Capítulo 1 – El despertar del velo
El sonido de la lluvia golpeando los ventanales del museo resonaba como un eco antiguo. Entre vitrinas cubiertas de polvo y estatuas de piedra que parecían observar en silencio, el profesor Frank pasaba las últimas horas de la noche revisando un conjunto de manuscritos que nadie más se había atrevido a tocar.
Su escritorio estaba cubierto de papeles, tazas de café vacías y fragmentos de piedra con inscripciones ilegibles. Las luces parpadeaban por momentos, como si el edificio mismo respirara con inquietud.
Frank frunció el ceño al observar el fragmento más reciente que había encontrado durante una excavación en las ruinas de Tirnora, un sitio olvidado del norte. Tenía grabado un símbolo circular, parecido a un ojo atravesado por una línea sinuosa.
—No hay registro de esto en ninguna civilización conocida… —murmuró, ajustando sus lentes mientras trazaba el contorno con la yema del dedo.
Apenas lo tocó, una sensación de frío recorrió su brazo. La piedra emitió un leve destello azul. Frank retrocedió sobresaltado, tirando sin querer los documentos al suelo. El resplandor desapareció tan rápido como había surgido, pero el aire quedó denso, cargado de energía.
Miró su reflejo en la ventana. Por un instante juró ver una figura detrás de él: una silueta femenina envuelta en luz. Parpadeó… y ya no estaba.
—Otra noche larga, profesor… —dijo una voz desde la puerta.
Era Marcus, el guardia del museo. Un hombre robusto, de rostro amable, que solía traerle café cuando se quedaba trabajando hasta tarde.
Frank forzó una sonrisa.
—Gracias, Marcus. Solo estoy revisando algo importante.
—¿Importante o peligroso? —bromeó el guardia—. La última vez que dijo eso, terminó con medio archivo cubierto de hollín por esa “reacción química accidental”.
Frank rió con suavidad.
—Lo prometo, nada explotará esta vez.
Marcus le dejó una taza de café humeante y se retiró. Cuando el silencio regresó, Frank se inclinó sobre el fragmento nuevamente. La piedra parecía… palpitar.
Una voz lejana susurró su nombre, apenas perceptible:
—Frank...
Él se incorporó de golpe. El corazón le latía con fuerza. No había nadie.
Solo la lluvia, y el leve temblor de una lámpara.
Al otro lado de la ciudad, Naomi, de dieciocho años, caminaba bajo la misma tormenta, sosteniendo un paraguas que el viento amenazaba con arrancarle de las manos. A su lado iban sus inseparables amigas: Brendy —de cabello corto, ingeniosa y escéptica— y Melany, más reservada, de mirada profunda, que parecía siempre escuchar algo que las demás no podían oír.
—¡Naomi, te dije que el atajo por el callejón era una mala idea! —gritó Brendy, intentando cubrirse.
—¡Era eso o empaparnos el doble! —replicó Naomi entre risas.
—A veces pienso que disfrutas desafiar al universo —dijo Melany en voz baja, casi como si fuera una advertencia.
Al doblar la esquina, una ráfaga de viento helado las detuvo. El ambiente cambió de repente: el aire se volvió espeso, la lluvia cesó, y el sonido de la ciudad se desvaneció.
El farol más cercano comenzó a parpadear.
—¿Qué… pasa? —susurró Naomi.
Del suelo emergió una sombra oscura, una figura amorfa que se alzaba como humo líquido.
Brendy gritó. Melany extendió una mano, y sus ojos brillaron tenuemente, como si invocara algo… pero se contuvo al ver a Naomi.
—¡No te acerques! —ordenó Melany.
La criatura se abalanzó sobre Naomi. Ella levantó instintivamente los brazos para cubrirse, pero una luz blanca brotó de sus palmas. El aire vibró con fuerza, y el ser fue lanzado contra el muro, disolviéndose en una lluvia de partículas azules.
El silencio volvió. Naomi respiraba agitadamente, con las manos temblorosas. Una marca ardía en su antebrazo: el mismo símbolo circular que Frank había encontrado.
—¿Qué fue eso? —preguntó Brendy, horrorizada.
—Nada bueno —murmuró Melany, mirando la marca—. El Velo está despertando.
—¿De qué estás hablando? —dijo Naomi, confundida—. ¿Qué es el Velo?
Melany no respondió. Solo la miró con tristeza.
En sus ojos se reflejaba el miedo a una verdad que no estaba lista para contar.
De vuelta en el museo, Frank no lograba concentrarse.
Había algo en aquella piedra… algo que le recordaba un sueño recurrente: una mujer de cabello blanco extendiendo la mano hacia él, susurrándole que cuidara de ella.
¿De quién?
Nunca lo recordaba al despertar. Solo el sonido de un llanto lejano.
Tomó su abrigo y salió bajo la tormenta. El instinto lo empujaba hacia el centro de la ciudad, sin saber por qué.
Las calles estaban desiertas, pero el aire vibraba con una energía familiar.
Al doblar por un callejón, la vio: Naomi, tendida en el suelo, inconsciente, con las dos chicas intentando reanimarla. Una luz azulada aún flotaba en el aire alrededor de ellas.
Frank corrió hacia ellas.
—¿Qué ocurrió? —preguntó, agachándose junto a la joven.
—Una… sombra —dijo Brendy, sin saber cómo explicarlo.
Frank miró la marca en el brazo de Naomi y su respiración se cortó.
Era idéntica al símbolo de la piedra.
El cielo rugió con un trueno ensordecedor.
Durante un instante, Frank sintió que todo el entorno se disolvía a su alrededor.
El mundo vibró, y en medio del destello vio una imagen fugaz: un portal de luz suspendido sobre la ciudad, y una voz femenina que decía:
—El Velo ha despertado… y con él, tu destino.
El resplandor se desvaneció.
Naomi abrió lentamente los ojos y miró a Frank. Por un instante, ambos se quedaron inmóviles, observándose.
Algo en sus miradas los unió, un hilo invisible que ninguno comprendía.
Frank tragó saliva, incapaz de explicar lo que sentía.
—Todo estará bien —le dijo con voz suave, aunque ni él mismo lo creía.
La lluvia volvió a caer.
Y en la distancia, una figura encapuchada observaba desde lo alto de un edificio, susurrando con una sonrisa helada:
—El Velo ha sido roto… y la sangre prohibida vuelve a fluir.
Esa noche, ni Frank ni Naomi durmieron.
Ambos, separados por el destino, sintieron lo mismo:
un vacío inexplicable en el pecho, y la certeza de que algo antiguo había despertado dentro de ellos.
El Velo había comenzado a abrirse… y nada volvería a ser igual.
Capítulo 2 – Sombras en el reflejo
El amanecer filtraba una luz pálida entre las cortinas del dormitorio de Naomi. El reloj marcaba las seis y media, pero ella ya estaba despierta, con la mirada fija en el espejo que colgaba frente a su cama. No era un espejo común: desde la noche anterior, su superficie parecía respirar, como si la neblina interior tuviera vida propia.
—Solo estoy cansada… eