenerse. Ni siquiera por la muerte —gruñó—. Nosotros solo abrimos la puerta… ustedes decidieron cruzarla.
El aire se volvió negro. Y desde la oscuridad emergió Azel, con sus ojos pálidos y vacíos, una sombra de lo que fue.
—¿Crees que me venciste, Frank? —su voz era un lamento y un susurro al mismo tiempo—. No puedes matar lo que ya es parte del eco.
El fragmento vibró en la realidad. Naomi lo sostuvo, intentando estabilizarlo, pero una voz nueva, suave y femenina, llenó la sala:
—Frank…
Él se giró.
Una figura cubierta por un velo blanco se formó dentro de la luz del fragmento. Su rostro era difuso, pero sus ojos… dos lunas negras.
Noctyra.
—Tu alma canta más fuerte que las demás —susurró ella—. Puedo oír su ruido. Tu amor, tu fe, tus miedos… todo eso es lo que debo silenciar.
El fragmento se agrietó. Naomi retrocedió, alarmada.
—¡Papá, suéltalo! ¡La piedra está absorbiendo tu energía!
Pero Frank no la escuchaba. La voz de Noctyra lo rodeaba, envolviéndolo como una bruma. En ese instante, el Vox Caeli, la reliquia espiritual de la Orden, comenzó a vibrar en la cámara contigua.
Un sonido celestial —como un coro antiguo— se alzó desde las profundidades del castillo.
El eco de aquel canto atravesó las paredes, alcanzando los bosques, los cielos, las torres de Hogwarts.
Después de tres años de silencio… el Vox Caeli resonó de nuevo.
El fragmento cayó al suelo, apagado.
Frank jadeaba, con la varita aún en la mano. Naomi corrió hacia él, colocándole una mano en el hombro.
—¿Qué viste, papá?
Frank alzó la mirada hacia el horizonte, donde las primeras sombras del crepúsculo se extendían como alas.
—Vi lo que temía… —susurró—. Noctyra no está viniendo.
Naomi lo miró, confundida.
—¿Qué quieres decir?
Frank apretó la varita con fuerza.
—Ya está aquí.
El viento sopló dentro del salón, y por un instante, el eco del Vox Caeli se detuvo…
Solo para dejar, en el aire, un murmullo casi imperceptible:
—El silencio ha despertado.
Capítulo 8 – Los Silentes
(El Ascenso del Silencio – Parte II)
La lluvia caía en diagonales sobre el techo de la sede de la Orden de Elyn. Los truenos se confundían con los ecos lejanos de magia contenida. Frank observaba desde la ventana principal: tres figuras encapuchadas, amarradas con cuerdas encantadas, eran escoltadas hacia las mazmorras de interrogación.
—Los capturamos cerca del límite norte —dijo Brendy, empapada, mientras dejaba caer su capa—. Intentaban marcar el suelo con runas del Velo.
Frank frunció el ceño. —¿Magia rúnica? ¿En nuestra frontera?
Newt, que los acompañaba, sostuvo un pergamino cubierto de símbolos quemados. —No solo rúnica. Es una combinación con glifos de supresión. Están intentando borrar sonidos. Literalmente.
Naomi se unió al grupo, su rostro pálido bajo la luz azul de las antorchas. —Entonces son ellos… los Silentes.
Frank asintió lentamente. —Y si lo son, necesitamos respuestas.
En las mazmorras, el ambiente era helado. Las paredes estaban cubiertas de grabados antiguos que servían como sellos mágicos. Tres prisioneros, vestidos con túnicas grises, permanecían inmóviles. Sus rostros estaban cubiertos por máscaras lisas, sin boca, sin ojos… sin identidad.
Brendy dio un paso adelante, su varita en mano.
—He interrogado a muchos fanáticos, pero esto… —miró una de las máscaras con inquietud—. No siento nada. Ni odio, ni miedo, ni… vida.
Naomi se acercó. —Noctyra los vació. No los controla… los despoja.
El silencio se hizo tan denso que casi dolía. Entonces, uno de los encapuchados se movió levemente. Naomi alzó la varita, lista, pero el sujeto solo inclinó la cabeza y murmuró con voz apenas audible:
—Ella… escucha.
El cuerpo se tensó. Los ojos se tornaron blancos. Un instante después, cayó inerte al suelo.
Frank apretó la mandíbula. —Se suicidó mágicamente. Maldición autoactivada.
Brendy respiró hondo, sus ojos ardiendo de determinación.
—Entonces entraré por otro camino. —Levantó la varita hacia el segundo prisionero—. Legilimens.
El mundo se quebró como vidrio.
Brendy cayó de golpe en una corriente de recuerdos fragmentados.
Las sombras se abrían y cerraban como respiraciones. Estaba en un pasillo de piedra, húmedo, donde una docena de magos avanzaban con antorchas apagadas. Al final, una figura femenina los esperaba. Su cuerpo era delgado, cubierto por un velo blanco que flotaba sin viento.
Brendy sintió cómo el aire se espesaba, vibrando con un zumbido casi imperceptible.
Uno de los magos habló: —¿Eres tú… la que nos traerá el silencio?
La mujer levantó la cabeza. Bajo el velo, sus ojos eran dos lunas negras.
—El ruido de vuestras almas me lastima —dijo con dulzura—. Pero puedo aliviaros de ese dolor.
Extendió una mano. Una luz tenue brotó de su palma. Los magos comenzaron a temblar, sus rostros se deformaron por la angustia.
Brendy observó horrorizada cómo sus emociones —sus risas, sus recuerdos, sus lágrimas— eran extraídas en forma de hilos plateados.
Cuando la luz se desvaneció, quedaron de pie como estatuas vacías, respirando… pero sin alma.
Entonces Noctyra habló directamente hacia ella, consciente de su presencia dentro del recuerdo:
—Tú también conoces el dolor, pequeña hechicera. También deseas el silencio, aunque no lo admitas.
Brendy retrocedió, gritando mentalmente:
—¡No! ¡No eres real!
Noctyra sonrió, y su voz resonó como un eco en una cueva infinita.
—Todo lo que temes… ya es real.
Brendy despertó con un grito. El suelo tembló bajo sus pies, y Naomi la sujetó por los hombros antes de que cayera.
—¡Brendy! ¿Qué viste?
Ella respiraba entrecortadamente, el sudor perlándole la frente. —Vi cómo los convertía en… recipientes vacíos. Les quita todo lo que los hace humanos, Naomi. Sus emociones, sus memorias… los devora.
Frank se acercó, con el rostro serio.
—¿Devora? ¿Quieres decir que se alimenta de eso?
Brendy asintió. —Sí. Y lo peor es que puede sentir lo que yo sentí al verla. Sabía que estaba allí, dentro del recuerdo.
Naomi, pálida, murmuró como si recordara algo que Flamel le había dicho en los Alpes.
—“El silencio no es ausencia… es hambre.”
Frank la miró.
—¿Qué estás pensando, Naomi?
Ella alzó la mirada, sus ojos fijos en las antorchas que parpadeaban.
—Noctyra no destruye, papá… —dijo con un tono helado—. Te vacía.
Un trueno estalló afuera. Las velas se apagaron en un solo suspiro.
Y en la oscuridad, una voz femenina resonó dentro de las mentes de todos:
—Ya escuché lo que temía.
—El ruido… ha vuelto.
Las antorchas se encendieron solas, pero los tres prisioneros yacían muertos. No quedaba rastro de ellos, salvo un solo símbolo grabado en la piedra de la celda:
un ojo cerrado, tallado con sangre.
Frank observó el símbolo en silencio.
Naomi lo tocó con la yema de los dedos y sintió un escalofrío recorrerle el alma.
Brendy habló por fin, con un tono bajo, casi un susurro:
—No fue un mensaje para nosotros.
Frank se giró hacia ella. —¿Entonces para quién?
Brendy lo miró fijamente, el color volviendo lentamente a su rostro.
—Fue una advertencia para ella.
—Noctyra ya sabe que estamos escuchando.
Y por primera vez desde el despertar del Vox Caeli, Frank sintió algo que no había sentido en años:
miedo.
Capítulo 9 – La sombra en Hogwarts
El amanecer caía sobre Hogwarts con una luz extraña, quebrada, como si el cielo mismo temblara. Desde las torres más altas podía verse una bruma gris elevarse del bosque prohibido, extendiéndose hacia los muros del castillo como dedos que buscaban tocar su piedra ancestral. Algo respiraba entre las sombras. Algo que no pertenecía a este mundo.
Naomi caminaba junto a Flamel por los pasillos desiertos del ala norte. Las antorchas parpadeaban sin viento, y los retratos observaban en silencio, sus labios cerrados por el eco de un hechizo que los había vuelto mudos.
—Las grietas siguen multiplicándose —murmuró Naomi, pasando la mano sobre un muro resquebrajado que latía débilmente con energía azulada—. Cada hora una nueva, cada día más profunda.
Flamel, con su túnica dorada y su mirada cansada, apoyó la mano sobre la piedra. Un pulso sordo le recorrió los dedos.
—No es solo la piedra, Naomi… —dijo con un hilo de voz—. Es el alma del castillo lo que está fracturándose.
De pronto, una vibración recorrió el suelo. Le siguió un susurro… tenue, como si alguien hablara desde muy lejos:
“El ruido del alma… debe cesar.”
Naomi alzó la mirada, helada.
—Noctyra…
Flamel asintió con gravedad.
—Está absorbiendo las emociones del castillo. Los recuerdos, las risas, los miedos de los estudiantes. Todo lo que vibra con sentimiento la alimenta.
Naomi frunció el ceño.
—¿Para qué?
—Para reconstruirse. Para volver a tener cuerpo —respondió Flamel—. Y cuando lo logre, nada en este mundo podrá silenciarla.
Un rugido mágico interrumpió la conversación. Desde la torre de astronomía, un destello de energía negra iluminó el cielo, desgarrando las nubes.
Naomi y Flamel corrieron hacia allá, mientras un enjambre de magos de la Orden aparecía desde los portales de protección. En el centro de todos, avanzando con paso firme, estaba Frank, su capa ondeando con la fuerza del viento mágico.
—¡Naomi! —gritó al verla—. Los detectamos hace minutos. Los Silentes están dentro del castillo.
—¿Cuántos? —preguntó ella.
—Demasiados.
Las sombras emergieron de los muros como espectros sin rostro. Su magia era fría, muda, como si el sonido mismo muriera al tocarlos. Los miembros de la Orden alzaron sus varitas. El aire se cargó de energía pura.
—¡Por la Orden de Elyn! —rugió Frank.
Y el choque fue inmediato. Hechizos verdes y azules cruzaron los pasillos como meteoros, estallando contra las columnas de piedra. Naomi lanzó un Protego Totalum que estalló en una cúpula de luz dorada, protegiendo a un grupo de estudiantes refugiados.
Flamel conjuró runas en el aire, su bastón vibrando con fuego alquímico. Cada golpe de su magia desintegraba a los Silentes en humo oscuro, pero más aparecían, arrastrándose desde las grietas de los muros.
En la torre de astronomía, una sombra más densa aguardaba. Naomi subió las escaleras, sintiendo el aire congelarse. A cada peldaño, el sonido disminuía, hasta que solo escuchó su propia respiración.
En el último nivel, la vio.
Noctyra.
O lo que quedaba de ella.
Una figura translúcida, envuelta en un velo blanco que flotaba sin viento. Su rostro, apenas visible, tenía grietas por donde se escapaba luz negra. Y sus ojos… dos lunas invertidas, sin pupilas, la miraban con hambre.
—Naomi… —susurró Noctyra, su voz resonando dentro de su mente—. Tú llevas dentro la nota más pura. Déjala… sonar.
Naomi retrocedió, alzando la varita.
—No volverás a tocar este lugar.
—No busco tocarlo —dijo la sombra—. Busco… callarlo.
Frank irrumpió en la torre junto a Flamel y los refuerzos de la Orden. Tras ellos, Cyril, uno de los aprendices de Elyn, apenas de dieciocho años, temblaba pero no retrocedía.
La figura de Noctyra se expandió como una ola, inundando la sala con silencio absoluto. Los hechizos lanzados no producían sonido alguno. Los cristales se quebraban sin ruido. Era como pelear dentro de un vacío.
Naomi lanzó un Incendio Maxima, el fuego envolviendo la sombra, pero Noctyra simplemente absorbió las llamas, sus ojos tornándose rojos.
Frank gritó, aunque su voz no se oyó: ¡Retrocede!
Noctyra extendió la mano, y un rayo oscuro salió disparado hacia Naomi. Cyril, sin pensarlo, se interpuso.
El impacto fue brutal. El joven fue lanzado contra el suelo, su cuerpo temblando con energía negra que lo consumía desde dentro. Naomi corrió hacia él, las lágrimas cayendo antes de llegar.
—¡Cyril! ¡No!
El chico la miró, con dificultad.
—Pro… profesora… lo hice bien, ¿verdad?
Naomi lo tomó entre sus brazos.
—Más que bien… fuiste valiente.
Cyril sonrió, débil.
—No dejes… que el silencio… te gane.
Y entonces, sus ojos se apagaron. Un leve suspiro escapó de sus labios, el último sonido antes de que el silencio absoluto se tragara la torre.
Naomi gritó, pero su voz no se escuchó. Solo su alma tembló.
La rabia la invadió. Su varita ardió con energía dorada. Flamel retrocedió un paso al sentir la presión mágica.
—Naomi, no…
Pero ya era tarde.
Ella canalizó el Vox Caeli.
Una onda expansiva estalló desde su cuerpo, cubriendo el castillo con una luz celestial. Los Silentes se desintegraron, el velo de Noctyra se disipó entre sombras, y el sonido regresó al mundo con un rugido de trueno.
Frank la sostuvo cuando cayó de rodillas.
—Naomi… ¿qué hiciste?
Ella temblaba, las lágrimas cayendo sobre la piedra.
—Le mostré… el ruido del alma.
En la torre, el cuerpo de Cyril se convirtió en polvo luminoso, ascendiendo hacia el cielo. Y en el silencio posterior, una sola frase resonó en la mente de todos:
“El silencio ha probado su límite. El alma… aún canta.”
El eco se desvaneció, pero en lo más profundo del Bosque Prohibido, una voz respondió entre risas suaves:
“Entonces… que cante por última vez.”
La guerra del silencio acababa de comenzar.
Capítulo 10 – El consejo del sabio
El amanecer sobre los Alpes franceses se extendía como una herida dorada en el horizonte. Las nubes se mecían entre los picos, cubriendo el santuario de Nicolas Flamel con una niebla espesa que brillaba con destellos alquímicos. El aire mismo parecía contener secretos antiguos, fórmulas vivas que respiraban entre las piedras.
Naomi caminaba en silencio detrás de Flamel, sus pasos resonando sobre el mármol frío del laboratorio subterráneo. Había pasado una semana desde la batalla en Hogwarts. Aún tenía en los ojos la imagen del joven Cyril desvaneciéndose entre sus brazos, y en el corazón… una pregunta que no la dejaba dormir:
¿Hasta dónde puede llegar un alma antes de romperse?
El laboratorio de Flamel era un templo del conocimiento prohibido. Frascos con líquidos que cambiaban de color, círculos grabados en plata sobre el suelo, columnas cubiertas con runas que pulsaban con vida propia. En el centro, sobre una mesa de obsidiana, flotaba una esfera translúcida que emitía un pulso rítmico, como si latiera.
—La Piedra del Alma —susurró Naomi, observando la esfera con fascinación y temor.
Flamel asintió lentamente. Su rostro, envejecido pero sereno, se iluminó con el resplandor dorado.
—O, al menos, lo que queda de ella. La encontraste en ruinas, pero su esencia sigue despierta.
—¿Y cree que con esto puedo detener a Noctyra? —preguntó Naomi, acercándose.
Flamel no respondió de inmediato. Se movió hacia una mesa lateral, donde un conjunto de pergaminos antiguos reposaba abierto. Trazó con la pluma un símbolo triangular atravesado por una línea y un círculo: el signo de la transmutación absoluta.
—Noctyra no es una criatura cualquiera —dijo finalmente—. No nació del mal, sino de la disonancia. Ella es lo que ocurre cuando una emoción se corrompe… cuando el alma deja de cantar.
Naomi apretó los puños.
—Entonces puedo purificarla.
El alquimista la miró con una mezcla de compasión y tristeza.
—Purificar… es una palabra hermosa, pero peligrosa. Lo que propones es transmutar el alma. Y eso no es alquimia… es sacrificio.
Naomi frunció el ceño.
—Explíqueme.
Flamel levantó su bastón, tocando la esfera con su punta. Inmediatamente, imágenes comenzaron a flotar en el aire: fuego, lágrimas, el reflejo de Dumbledore, Kael y Azel, y finalmente una silueta femenina cubierta de velo blanco —Noctyra— caminando entre los ecos del Velo.
—Toda alma —explicó Flamel— está compuesta de vibraciones. Luz y sombra, sonido y silencio. Cuando un mago toca el Velo, altera esas notas. Tú, Naomi, lo hiciste tres años atrás… y sobreviviste.
Naomi bajó la mirada, recordando la guerra, los gritos, la energía celestial que había liberado aquella noche.
—Y desde entonces… oigo ecos. Voces que no son mías.
—Es el precio del contacto —respondió el sabio—. Pero también… tu don.
Flamel tomó la Piedra del Alma y la colocó en sus manos. Su peso era ligero, pero su energía casi insoportable. Naomi sintió cómo su corazón vibraba al mismo ritmo que el objeto, y su mente se llenó de imágenes: la guerra, la muerte, el sacrificio, y una luz que siempre intentaba volver.
—¿Qué es esto…? —susurró.
—Tu reflejo —respondió Flamel—. La transmutación del alma es la unión entre el alma humana y la energía primordial. Si logras canalizar esa corriente, podrías convertir la oscuridad en luz.
Naomi levantó la vista, con fuego en los ojos.
—Entonces puedo transformar la energía de Noctyra… puedo detenerla sin destruirla.
El silencio que siguió fue pesado, casi reverencial. Flamel respiró hondo, apoyando una mano en su hombro.
—Naomi… escúchame bien —dijo con tono grave—.
Transmutar el alma no es un acto de poder… sino de entrega. Si cruzas esa línea, tu esencia podría disolverse en la corriente que intentas purificar.
—Lo sé —respondió ella sin vacilar—. Pero si no lo hago, todos moriremos.
Flamel la observó un momento, como si midiera el peso de su determinación. Luego sonrió, con la melancolía de quien ha visto siglos de almas arder por causas nobles.
—Eres igual que él… —murmuró.
Naomi alzó la mirada.
—¿Él?
Flamel asintió.
—Dumbledore. También creía que la luz podía redimir cualquier oscuridad.
La joven sonrió levemente.
—Entonces tal vez aún tenga razón.
Flamel asintió, aunque sus ojos estaban empañados por la preocupación. Caminó hacia una gran pizarra alquímica cubierta de símbolos circulares.
—Para iniciar la transmutación, necesitas tres cosas —explicó—: un vínculo emocional puro, una fuente de energía opuesta… y una llave de resonancia.
—¿Qué sería eso? —preguntó Naomi.
El sabio dibujó una runa en el aire, que tomó forma tangible: una espiral dorada con un centro de cristal.
—Una runa que conecte tu esencia con el Velo sin que lo atravieses. Solo así podrás convertir la energía oscura sin perderte en ella.
Naomi la observó, maravillada.
—¿Puede enseñarme?
Flamel la miró con suavidad.
—Puedo guiarte, pero no enseñarte. La transmutación del alma no se aprende… se siente.
Entonces extendió la mano y, con un leve toque, colocó la runa sobre su pecho. Un calor intenso recorrió el cuerpo de Naomi, y la habitación se llenó de notas musicales invisibles, vibraciones que parecían surgir del aire. Los símbolos sobre las paredes comenzaron a brillar.
Naomi cerró los ojos. Vio a Cyril, a Frank, a Brendy, a Dumbledore… vio las risas y los gritos, el fuego y la esperanza.
Y en el centro de todo, su propia alma, latiendo entre dos fuerzas: luz y silencio.
Una lágrima resbaló por su mejilla.
—Puedo sentirlo… la oscuridad no es ausencia, es hambre.
Flamel la miró, impresionado.
—Entonces entiendes.
Ella abrió los ojos, decidida.
—Y si el silencio tiene hambre… yo seré su ruido.
Un trueno resonó en el exterior, y las montañas temblaron. Flamel la observó con una mezcla de temor y orgullo.
—Recuerda mis palabras, Naomi —dijo lentamente, su voz grave como un conjuro antiguo—:
“Quien transmute el alma… arriesga la suya.”
Naomi sostuvo la Piedra del Alma, la runa brillando sobre su pecho.
—Entonces que el riesgo sea mío.
Y el laboratorio se iluminó con una llamarada dorada que hizo vibrar el cielo.
El canto del alma había despertado.
Capítulo 11 – Los juramentos rotos
La lluvia caía sobre los terrenos de Elyndor, sede reconstruida de la Orden de Elyn.
El sonido del agua contra las piedras resonaba con un ritmo inquietante, como si el mismo cielo advirtiera algo.
Dentro del salón principal, una reunión tensa se desarrollaba bajo la luz parpadeante de los candelabros mágicos.
Frank se mantenía de pie frente al estandarte de la Orden, la Varita de Saúco en su mano, su voz firme pero cansada.
—Noctyra se mueve más rápido de lo que esperábamos —dijo, observando a los rostros fatigados de los magos reunidos—. Ya no solo roba voces… ahora roba fe.
A su lado, Naomi estudiaba un mapa cubierto de manchas negras —sitios donde el silencio había consumido aldeas enteras.
Newt tomaba notas en un pergamino que flotaba solo, su expresión grave.
Brendy, con los brazos cruzados, observaba a los demás con la mirada aguda de quien no se fía de nada ni de nadie.
Y entre los presentes, con su capa gris y su mirada de acero, se encontraba Alaric Vayne, uno de los capitanes más antiguos de la Orden. Había luchado junto a Frank en la Rebelión del Velo. Era respetado, temido, y profundamente enigmático.
—Entonces… —dijo Alaric, con voz ronca— ¿vamos a pelear contra un fantasma? Contra una voz que ni siquiera tiene cuerpo.
—No es una voz —respondió Naomi, sin levantar la mirada del mapa—. Es una conciencia. Un eco del Velo.
—Llámalo como quieras —replicó él, golpeando la mesa—. Pero seguimos perdiendo gente. Seguimos peleando guerras contra sombras, mientras nuestros aliados caen uno a uno.
Un murmullo recorrió la sala. Frank lo miró, tranquilo pero firme.
—¿Qué estás insinuando, Alaric?
El capitán lo sostuvo la mirada, y durante un instante, el silencio pareció tragarse el aire.
—Que tal vez ya perdimos —dijo con frialdad—. Que tal vez luchar contra el silencio solo lo alimenta.
Brendy se levantó de golpe, su voz vibrando como un trueno.
—¡Cállate! ¡Eso no son palabras de un soldado de Elyn!
—¿Y qué somos entonces? —replicó Alaric, girándose hacia ella— ¿Sacrificios esperando turno?
Frank levantó una mano, imponiendo orden.
—Basta. Esta discusión no lleva a nada.
Pero ya era tarde. Algo en el aire había cambiado. Una energía invisible recorría las paredes, y los retratos comenzaron a parpadear, distorsionados, como si no pudieran soportar el peso de lo que se avecinaba.
Brendy lo sintió. Su instinto era certero. Dio un paso hacia atrás y observó las manos de Alaric. Temblaban. No de miedo, sino de poder contenido.
—Frank… —susurró Brendy— hay algo mal.
Entonces, la lámpara principal estalló.
Y del pecho de Alaric emanó un pulso oscuro, una onda de energía silenciosa que empujó a todos contra las paredes.
Naomi cayó al suelo, jadeando, mientras el aire se congelaba.
Frank levantó su varita.
—¡Protego Maxima!
Un escudo etéreo envolvió a los presentes, pero el silencio era tan absoluto que ni el sonido del conjuro resonó. Era un silencio antinatural… vivo.
Brendy se puso de pie entre los escombros. Sus ojos azules brillaban bajo la lluvia que comenzaba a filtrarse por el techo roto.
—Alaric… ¿qué hiciste?
El hombre se giró hacia ella. Su rostro ya no era humano. Las venas de su cuello se habían ennegrecido, y sus ojos eran pozos de vacío.
—Liberación —dijo con voz hueca—. Noctyra me mostró la verdad. El ruido del alma es una maldición. El silencio… es paz.
Brendy lo observó con tristeza.
—Ella te consumió.
—No —respondió él—. Ella me despertó.
La batalla comenzó con un estallido visual. Brendy lanzó un rayo de energía azul que impactó contra el suelo, levantando fragmentos de piedra encantada. Alaric respondió con un movimiento sutil de la mano, desvaneciendo el conjuro sin pronunciar palabra.
El silencio se volvió el campo de batalla. No había sonido, solo vibraciones, destellos, respiraciones cortadas.
Las varitas chocaban en un duelo de pura voluntad.
Brendy giró sobre sí misma, proyectando una cadena de luz que rodeó a Alaric.
—¡Incarcerus!
Pero él sonrió —una sonrisa sin alma— y la cadena se desintegró, convertida en polvo negro.
—Tus palabras no tienen poder aquí —susurró.
Brendy comprendió. Su enemigo ya no pertenecía al mundo del ruido. Estaba en sintonía con Noctyra.
Así que hizo lo impensable. Cerró los ojos… y guardó silencio también.
Sus pensamientos se convirtieron en su arma. Las runas de protección que Dumbledore le enseñó tiempo atrás se encendieron sobre su piel, brillando con un tono azul eléctrico.
Alaric titubeó.
—¿Qué haces…?
Brendy abrió los ojos. Dos relámpagos de pura determinación.
—Si el silencio te consume… escucharás el ruido del corazón.
El duelo final fue un torbellino visual.
Los rayos chocaban, deformando el espacio. Las sombras se fragmentaban. El aire vibraba tanto que las piedras flotaban.
Frank intentó intervenir, pero Naomi lo detuvo.
—No —dijo, con la voz quebrada—. Este duelo es de ella.
En un instante suspendido, Brendy se impulsó hacia adelante, cruzando los rayos negros que emanaban de Alaric.
El mundo pareció detenerse.
Un destello blanco los envolvió.
Y luego… silencio.
Cuando el resplandor se desvaneció, Alaric estaba arrodillado. Su varita partida, su cuerpo temblando.
—No… —murmuró, tocando su pecho— no quería…
Brendy se acercó, apoyando una mano sobre su hombro.
—Aún puedes elegir.
Él levantó la mirada. Lágrimas oscuras recorrían su rostro.
—Ella no me dejará…
De pronto, su cuerpo comenzó a colapsar hacia dentro, como si fuera absorbido por un punto invisible.
Naomi gritó:
—¡Brendy, aléjate!
Pero era tarde.
El cuerpo de Alaric implosionó en una esfera de silencio absoluto, que expandió una onda invisible por la sala. Los candelabros se apagaron. Los retratos enmudecieron.
Solo quedó Brendy, de pie en medio del polvo, su varita en alto, respirando con dificultad.
Frank se acercó, apoyando una mano en su hombro.
—Lo siento, Brendy…
Ella no respondió. Solo observaba el vacío donde antes estuvo Alaric Vayne.
Un amigo. Un hermano de guerra.
Otro alma perdida al eco del silencio.
Naomi se acercó, sus ojos llenos de tristeza.
—Noctyra no destruye… te vacía —susurró.
Brendy cerró los ojos. Una lágrima cayó sobre su varita, que aún vibraba débilmente.
—Entonces llenaremos el vacío —dijo con voz firme—. Con ruido, con vida, con todo lo que ella odia.
Y mientras la lluvia golpeaba las ruinas del techo, la Orden de Elyn comprendía lo que venía:
Noctyra ya no solo los atacaba desde fuera.
Ahora estaba dentro.
Capítulo 12 – Las lágrimas del Fénix
El viento del norte rugía sobre las montañas nevadas de Noruega.
Entre los abismos helados y los pinos cubiertos de escarcha, una figura caminaba con paso firme, la bufanda ondeando tras él.
Era Newt Scamander, el magizoologo más célebre del mundo mágico… pero esa noche su rostro reflejaba algo distinto: temor.
Sus botas crujían sobre la nieve mientras seguía el rastro de un resplandor ámbar, débil, casi moribundo.
A su lado, la criatura flotante llamada Piki, una especie de hada luminosa que lo acompañaba desde su juventud, temblaba de frío.
—Piki, quédate cerca —susurró Newt, apuntando su varita hacia adelante—. Si los informes son ciertos, este sitio fue un santuario del Fénix hace siglos.
El aire vibró. Un eco suave, como un canto lejano, atravesó la tormenta.
Era un sonido hermoso… pero quebrado, como si la voz misma del mundo estuviera muriendo.
Newt avanzó hasta llegar a una caverna, sus paredes cubiertas de antiguos símbolos rúnicos.
Y allí lo vio.
En el centro, sobre un altar de hielo, yacía un fénix agonizante.
Sus plumas, antaño rojas como fuego líquido, se habían vuelto grises. Su pecho subía y bajaba lentamente, y de sus ojos caían lágrimas doradas que chispeaban antes de tocar el suelo.
Newt se arrodilló, su corazón encogido.
—Oh, mi viejo amigo… —susurró, extendiendo una mano temblorosa—. ¿Qué te han hecho?
El fénix giró apenas su cabeza. Un resplandor tenue emergió de su mirada, como si reconociera a quien lo observaba.
Entonces Newt vio algo que heló su sangre.
Las lágrimas del fénix no caían al suelo.
En el aire, una sombra amorfa las absorbía, devorándolas una por una, alimentándose de su pureza.
—No… no puede ser… —murmuró, retrocediendo.
El aire se volvió denso, y un murmullo suave, casi maternal, se deslizó entre los ecos de la tormenta:
—Todo fuego se apaga, todo canto se silencia… así debe ser.
La voz no venía de ningún lugar. O más bien, de todos.
Newt sintió que su varita pesaba más de lo normal.
Y entonces lo comprendió: Noctyra estaba allí.
Su reflejo apareció brevemente en la superficie helada: un rostro cubierto por un velo blanco, ojos como lunas negras que parecían mirar dentro de su alma.
—¿Por qué el fénix? —dijo Newt, forzándose a mantener la calma—. ¿Qué buscas en él?
La voz respondió, suave, como un eco dentro de su mente.
—El fénix renace del dolor. Su llanto contiene la esencia del alma. Lo necesito para borrar lo que duele… lo que grita.
Newt apretó los dientes.
—Tú no quieres borrar el dolor. Quieres borrar la vida.
—La vida es ruido —susurró Noctyra—. El silencio… es perfección.
Un estruendo de magia invisible sacudió la cueva. Los cristales de hielo vibraron, y Newt fue lanzado contra una columna helada.
La sombra se extendió, intentando cubrir al fénix por completo.
Pero el ave, con un último destello de orgullo, abrió sus alas.
Una ráfaga de luz roja iluminó toda la montaña.
Newt alzó su varita y gritó:
—¡Expecto Patronum!
Un hipogrifo plateado emergió de su varita, volando hacia la sombra.
El choque fue brutal: luz y oscuridad se enfrentaron en un silencio ensordecedor.
Cuando la energía se disipó, Noctyra había desaparecido.
Solo quedaban cenizas flotando en el aire.
Newt se arrastró hasta el fénix. La criatura lo miró, débil pero serena.
Una lágrima cayó sobre su mano.
Al tocarla, sintió algo: recuerdos.
Vio, por un instante, imágenes fragmentadas.
A Noctyra en un trono de oscuridad.
A aldeas enteras cubiertas de niebla.
Y a Frank, Naomi y Brendy luchando bajo un cielo rasgado por grietas de luz.
El fénix exhaló un último resplandor antes de convertirse en polvo dorado.
Solo su ceniza quedó, ardiendo suavemente en el suelo.
Newt se levantó, el rostro cubierto de lágrimas.
—Gracias… viejo amigo. Tu sacrificio no será en vano.
Al regresar al campamento, envió un mensaje urgente a la sede de la Orden.
Horas después, Frank lo recibió en Elyndor, su expresión grave al leer el informe.
Naomi estaba a su lado, con el ceño fruncido.
—¿Un fénix? —preguntó ella, incrédula—. ¿Y sus lágrimas…?
—Absorbidas por una sombra —respondió Newt, su voz apagada—. Por ella.
Frank dejó el pergamino sobre la mesa y se apoyó en ella.
El fuego de la chimenea iluminaba la cicatriz que cruzaba su mejilla.
—Ahora entiendo —murmuró—. Ella no quiere gobernar… quiere borrar.
Naomi lo miró, los ojos llenos de un temor silencioso.
—¿Borrar qué?
Frank alzó la vista, su voz firme y dolida.
—Todo. El ruido. La magia. La memoria. La vida misma.
El silencio llenó la sala. Solo el crepitar del fuego rompía la calma.
Y en lo alto del cielo, en algún lugar invisible entre las estrellas, una risa tenue resonó.
Un eco oscuro… de algo que acababa de comenzar.
Capítulo 13 – El sacrificio de Flamel
El amanecer apenas alcanzaba a teñir los muros de piedra del viejo laboratorio alquímico, oculto bajo las ruinas de Beauxbatons.
Naomi descendió los escalones de mármol con el corazón acelerado. A cada paso, la atmósfera se volvía más pesada, impregnada de un brillo dorado y antiguo.
El aire olía a fuego, a metal fundido… y a despedida.
En el centro de la sala, rodeado por círculos de alquimia que giraban lentamente sobre el suelo, Nicolas Flamel la esperaba.
Sus ojos, aunque cansados, brillaban con esa sabiduría que no provenía solo de los años, sino del alma.
El anciano sostenía entre sus manos un libro encuadernado en cuero blanco. A su alrededor, las paredes temblaban levemente, como si contuvieran una energía demasiado grande.
—Llegas justo a tiempo, Naomi —dijo, sin apartar la vista del círculo que trazaba con tiza de oro puro—. El equilibrio está a punto de romperse.
—Profesor —respondió ella, acercándose—, las grietas en Hogwarts se multiplican. Noctyra está absorbiendo la energía emocional de todo el norte. Si sigue creciendo, el Velo volverá a abrirse.
Flamel asintió, con una calma que la desconcertó.
—Por eso debes aprender el último secreto de la alquimia… el Círculo de Transmutación del Alma.
Naomi se quedó inmóvil. El aire parecía haberse detenido.
—Usted dijo que ese conocimiento estaba prohibido. Que incluso Dumbledore temía estudiarlo.
—Así es —dijo él, girándose hacia ella con una sonrisa triste—. Porque quien intenta transmutar el alma… arriesga la suya.
El suelo se iluminó de pronto.
El círculo de alquimia se expandió, desplegando símbolos arcanos que vibraban con una luz dorada. En el centro, flotaba el fragmento de la Piedra del Alma, el mismo que Naomi había traído de los Alpes.
El fragmento pulsaba con una energía oscura, casi viva.
—¿Qué está haciendo? —preguntó Naomi, alarmada.
—Sellando su poder —respondió Flamel—. Pero no basta con conocimiento o con magia. Se necesita… vida.
El corazón de Naomi se encogió.
—No. Usted no puede…
Flamel levantó una mano, interrumpiéndola con ternura.
—Mi tiempo se acaba, Naomi. Hace siglos que mi piedra me mantiene atado a este mundo. Pero cada conjuro, cada transmutación, tiene su precio. Y el mío está vencido.
La joven lo miró con lágrimas contenidas.
—Entonces déjeme hacerlo a mí. Yo tengo el vínculo con el Velo. Puedo contenerlo.
Flamel negó suavemente con la cabeza.
—No. Tú eres el puente, Naomi. Si el puente se destruye, nadie podrá cruzar jamás.
—Pero sin usted… —susurró ella, temblando.
El anciano se acercó, colocando una mano sobre su hombro.
—Escucha bien. En este libro está el Círculo del Corazón. Si algún día la Piedra vuelve a despertar, este círculo puede destruirla. No para contener su poder, sino para purificarlo.
Ella lo miró, desesperada.
—¿Y si fallo? ¿Y si no soy lo bastante fuerte?
Flamel sonrió, y en esa sonrisa había amor, orgullo… y despedida.
—La sabiduría solo sirve… si el corazón la guía. Y tu corazón, Naomi, ha guiado más almas de las que imaginas.
El círculo dorado comenzó a elevarse del suelo, girando lentamente a su alrededor.
El aire se llenó de un sonido suave, como un coro de campanas lejanas.
Flamel se situó en el centro, levantando la Piedra entre sus manos.
—Por la luz que fue, por el fuego que queda, por la vida que di —susurró—, que el alma encuentre su reposo.
El resplandor fue cegador.
El círculo giró más rápido, envolviéndolo por completo. Naomi intentó avanzar, pero una barrera invisible la detuvo.
—¡Profesor! —gritó, golpeando el aire—. ¡No lo haga!
Flamel la miró por última vez. Su cuerpo empezaba a disolverse en fragmentos de luz.
—La muerte no es el final, Naomi. Es la última transmutación.
El fragmento oscuro de la Piedra estalló, liberando un grito que no era sonido sino energía pura.
La luz dorada se expandió, empujando las sombras fuera del laboratorio.
Y, por un instante, el rostro de Noctyra apareció reflejado en el aire: furiosa, distorsionada, debilitada.
—Maldito alquimista… —susurró su voz desde la nada—. No podrás detener el silencio.
Pero Flamel, sereno, extendió su mano luminosa.
—Mientras alguien recuerde… el silencio nunca vencerá.
Con esa última frase, su cuerpo se desvaneció en una lluvia de polvo dorado.
El círculo se deshizo, dejando tras de sí una suave brisa y un aroma a azahar.
Naomi cayó de rodillas, sollozando, con el libro de cuero blanco entre sus manos.
Cuando la luz se disipó, el laboratorio quedó vacío.
Solo una marca dorada brillaba en el suelo, con la forma de un fénix resurgiendo del fuego.
Frank llegó minutos después, jadeante.
Al verla, se detuvo en seco.
—Naomi… ¿Dónde está Flamel?
Ella levantó la mirada, los ojos enrojecidos, la voz quebrada.
—Nos dio su último don… y se fue con la luz.
Frank la abrazó sin decir palabra.
En el aire, aún flotaban motas de oro, como si la esencia de Flamel los envolviera.
Y desde algún rincón invisible del universo, una voz suave, apenas un eco, murmuró:
“La alquimia no transforma el mundo… transforma al que se atreve a amar.”
Entonces el silencio volvió a caer.
Pero esta vez, no era el silencio del vacío… sino el de una paz conquistada a través del sacrificio.
Capítulo 14 – La caída del eco
Las campanas del Big Ben apenas alcanzaban a resonar sobre Londres cuando el cielo se tornó gris ceniza. Una neblina espesa descendía desde los tejados del Ministerio de Magia, arrastrando un frío antinatural. Las calles mágicas se silenciaban una a una, como si el aire mismo contuviera la respiración.
El eco de una voz femenina, apenas perceptible, flotó entre la bruma:
—El ruido del alma… debe cesar.
Y entonces, el primer impacto sacudió el Atrio principal.
Las puertas doradas del Ministerio se abrieron con un rugido de energía oscura. Decenas de figuras encapuchadas emergieron del humo, sus túnicas blancas brillando con destellos plateados. Eran Los Silentes, los seguidores de Noctyra. Sus varitas no emitían sonido alguno; los hechizos cortaban el aire sin pronunciar palabras, como cuchillos de luz gris.
Dentro, Brendy alzó su varita y gritó:
—¡Defensores, posiciones! ¡Por Elyn!
La Orden de Elyn respondió en formación. Frank, con la Varita de Saúco en la mano, se adelantó entre el humo. Su voz, firme y resonante, se elevó sobre el caos:
—¡Por Flamel! ¡Por todos los que dieron su alma por la luz!
Una explosión de fuego blanco barrió el atrio. Fragmentos de mármol se elevaron como polvo dorado. Los Silentes contraatacaron, y el suelo se partió como cristal bajo sus pasos. El sonido se desvaneció por completo; ni los hechizos, ni los gritos, ni el estallido de la batalla podían escucharse. El silencio reinaba, sofocante.
Desde el corredor del Consejo, Hermione Granger apareció liderando refuerzos.
Tras ella, una figura conocida avanzó con paso decidido: Harry Potter, su túnica ondeando entre las chispas. Su mirada se cruzó con la de Frank, y ambos asintieron con un respeto silencioso.
—Nunca pensé volver al Ministerio de esta manera —murmuró Harry, alzando su varita.
—Ni yo —respondió Frank con una media sonrisa—. Pero esta vez… no luchamos solos.
La Orden del Fénix y la Orden de Elyn se unieron por primera vez en la historia.
Luz contra oscuridad.
Recuerdo contra olvido.
El atrio se transformó en un campo de relámpagos. Los Silentes invocaban sombras que absorbían los hechizos, devorando los colores a su alrededor. Harry lanzó un Protego Maxima que estalló en un domo dorado, protegiendo a varios magos caídos. Hermione canalizaba su energía junto a Brendy, quien gritó:
—¡Naomi! ¡Necesitamos tu poder en el flanco este!
Naomi apareció entre el humo, su túnica desgarrada, los ojos brillando con la energía del Vox Caeli. El fragmento de la Piedra del Alma colgaba de su cuello como un sol agrietado.
Alzando ambas manos, conjuró una ráfaga de energía azul celeste que rompió el manto de silencio por un instante. Su voz atravesó la oscuridad:
—¡Por Flamel!
En ese momento, una visión la golpeó con fuerza.
El rostro de Nicolas Flamel, sonriendo entre luces doradas.
Y su voz… su última enseñanza, resonando en lo más profundo de su mente:
"El alma no se destruye… se transforma."
Naomi cayó de rodillas, lágrimas brillando en sus mejillas. Pudo sentirlo: el sacrificio de Flamel había sellado parte del poder de Noctyra, pero no todo. Su alma aún resonaba en el fragmento de la piedra, latiendo débilmente.
Mientras tanto, en el corazón del Ministerio, Frank y Harry enfrentaban al alto comandante de los Silentes: una figura encapuchada con una máscara de plata.
—No puedes detener lo que ya ha comenzado —susurró el enemigo sin mover los labios—. El silencio ya ha sido sembrado.
Frank alzó la Varita de Saúco.
—Entonces yo lo arrancaré de raíz.
Una descarga de magia pura estalló, rompiendo columnas y lanzando destellos por todo el atrio. Harry se unió, conjurando un Expulso que desintegró parte de la máscara enemiga, revelando unos ojos blancos y vacíos.
—Noctyra nos observa —dijo la criatura, antes de implosionar en una esfera de vacío.
El impacto los lanzó hacia atrás.
Hermione conjuró una barrera a tiempo, pero su respiración era entrecortada.
—¡Frank! ¡El eco… está absorbiendo la magia del edificio!
El techo comenzó a derrumbarse.
Brendy, ensangrentada, conjuró un muro de contención con un rugido:
—¡No morirán aquí!
La energía la envolvió, transformándola en un faro de luz carmesí.
Newt Scamander apareció en el borde del atrio, sosteniendo un artefacto de contención mágica.
—¡Frank! Si canalizas el Vox Caeli en esto, podremos sellar la brecha temporal.
—¿Cuánto tiempo tenemos? —gritó Frank.
—¡Un minuto… tal vez menos!
Frank cerró los ojos, concentrando toda la energía de la Varita de Saúco. Naomi se unió, sus manos sobre las suyas. La Varita comenzó a brillar como una estrella atrapada.
Ambos pronunciaron en voz baja, juntos:
—Vox Caeli… Lumina aeternum.
Una columna de luz ascendió por el atrio, expandiéndose hacia el cielo. Los Silentes se disolvieron como sombras quemadas por el sol. La ciudad entera vibró. Y durante unos segundos, el silencio se rompió… solo para regresar con una calma más profunda.
Londres quedó sumido en un amanecer gris.
El Ministerio, en ruinas.
Los cuerpos de magos y Silentes cubrían el suelo.
Hermione observó a Frank y a Naomi, exhaustos, apoyados uno en otro.
Harry se acercó y dijo, con una voz cansada pero firme:
—Ganamos… pero algo me dice que esto no ha terminado.
Frank miró hacia el cielo. Entre las nubes, un eco resonó débilmente, una voz femenina que solo él y Naomi pudieron oír:
"Apenas despierto… y ya me temen."
Era Noctyra.
El silencio se extendió de nuevo sobre Londres.
Un silencio… que ya no era natural.
Capítulo 15 – El Velo Interior
El Ministerio de Magia yacía en ruinas.
Columnas enteras se habían desplomado, los mosaicos del atrio principal —aquellos que alguna vez glorificaron la paz y la justicia— estaban quebrados y bañados por el resplandor mortecino de los hechizos disipados. El aire olía a ceniza y a magia rota.
Aún se escuchaban algunos ecos: murmullos de sanadores, pasos apresurados, el chisporroteo de un Protego que se desvanecía.
En medio de ese silencio post-batalla, Harry Potter caminaba entre los escombros. Su capa estaba rasgada, su rostro cubierto de hollín, pero su mirada mantenía el brillo de aquel joven que alguna vez había enfrentado a la oscuridad y sobrevivido.
A su lado, Frank, líder de la Orden de Elyn, sostenía su varita como si fuera un bastón y una promesa a la vez.
Ambos se detuvieron frente a lo que quedaba de la fuente mágica del atrio: las estatuas rotas de brujas, magos y el fénix dorado. La criatura, aunque mutilada, aún mantenía una chispa de fuego en el ojo.
Harry rompió el silencio primero.
—Nunca pensé que volvería a ver al Ministerio así. —Sus palabras eran un suspiro cargado de memoria—. Ni siquiera en la guerra contra Voldemort había sentido algo… tan vacío.
Frank asintió, observando las sombras proyectadas en el mármol agrietado.
—Esta vez no pelean por poder ni venganza… —dijo con voz grave—. Pelean por borrar lo que somos. Noctyra no quiere conquistar, Harry. Quiere silenciar la esencia misma de la magia.
Harry lo miró con respeto, reconociendo en él el mismo peso que había visto en Dumbledore.
—Entonces tenemos que asegurarnos de que no lo logre —respondió con firmeza—. Tú tienes tu Orden, y yo la mía… pero ambos seguimos su enseñanza.
Frank bajó la mirada hacia el suelo donde, entre los restos de piedra, se distinguía una pequeña placa dorada cubierta de polvo. La limpió con la mano y pudo leer una inscripción oxidada:
“Dumbledore – La luz más brillante no teme la sombra.”
Un silencio reverente los envolvió.
Frank habló despacio, como si las palabras pesaran toneladas:
—Él nos enseñó que la magia sin alma no es más que destrucción.
—Y que el alma —agregó Harry— siempre encuentra una forma de recordar quién es.
Ambos se miraron, y en ese instante el tiempo pareció detenerse. Los murmullos de los sanadores desaparecieron. El fuego del fénix chispeó, ardiendo brevemente con un destello dorado.
Harry extendió su mano.
—Frank, la Orden del Fénix permanecerá aquí. Defenderemos el Ministerio, protegeremos a los inocentes. Tú… sigue el camino que Dumbledore te mostró.
Frank estrechó su mano con fuerza.
—Y la Orden de Elyn llevará esa luz al Velo, donde todo comenzó.
Hizo una pausa, observando los escombros que alguna vez fueron símbolo de autoridad.
—Si no regresamos… dile al mundo que lo intentamos con el alma.
Harry sonrió apenas, con la serenidad de quien ha vivido demasiadas despedidas.
—No digas eso. —Su mirada se endureció—. He visto morir demasiadas esperanzas para permitir que esta sea otra.
Hizo un gesto con la cabeza hacia los sanadores y aurores que se movían alrededor—. Londres puede estar herido, pero mientras exista un solo mago dispuesto a pelear… el eco de la oscuridad no será lo último que se escuche.
El fuego del fénix volvió a brillar.
Frank, en silencio, sacó su varita y la alzó hacia el techo derrumbado. Un resplandor blanco emanó de la punta, formando un símbolo antiguo en el aire: el círculo de Elyn, flotando junto al emblema del Fénix conjurado por Harry.
Ambos símbolos se entrelazaron, girando lentamente hasta fundirse en una espiral de luz.
—Por Dumbledore —dijo Harry.
—Por la magia… y por lo que somos —respondió Frank.
La espiral estalló en un destello dorado que ascendió hacia el cielo de Londres, disipando momentáneamente las nubes oscuras.
Horas más tarde, en los pasillos internos del Ministerio, Naomi observaba los fragmentos del círculo alquímico dejado por Flamel. Sus dedos temblaban mientras seguía las líneas grabadas sobre una mesa rota.
Eran trazos antiguos, vivos, que parecían respirar.
—No es un portal físico —murmuró para sí—. Es un camino… dentro del alma.
Hermione, agotada pero serena, la observó desde la distancia.
—¿Crees que Flamel lo sabía?
Naomi asintió lentamente.
—Él lo sabía todo. Nos estaba preparando.
Frank se acercó a ellas, su rostro iluminado por una tenue llama azul.
—¿Lo has descifrado?
—Sí —respondió Naomi, girando hacia él—. Pero no sé si estoy lista para abrirlo.
Frank colocó una mano sobre su hombro.
—Nadie está listo para mirar dentro de su propio Velo. Pero no tenemos otra opción.
Cerró los ojos y respiró hondo. El aire del Ministerio todavía cargaba con el aroma de la guerra. Luego, con un gesto solemne, se sentó frente al círculo y colocó su varita en el centro.
El suelo vibró.
La llama azul se tornó blanca.
Y el mundo, poco a poco, comenzó a desvanecerse.
Frank sintió su conciencia deslizarse por un túnel de luz líquida. Voces antiguas susurraban su nombre: Elyn… Dumbledore… Velo…
Hasta que, entre las ondas de energía pura, una figura se materializó frente a él.
Era Albus Dumbledore, envuelto en un resplandor plateado. Su mirada era la misma de siempre: sabia, compasiva y profundamente humana.
—Profesor… —susurró Frank, con un nudo en la garganta.
—No más títulos, mi querido muchacho —dijo Dumbledore con una sonrisa suave—. Aquí, todos somos solo almas recordando quiénes fuimos.
Frank cayó de rodillas.
—El mundo se apaga, Albus. Noctyra está más allá de lo que podemos detener. Flamel… se sacrificó. ¿Qué más podemos dar?
Dumbledore se acercó y puso una mano sobre su hombro.
—El alma no se gana venciendo, sino recordando quiénes somos.
Su voz era un eco y una melodía a la vez.
—Tú ya tienes la respuesta, Frank. Solo olvida el miedo. La alquimia del alma no transforma la materia… transforma el recuerdo.
El entorno vibró, convirtiéndose en un mar de luces doradas.
Frank levantó la vista.
—Entonces… ¿aún hay esperanza?
Dumbledore sonrió.
—Mientras el amor exista… siempre.
El mundo comenzó a desvanecerse otra vez, y Frank sintió que regresaba al cuerpo, empapado en sudor, con lágrimas en los ojos. Naomi lo sostenía, preocupada.
—¿Qué viste? —preguntó ella.
Frank respiró con dificultad, su voz quebrada entre el asombro y la certeza.
—A Dumbledore… y el camino hacia el alma.
Miró el círculo de Flamel, ahora resplandeciendo con un tono dorado intenso.
—El Velo interior nos espera. Y esta vez, no iremos solos.
Capítulo 16 – El regreso del silencio
La noche cayó sobre Inglaterra como una sombra líquida.
No hubo trueno, ni viento, ni el susurro del aire entre los árboles. Solo un vacío absoluto.
Los relojes se detuvieron a medianoche. Las campanas del Big Ben se alzaron… y murieron antes de emitir sonido.
Desde las alturas de Londres, un resplandor pálido comenzó a expandirse.
En el centro del resplandor, Noctyra se alzaba sobre una torre derruida, envuelta en un manto que parecía absorber la luz. Sus ojos, dos lunas negras sin fondo, se abrieron lentamente.
Con un simple gesto de su mano, el aire se quebró en un estallido invisible.
Los pájaros cayeron del cielo. Los ríos enmudecieron. Inglaterra entera fue devorada por el Silencio.
En los campos devastados cerca de Hogsmeade, Frank, Naomi, Brendy y Newt lideraban lo que quedaba de la Orden de Elyn.
Una docena de magos y brujas, los rostros tiznados de hollín, las varitas temblando, el miedo oculto tras miradas decididas.
Pero ahora… no podían hablar.
Frank alzó su varita de Saúco y trató de conjurar un Protego Maxima, pero ningún sonido emergió.
Aun así, la magia obedeció.
El aire vibró con una fuerza muda, y una cúpula luminosa se alzó protegiendo al grupo.
Brendy giró hacia Naomi.
Sus labios se movieron: “¿Estás bien?”
Naomi asintió, aunque sus ojos estaban llenos de lágrimas.
Sus dedos temblaban sobre el círculo de alquimia que había trazado en el suelo con polvo de plata y sangre de fénix.
Newt, a su lado, abrió su maletín. De su interior salieron decenas de criaturas mágicas: hipogrifos, graphorns, thestrals, e incluso un joven fénix que aún ardía débilmente.
Cada criatura rugió… pero no se oyó nada.
Solo las vibraciones del suelo, el choque de las alas, el eco invisible de un mundo ahogado.
El cielo se abrió en grietas negras.
Los Silentes descendieron como sombras líquidas, moviéndose entre la bruma.
No tenían rostros. Solo siluetas humanas envueltas en negrura, con ojos apagados.
Sus varitas no brillaban; su magia era pura absorción.
Brendy corrió hacia ellos, su capa ondeando.
Su varita se encendió con fuego violeta, y su boca se abrió en un grito que nadie oyó.
El fuego chocó con la oscuridad, creando destellos que parecían romper el tiempo.
Golpeó, esquivó, rodó en el suelo. Uno de los Silentes la alcanzó en el pecho con una daga etérea, pero ella giró y lanzó un Stupefy silencioso que lo desintegró.
Frank se unió a ella, moviéndose con una precisión casi sobrehumana.
Sus ojos buscaban a Noctyra, pero solo veía el vacío extendiéndose como una marea infinita.
A su lado, Newt liberó una bandada de occamys que envolvieron a los Silentes en espirales de luz, devorando la energía oscura de sus cuerpos.
En el centro del campo, Naomi seguía concentrada.
El círculo de alquimia comenzaba a brillar.
Los símbolos antiguos de Flamel se encendían uno a uno, creando una red de energía dorada que atravesaba el suelo.
Pero algo dentro de ella se quebró: la Piedra del Alma latía con violencia, como si un corazón oscuro intentara escapar.
De pronto, el aire vibró y Noctyra apareció frente a ella.
Su manto ondeaba sin viento. Su rostro, pálido y hermoso, parecía el de una estatua antigua.
Movió los labios… pero Naomi solo escuchó el eco dentro de su mente:
“Todo dolor nace del sonido… del grito del alma. Yo solo traeré la paz.”
Naomi retrocedió, su varita en alto, el miedo helando su piel.
“¡No entiendes!”, pensó, empujando su magia hacia el círculo.
El oro del alquimista se volvió rojo.
El fuego ascendió en espirales.
El suelo tembló con fuerza.
Frank apareció entre las sombras, lanzando un hechizo con la Varita de Saúco.
La energía chocó contra Noctyra, iluminando el silencio con una llamarada blanca.
Pero ella lo absorbió con su palma, sonriendo con una calma insoportable.
“El ruido… eres tú, Frank. Tú y los que aún recuerdan.”
Frank se acercó, la mirada firme, su varita temblando con pura determinación.
Clavó los ojos en los de ella y, sin voz, pronunció el hechizo más poderoso que conocía.
Una ola de luz salió disparada, envolviéndolos a ambos.
El impacto hizo temblar toda Inglaterra.
Brendy cayó de rodillas.
Naomi gritó, aunque su voz no existía.
El círculo de alquimia se activó, abriendo un vórtice de luz que absorbió las sombras.
Newt, desde la distancia, observó con lágrimas en los ojos cómo las criaturas se sacrificaban, ardiendo en fuego puro mientras contenían la expansión del hechizo.
Y entonces, por un instante…
El silencio se rompió.
Un eco resonó en el aire.
Un murmullo primero, luego un rugido, luego un canto.
“VOX CAELI…”
La voz de la magia volvió al mundo.
Las ondas sonoras estallaron como un amanecer.
Los Silentes se desintegraron.
Noctyra fue arrastrada hacia el círculo en un torbellino de fuego y luz.
Frank y Naomi, exhaustos, cayeron de rodillas mientras el aire vibraba con la fuerza de mil almas.
El silencio había vuelto… solo que esta vez, no era vacío, sino paz.
Brendy se acercó a Naomi y la sostuvo con ternura.
Newt, con la mirada perdida en el horizonte, susurró:
—El mundo… ha vuelto a respirar.
Frank alzó la vista al cielo, donde las estrellas reaparecían entre los restos de humo.
Y en su mente, escuchó una voz conocida, la de Dumbledore:
“Donde hubo silencio… florecerá la verdad.”
El amanecer despuntó, y el eco de la batalla se desvaneció con los primeros rayos de sol.
Capítulo 17 – La Transmutación
El amanecer llegó cubierto por un velo gris.
Londres, apenas despierta del hechizo del silencio, parecía un cadáver iluminado.
Las calles estaban vacías, los relojes aún no marcaban el paso del tiempo, y el aire olía a magia vieja… a la clase de energía que no pertenece a los vivos.
En los restos del campo de batalla, Frank sostenía la Varita de Saúco entre sus dedos, sintiendo cómo pulsaba al ritmo de su corazón.
A su alrededor, la Orden de Elyn reconstruía lo que podía. Brendy atendía a los heridos, y Newt, arrodillado, escribía notas sobre criaturas que ya no existían.
Pero Naomi no despertaba.
Ella flotaba en el aire, suspendida sobre el círculo alquímico que Flamel le había enseñado a completar.
Su cuerpo parecía dormido, pero de su pecho emanaban hilos de luz que serpenteaban hacia el suelo, fundiéndose con los símbolos que brillaban bajo sus pies.
—Naomi… —susurró Frank, su voz ronca—. No te atrevas a irte todavía.
Una ráfaga helada recorrió el campo.
La luz del amanecer se curvó, distorsionada, y de entre las sombras emergió una figura encapuchada.
Sus pasos no hacían ruido.
Pero Frank reconoció el andar firme, el aura de poder contenida.
Harry Potter.
Llevaba el abrigo negro de la Orden del Fénix, su varita en una mano… y en la otra, un objeto pequeño, oscuro, que brillaba con un fulgor suave.
Frank dio un paso atrás, sorprendido.
Harry se detuvo frente a él, con una expresión grave, pero serena.
—Dumbledore siempre decía que las reliquias no son instrumentos de dominio, sino de decisión —dijo, su voz resonando con calma—. Tú decidiste proteger al mundo, no gobernarlo. Por eso… esto te pertenece.
Abrió su mano.
En su palma reposaba una piedra negra, lisa, grabada con un símbolo triangular casi borrado por el tiempo.
La Piedra de la Resurrección.
Frank la miró, sintiendo un escalofrío recorrerle el alma.
El aire pareció vibrar con el eco de las almas dormidas.
—Creí que la habías destruido —dijo, apenas en un murmullo.
Harry negó suavemente.
—No se puede destruir lo que pertenece al alma. Solo esconderlo… o usarlo cuando el corazón esté listo.
Hizo una pausa, y su mirada se suavizó.
—Yo la guardé todos estos años, esperando no volver a necesitarla. Pero tú… tú tienes una hija ahí dentro, y un mundo que aún respira gracias a ti.
Le tendió la piedra.
—Haz lo que debes, Frank. No por el poder, sino por amor.
Frank extendió la mano.
La piedra era fría como el hielo, pero en cuanto la sostuvo, una corriente cálida subió por su brazo, directo al corazón.
El símbolo de las Reliquias de la Muerte brilló en su piel, justo bajo la Varita de Saúco.
Por un instante, oyó susurros.
Voces que venían de muy lejos: Flamel, Dumbledore, Cyril, Alaric… y tantos otros que habían caído.
Harry dio un paso atrás y asintió.
—Haz que valga la pena, viejo amigo.
Luego se desvaneció entre el humo, su silueta disolviéndose con la primera luz del día.
Frank giró hacia el círculo.
Naomi flotaba más alto ahora, envuelta en un resplandor dorado que contrastaba con el cielo gris.
El aire se estremecía a su alrededor; la alquimia del alma había comenzado.
Frank apretó la piedra en una mano y la Varita de Saúco en la otra.
El poder de ambas reliquias vibró al unísono, y de pronto el mundo se quebró.
El suelo desapareció.
El cielo se rasgó en dos.
Y el plano físico se fundió con el espiritual.
El Velo se abrió ante ellos.
Un mar de luz líquida los rodeó, flotando en un horizonte sin suelo ni cielo.
Naomi estaba allí, de pie, su cuerpo brillando con energía alquímica.
Frente a ella, la figura de Noctyra, resplandeciente y oscura a la vez, emergía del vacío.
Su voz llenó el aire con una dulzura mortal:
—¿Crees que puedes cambiar la naturaleza del alma? No puedes transmutar lo que fue roto al nacer.
Naomi alzó la mirada, su rostro tranquilo, aunque una lágrima recorría su mejilla.
—No quiero cambiarla —dijo—. Quiero recordarla.
Frank apareció a su lado, la Varita de Saúco alzada.
La piedra de la resurrección brilló, proyectando un círculo de fuego blanco alrededor de ellos.
Y entonces, las almas comenzaron a aparecer.
Fantasmas de luz pura.
Cyril, Flamel, Alaric, incluso Dumbledore.
Todos emergieron del resplandor, formando una barrera viva entre ellos y Noctyra.
El alma de Flamel sonrió con ternura.
—La alquimia del alma no transforma la materia, sino el propósito. Deja que la luz recuerde lo que fue olvidado.
Naomi extendió sus manos hacia el círculo de símbolos.
La energía de la Piedra del Alma se desbordó, conectándose con la Varita de Saúco y la Piedra de la Resurrección.
El triángulo de las reliquias se formó en el aire, girando lentamente, como un sol blanco naciente.
Noctyra gritó, su voz distorsionando el plano entero.
El Velo comenzó a desmoronarse.
Las sombras intentaron huir, pero la luz los alcanzó uno por uno, desintegrándolos en pura memoria.
Frank sintió su cuerpo arder.
Cada nervio, cada célula se fundía en energía.
Naomi, a su lado, gritó mientras su alma se unía a la alquimia final.
—¡Padre! ¡No me sueltes!
Frank la tomó de la mano.
—Nunca lo haré. No mientras recuerde quién eres.
Las tres reliquias estallaron en un haz de luz infinita.
La Varita, la Piedra, y el poder de la alquimia se unieron.
Y de ese destello nacieron alas.
Noctyra fue envuelta por el resplandor, y por primera vez, su rostro mostró temor.
—¿Qué… qué estás haciendo?
—No te destruyo —respondió Naomi—. Te libero.
El grito de la diosa del silencio se desvaneció como un suspiro.
Y el Velo se cerró, con un sonido que fue mitad trueno, mitad canto.
Cuando todo terminó, el mundo volvió a respirar.
Frank y Naomi yacían en el suelo, rodeados de ruinas.
El cielo, despejado al fin, mostraba un amanecer limpio.
Naomi abrió los ojos y vio a su padre sonreír, exhausto pero vivo.
En su mano, los fragmentos de la Varita de Saúco aún ardían suavemente.
La Piedra de la Resurrección había desaparecido.
—Lo hicimos —susurró ella.
Frank asintió.
—No. Tú lo hiciste, hija mía. Yo solo te ayudé a recordar quién eras.
Brendy y Newt se acercaron corriendo entre el polvo.
El mundo mágico, otra vez, había sobrevivido a su propia oscuridad.
CAPÍTULO 18 – La voz del amor
El mundo estaba mudo.
No era un silencio normal… era un silencio que pesaba, que aplastaba, que devoraba.
Inglaterra entera estaba envuelta en un manto de ausencia total, donde ni siquiera los pensamientos parecían seguros.
Frank y Naomi estaban dentro del círculo alquímico trazado por Flamel, rodeados por un torbellino de luz y sombra. El cielo se había abierto como una herida y el plano espiritual vibraba encima del físico como dos hojas superpuestas.
A su alrededor, Noctyra avanzaba lentamente, su figura blanca y espesa como un velo húmedo, sus ojos negros —dos lunas vacías— brillando con un hambre insondable.
Brendy, sangrando pero firme, sostenía sus protecciones defensivas sin poder emitir ni un solo grito. Newt, detrás de ella, liberaba criaturas luminosas que apenas podían moverse en la presión del hechizo de silencio.
Y en el centro del círculo, Naomi temblaba.
La Piedra del Alma flotaba frente a ella, partida, vibrando como si contuviera miles de voces queriendo salir… pero incapaces de hacerlo.
Frank, con la Varita de Saúco alzada, intentaba canalizar energía hacia ella, pero el silencio lo asfixiaba también. Ni un sonido, ni un suspiro, ni un latido audible.
Era como si el mundo hubiera muerto antes que ellos.
La aproximación de Noctyra
Noctyra dio un paso.
El suelo se rajó.
Otro paso.
El cielo mismo pareció hundirse.
Cuando extendió una mano hacia Naomi, la temperatura cayó abruptamente.
Una palabra se formó en el aire, escrita con escarcha invisible:
“Silencio eterno.”
Frank intentó moverse, pero una fuerza invisible lo clavó al suelo.
Brendy quiso correr hacia Naomi, pero un muro de silencio la atrapó en un campo inmóvil.
Y Naomi…
Naomi sintió que su alma se hundía.
La oscuridad entró en ella como un río frío, robándole recuerdos, sensaciones, colores.
Noctyra susurraba sin sonido:
“Vacío… descanso… olvido…”
El círculo alquímico empezó a debilitarse.
Las runas de Flamel parpadeaban, apagándose una a una.
La Piedra del Alma empezó a absorber energía.
Y Naomi sintió que iba a desaparecer.
La chispa del recuerdo
De pronto, algo tocó su conciencia.
Una imagen.
Una figura en medio del Velo.
Dumbledore.
Su voz —que no debía poder escucharse— sonó clara dentro de ella:
“El alma no es silencio… ni ruido.
El alma es lo que amamos.
Recuérdalo, Naomi.”
La joven abrió los ojos.
Las runas volvieron a encenderse.
El círculo vibró como un corazón.
Noctyra retrocedió un paso.
Los ojos negros parpadearon, confundidos.
La voz imposible
Naomi inhaló profundamente.
Frank pudo sentirlo.
Brendy también.
Newt, sorprendido, vio que la luz en los ojos de la joven cambiaba…
como si alguien más estuviera dentro de ella, guiándola.
Y entonces…
Naomi habló.
En medio del hechizo absoluto de silencio.
En medio del mundo apagado.
Naomi habló.
Con una voz suave.
Temblorosa.
Pero real.
—El amor no es ruido… —dijo, su voz expandiéndose como una onda de luz— es lo que da sentido al silencio.
El sonido atravesó el aire como un rayo.
Las criaturas mágicas alzaron la cabeza, incrédulas.
Los retratos de Hogwarts parpadearon en la distancia.
Los magos supervivientes sintieron un escalofrío.
Y Noctyra… retrocedió como si hubiese sido quemada.
El estallido del círculo
El círculo alquímico reaccionó de inmediato.
La luz se expandió.
La Piedra del Alma tembló violentamente en el aire.
Naomi levantó una mano temblorosa hacia la piedra.
Su voz siguió resonando, más fuerte, más segura:
—Noctyra, no voy a dejar que alimentes el vacío con el dolor de los demás.
—El silencio no es tuyo… y las almas no te pertenecen.
La piedra empezó a agrietarse.
Frank sintió la onda mágica golpearlo.
Brendy cayó de rodillas, con lágrimas saliendo sin sonido.
Noctyra gritó sin voz, su figura temblando, deshaciéndose.
La energía se derramó como un torrente.
La liberación
Naomi cerró los ojos y dio el último empujón:
—¡Libérense!
La Piedra del Alma estalló.
Un estallido de luz blanca atravesó todo el campo de batalla.
Miles de almas —pequeños fragmentos luminosos como luciérnagas— salieron disparadas en todas direcciones.
Algunas rozaron el cabello de Naomi.
Otras pasaron junto a Frank, dejándole una sensación cálida.
Un par se inclinaron ante Brendy.
Newt vio criaturas etéreas resurgir por un instante para agradecerle.
En el cielo, la grieta del Velo Interior se cerró lentamente…
como un párpado que termina de llorar.
El silencio se rompió.
Regresaron los sonidos.
Los respiraciones.
Los suspiros.
Las lágrimas.
Y el primer sonido que volvió al mundo fue la voz de Naomi, débil, pero viva:
—Papá… —lo miró— lo logramos.
Frank cayó de rodillas y la abrazó con fuerza.
Brendy sollozó como una niña.
Newt cerró los ojos, agotado, pero sonriendo.
Noctyra… caída, pero no destruida
La villana retrocedió, su forma hecha jirones.
El estallido había destruido su conexión con las almas…
pero no su existencia.
Se desvaneció en un vapor negro que se replegó hacia la nada.
Antes de desaparecer, susurró —esta vez con voz audible—:
“El último silencio… aún vendrá.”
Y luego desapareció…
Dejando solo ceniza blanca en el aire.
La luz vuelve al mundo
Por primera vez en días, Inglaterra respiró.
Las criaturas mágicas volvieron a emitir sonidos débiles.
Los magos sobrevivientes se abrazaron.
Los retratos recobraron sus voces.
Y el eco de Naomi siguió vibrando en el aire…
Una voz que había desafiado lo imposible.
Una voz que había roto el silencio absoluto.
Una voz de amor.
Capítulo 19 – El fin del Velo
El silencio aún flotaba como una neblina sobre la explanada destrozada, pero ya no era absoluto: fragmentos de sonido comenzaban a renacer, como si el mundo recuperara la respiración que había perdido. Naomi todavía estaba arrodillada dentro del círculo, exhausta, rodeada de destellos dorados que se desvanecían poco a poco. Frank se mantenía firme a su lado, sosteniendo la Piedra de la Resurrección, ahora agrietada, mientras la energía espiritual regresaba a su equilibrio natural.
En el centro del caos, Noctyra oscilaba entre la existencia y el olvido. Su cuerpo, hecho de sombras densas, temblaba como si estuviera siendo devorado por su propio hechizo. La magia que había desatado empezaba a absorberla lentamente, como una serpiente que muerde su propia cola.
Frank dio un paso hacia ella, aún jadeante.
—Noctyra… detén esto. Aún puedes…
Ella levantó la cabeza. No había odio en sus ojos esta vez; había miedo. Un miedo antiguo, casi humano.
—No… no puedo detener lo que yo misma desaté —susurró—. El silencio era mi única forma de escapar… y ahora me reclama.
Una grieta de luz blanca se abrió detrás de ella, succionando las sombras de su cuerpo. Sus manos temblaron. Desesperada, trató de aferrarse a algo… a cualquier cosa.
Pero entonces la luz cambió.
De la grieta surgió una figura familiar, cubierta por una túnica brillante, con una calma eterna en el rostro: Albus Dumbledore.
—Noctyra —dijo con suavidad, como quien le habla a un niño extraviado—. El silencio nunca fue tu enemigo… pero tampoco fue tu salvación.
Noctyra retrocedió, atónita.
—¿Por qué tú…? Yo destruí todo lo que defendías.
—Y aun así —respondió él, acercándose—, sigues siendo parte del mundo que intentaste olvidar.
Los destellos alrededor de Noctyra se intensificaron. A través de la luz comenzaron a surgir más figuras.
Kael Tharion, imponente como un gigante caído, con su mirada severa, pero sin rencor.
Azel Tharion, su hijo, con una expresión mezcla de tristeza y furia contenida.
Melany, la dulce Melany, con una paz en los ojos que jamás tuvo en vida.
Y detrás de ellos, todas las almas que habían caído desde la primera apertura del Velo:
aurors, criaturas mágicas, miembros de la Orden de Elyn, magos, brujas, guardianes olvidados… Todos envueltos en un fulgor etéreo que vibraba con una misma voz invisible.
Noctyra se desplomó de rodillas.
—No… no puede ser… —jadeó—. Yo los… yo los destruí. Yo los envié a este lugar. ¿Por qué… por qué regresan?
Kael Tharion se adelantó, su figura enorme proyectando una sombra luminosa.
—Porque la magia del mundo no puede ser silenciada —tronó su voz—. Ni siquiera por ti, Noctyra.
Azel alzó la mano, su tono era más suave que en vida.
—El silencio que buscabas nunca fue ausencia de sonido… sino ausencia de dolor. Pero no se cura destruyendo lo que queda.
Melany se acercó y extendió una mano etérea hacia Noctyra.
—Tú también estás hecha de magia. Por eso nunca podrás apagarla completamente.
Dumbledore se inclinó un poco, mirándola con infinita compasión.
—Querida niña… incluso en la oscuridad más profunda, siempre hay un eco. Y ese eco… es vida.
Noctyra apretó los dientes. Lágrimas negras rodaron por sus mejillas.
—Yo solo quería dejar de escuchar… dejar de sentir… Dejar de ser una sombra de todos ustedes.
Frank dio un paso adelante.
No hablaba como guerrero, ni líder, ni héroe.
Hablaba como alguien que conoce el dolor.
—Y aun así… incluso en el silencio… te escuché.
Noctyra lo miró.
Una chispa de humanidad brilló en sus ojos, por primera vez.
La grieta detrás de ella rugió, absorbiéndola más y más. La sombra que la envolvía comenzó a desfilar hacia el vacío luminoso. Los espíritus rodearon el portal, guiándola, no empujándola.
Dumbledore extendió su mano.
—Es hora de volver a casa.
Noctyra tembló.
—¿Casa…? Yo no tengo un hogar.
Melany sonrió con calidez.
—Todos los que aman… tienen uno.
La luz la envolvió.
Sus últimas palabras, dirigidas a Frank, llegaron como un susurro quebrado:
—Entonces… incluso en el silencio…
te escuché.
Su cuerpo se disolvió en un remolino oscuro, que fue absorbido por completo dentro de la grieta.
Las sombras se plegaron, el portal se contrajo… y con un estallido final, el Velo se cerró.
No como un portazo violento.
Sino como un libro que llega a su última página, decidido a no ser abierto jamás.
Un viento cálido recorrió los campos destrozados.
La magia del mundo vibró, estabilizándose por primera vez en años.
Como si la Tierra entera exhalara un suspiro largamente contenido.
Naomi se acercó a Frank, aún débil pero sonriente.
—Lo logramos… ¿verdad?
Frank miró el cielo despejado, sintiendo la paz regresar.
—Sí.
El Velo se ha cerrado para siempre.
Newt, cubierto de polvo y plumas de criaturas mágicas, se dejó caer de bruces al suelo.
—¡Por las barbas de Merlín! —exclamó, riendo entre lágrimas—. ¡Pensé que no lo contábamos!
El silencio —el verdadero silencio— volvió entonces.
No el de Noctyra.
No el forzado.
Sino uno natural, lleno de vida.
Un silencio que permitía escuchar todo lo que importaba.
Los latidos.
La respiración.
La esperanza.
La temporada terminaba donde el mundo renacía.
En un silencio que, al fin, tenía sentido.
Capítulo 20 – La aurora de Elyn
El amanecer llegó con una suavidad casi sagrada.
Por primera vez en días, Hogwarts no despertó con gritos, ni con temblores, ni con sombras que reptaban entre las torres.
Despertó con luz.
Una luz dorada, tranquila, tibia, que se deslizó por los pasillos de piedra y acarició los ventanales como si el castillo mismo hubiese sobrevivido a una pesadilla demasiado larga. Las estatuas volvieron a sus posiciones originales. Las armaduras, que habían luchado hasta sus últimas piezas, se enderezaron orgullosas.
Y entonces, como un milagro que el mundo había olvidado…
Los pájaros cantaron.
Primero un murmullo tímido. Luego, un coro completo.
El sonido se expandió por los terrenos, bajó hacia el Bosque Prohibido, subió hasta los cielos despejados.
Frank cerró los ojos un instante. Aquel canto tenía un peso emocional indescriptible:
el sonido que Noctyra había arrebatado… regresaba.
—Había olvidado cómo sonaba la mañana —murmuró Naomi a su lado.
Estaban en la torre más alta, donde el viento olía a rocío y futuro.
Brendy apoyaba los brazos en la barandilla, observando el horizonte. Newt estaba sentado en el suelo, libretita en mano, tomando notas frenéticamente mientras un pequeño fwooper se posaba en su hombro, como celebrando el retorno del sonido.
—No puedo creerlo… —dijo Brendy, con una sonrisa cansada, pero real—. Estamos vivos. Todos nosotros.
—No todos —susurró Naomi, aunque sin tristeza amarga. Su voz era serena, como quien honra un recuerdo sin dejar que duela.
Frank colocó una mano en su hombro.
—Pero su sacrificio… nos trajo aquí.
El sol terminó de asomar.
Una aurora rojiza bañó los campos, las montañas, las ruinas distantes, y con ella se alzó un viento cálido que removió los cabellos de los cuatro.
Era el amanecer de un nuevo mundo.
El despacho de Flamel
Horas después, Naomi entró silenciosamente al despacho que había pertenecido a Nicolás Flamel. No había nadie allí: sólo pergaminos antiguos, frascos con elixires y una calma profunda que impregnaba el aire.
En el centro del escritorio, aún intacto, yacía el círculo alquímico que ella y Frank habían estudiado durante meses.
Naomi abrió su mano.
La Piedra fragmentada brilló débilmente. Tres pedazos, con un fulgor tenue… casi un latido.
La miró con una mezcla de nostalgia y gratitud.
—Gracias —susurró—. No por tu poder… sino por lo que me enseñaste.
La colocó con delicadeza en el escritorio, sobre un pequeño soporte de cristal que Flamel solía usar para sus talismanes experimentales.
No como arma.
No como reliquia.
Sino como símbolo de paz.
—Es mejor así —dijo Frank desde la puerta.
Naomi se giró. Él sonreía suavemente.
—El mundo no necesita más instrumentos de guerra.
—No —coincidió ella—. Necesita memoria. Y amor.
Salieron juntos, dejando el despacho iluminado por la luz del amanecer.
La Piedra fragmentada pareció respirar con la aurora.
La torre más alta – Epílogo de los cuatro
Brendy lanzó un suspiro exagerado.
—Bueno, ¿y ahora qué? ¿Dormir catorce horas? ¿Comer hasta desmayarnos? ¿O salvar al mundo otra vez la próxima semana?
Newt rió, guardando su libreta.
—No pronuncies eso tan fuerte. La magia tiene oído fino.
Frank apoyó las manos en el borde de la torre y contempló el cielo.
Ese cielo que había sido desgarrado, ensombrecido, silenciado…
y que ahora renacía con un azul puro, casi infantil.
Se volvió hacia los otros, su voz firme pero cálida.
—Mientras haya una voz que ame…
nunca habrá silencio.
Naomi lo miró con una emoción que ninguna palabra podría describir.
Brendy asintió.
Newt soltó una lágrima que fingió limpiar con la manga, aunque en realidad se le escaparon varias.
El viento siguió soplando entre ellos. Y por primera vez desde el inicio… no presagiaba tragedia ni batalla.
Sino esperanza.
Unos segundos de silencio…
Y luego se escucha la voz inconfundible, suave y profunda, de Newt Scamander en voz en off.
Voz en off – Newt Scamander
“Donde hubo oscuridad, floreció la esperanza.
Donde hubo silencio… renació la canción del alma.
Y en el corazón de quienes creen…
el Velo jamás volverá a cerrarse.”
EPÍLOGO – Tras una semana de aurora
El cielo sobre Londres amanecía despejado, como si el mundo mágico respirara por primera vez luego de días de silencio y sombras. Una fina brisa recorría la explanada del Ministerio de Magia, llevando consigo la sensación de que algo nuevo —y profundamente histórico— estaba por ocurrir.
Los emblemas del Fénix ondeaban junto a los estandartes recién restaurados del Ministerio. La multitud se congregaba alrededor de una plataforma elevada de ónix blanco, conjurada especialmente para la ceremonia. Aurors, familias, profesores de Hogwarts, miembros de departamentos que habían sobrevivido… todos se encontraban ahí, en silencio reverente.
En el centro de la plataforma, radiante y solemne, se encontraba Hermione Granger, la nueva Ministra de Magia, vestida con túnicas púrpura y oro. Su expresión era una mezcla perfecta de orgullo, agotamiento y esperanza.
A ambos lados, los sobrevivientes de la Orden del Fénix observaban con firmeza. Y en la parte frontal, como los protagonistas indiscutibles de aquella nueva era, estaban Frank, Naomi, Brendy y Newt Scamander: la Orden de Elyn, recién salida de una guerra que había cambiado para siempre los cimientos de la magia.
Hermione levantó su varita. Un susurro amplificador encantó la atmósfera.
—Hoy, el mundo mágico honra a cuatro valientes —comenzó con voz serena—. Cuatro almas que se enfrentaron a lo desconocido, a lo intangible. Cuatro personas que eligieron no rendirse incluso cuando el silencio amenazó con devorarlo todo.
La multitud escuchaba en absoluto respeto.
—Durante generaciones —continuó Hermione— hemos hablado de héroes… pero los héroes de esta era tienen nombres nuevos. La Orden de Elyn ha protegido nuestro mundo con sacrificio, ingenio y un amor por la vida que trasciende cualquier hechizo.
Frank sostuvo la mirada, sintiendo un peso cálido en el pecho. Naomi, a su lado, respiraba hondo, aún llevando en su interior las cicatrices del Velo. Brendy, con la mano apoyada en el hombro de Newt, miraba discretamente al público, como quien no termina de creerse que está vivo para presenciar aquello.
Hermione sonrió apenas.
—Por su valentía… por su sacrificio… y por devolvernos la voz cuando el silencio amenazó con borrar nuestra existencia… el Ministerio de Magia otorga a la Orden de Elyn la más alta condecoración del mundo mágico moderno: La Estrella de la Armonía Eterna.
La multitud estalló en aplausos.
Ron Weasley, Luna Lovegood, Neville Longbottom, Kingsley Shacklebolt —todos presentes— aplaudían con orgullo sincero.
Hermione levantó una mano.
—Y para imponer las insignias —continuó—, solo podía ser él.
Un murmullo recorrió la multitud cuando Harry Potter subió a la plataforma. Su presencia irradiaba una autoridad tranquila, marcada por años de batallas y pérdidas, pero también de sabiduría.
Harry se acercó a Frank primero. Con una pequeña sonrisa ladeada, dijo:
—Gracias por mantener viva una parte del legado de Dumbledore. Esa parte que nunca se rinde.
Colocó la insignia sobre su pecho: un emblema brillante con un fénix elevándose sobre un círculo alquímico.
Luego se acercó a Naomi.
—Tu fuerza es distinta a cualquier magia que haya visto —le dijo con suavidad—. Nunca olvides que la luz que llevas no necesita permiso para brillar.
A Brendy le guiñó un ojo.
—Sigue enseñando. El mundo necesita más de tu valentía y tu humor… aunque tú digas que no es humor.
Brendy rió, nervioso.
A Newt simplemente lo abrazó.
—Por ti, por tus criaturas… y por recordarnos siempre que la magia más pura es la que cuida, no la que destruye.
La ceremonia concluyó entre aplausos, vítores y un cielo lleno de chispas doradas conjuradas. Hermione levantó la mano en despedida y descendió de la plataforma junto a los ministros y líderes del cuerpo de seguridad.
Pero Harry no se movió.
Se quedó ahí, mirando a Frank con un gesto serio.
Luego levantó la barbilla, en señal de que lo siguiera.
Frank entendió.
Naomi, Brendy y Newt intercambiaron miradas. Frank les dijo:
—Los alcanzo en un momento.
Lo siguió por un pasillo lateral del Ministerio, uno que descendía hacia las salas más antiguas: corredores con antorchas mágicas, esculturas de magos históricos y puertas que solo respondían a altos cargos.
Finalmente llegaron a una habitación pequeña, circular, silenciosa. En el centro había una mesa de piedra con mapas, documentos sellados y un orbe que mostraba fragmentos distorsionados de Hogwarts.
Harry apoyó ambas manos en la mesa.
—Frank… —dijo, sin rodeos— lo que viene ahora no podemos enfrentarlo solos.
Frank frunció el ceño.
—¿Qué tan grave es?
Harry respiró profundo. Sus ojos tenían esa mezcla de firmeza y preocupación que Frank había visto pocas veces.
—Hogwarts nos está llamando.
Frank parpadeó.
—¿El castillo?
Harry asintió lentamente.
—Se está comportando como si tuviera… miedo. Las paredes cambian. Las escaleras no obedecen. Los retratos se esconden. Y, peor aún, el Bosque Prohibido ha comenzado a moverse como si algo hubiese despertado bajo sus raíces.
Abrió un pergamino. Era un mapa de Hogwarts, pero con grietas de luz azulada recorriendo el castillo.
—Esto no lo causó Noctyra —dijo Harry—. No es magia oscura. No es un hechizo conocido. Es algo más antiguo. Mucho más antiguo.
Cerró el mapa.
—Frank… la Orden del Fénix necesita a la Orden de Elyn. Necesitamos su conocimiento del Velo, su experiencia con fuerzas que no siguen reglas humanas. Necesitamos su valentía.
Alzó la mirada.
—Hogwarts nos está pidiendo ayuda.
Y algo me dice que…
la próxima guerra no será contra la oscuridad.
Será contra lo que duerme bajo la luz.
Frank sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
🌑Escena Post-Créditos — “Sombras en Hogwarts”
El reloj de arena del despacho de la directora Minerva McGonagall marcaba un suave tic-tac, frágil, como si incluso él temiera romper el silencio que seguía reinando sobre Hogwarts. Fuera, la noche caía sobre el castillo con una quietud inusual, apenas iluminada por la luz de la luna que atravesaba las ventanas góticas.
En el centro del despacho, alrededor de la mesa circular de roble, se encontraban Frank, Naomi, Brendy, Harry Potter y Newt Scamander. La directora McGonagall observaba desde la cabecera, seria y preocupada, como si cada respiración del castillo fuese un presagio.
Minerva McGonagall:
—Lo que ocurrió con Noctyra… no fue el final. Hogwarts lo siente. Yo también.
Harry asintió lentamente, con su varita descansando sobre la mesa, como si estuviera lista para levantarse sola en cualquier instante.
Harry Potter:
—El Velo se cerró. Pero algo más… algo antiguo… se está moviendo bajo estos muros. Noctyra no actuó sola.
—Y si es lo que pienso… necesitaremos más que la Orden del Fénix para detenerlo.
Brendy cruzó los brazos, aún herida por las batallas recientes, pero con la ferocidad intacta en sus ojos.
Brendy:
—Lo enfrentaremos, como siempre. Pero necesitamos saber qué es exactamente lo que vuelve a despertar.
Naomi, apoyada sobre la mesa con el círculo de Flamel a su lado, habló con voz firme.
Naomi:
—Los pasillos siguen vibrando. No es oscuridad… es memoria. Algo atrapado en el tiempo del castillo está tratando de respirar otra vez.
Frank intercambió miradas con Harry.
Frank:
—Entonces no es solo magia residual…
—Es otra fuerza. Y quiere salir.
Un trueno lejano retumbó sobre las torres de Hogwarts. La directora cerró los ojos, como si pudiera escuchar el latido del castillo.
McGonagall:
—Por eso los he reunido aquí. Hogwarts… está pidiendo ayuda.
Newt dio un paso adelante, ajustándose el abrigo, claramente inquieto pero decidido.
Newt:
—Si hablamos de entidades antiguas, o fuerzas vinculadas al alma… conozco a dos personas que podrían ayudarnos a entender esto.
—Dos personas de plena confianza.
—Podría traerlos si ustedes—
De pronto, la temperatura bajó.
Las velas parpadearon…
Y una sombra se movió en la esquina más oscura del despacho.
Todos levantaron sus varitas.
Newt se quedó helado.
Una voz firme, tranquila… y familiar… emergió desde la penumbra.
???
—No hará falta que nos traigas, Newt.
Frank entrecerró los ojos.
Naomi respiró hondo, sintiendo una energía nueva… cálida y poderosa.
Dos figuras avanzaron desde la sombra, iluminadas por la luz de la luna que entraba por el ventanal.
La primera era una mujer de ojos determinados, mirada aguda y porte de auror experimentada: Tina Goldstein, con su abrigo negro del MACUSA ondeando suavemente.
La segunda, un hombre alto, imponente, de rostro marcado por las batallas pero con honor en cada gesto: Theseus Scamander, ex-Jefe de Aurores británicos.
Ambos se detuvieron frente a Newt.
Y con una sonrisa cargada de historia compartida, Tina dijo:
Tina Goldstein:
—Ya estamos aquí… Newt.
Theseus añadió, cruzando los brazos con una mezcla de ironía y preocupación:
Theseus Scamander:
—Y por lo que sentimos en este castillo… llegamos justo a tiempo.
Newt quedó mudo.
Frank intercambió miradas con Harry.
Brendy apretó la empuñadura de su varita.
Naomi sintió que el destino acababa de dar un giro.
McGonagall respiró profundamente.
McGonagall:
—Bien…
—Entonces, señores Scamander… señorita Goldstein…
Se incorporó con solemnidad, su mirada recorriendo a todos los presentes.
McGonagall:
—Díganme…
—¿Estamos preparados para lo que viene?
El destino los junto, mostrando a los nueve reunidos bajo la luz tenue, mientras el viento de la noche golpea suavemente las ventanas del despacho…
Un silencio intenso.
Una unidad indestructible.
Un castillo que despierta.
Y una nueva oscuridad esperando.
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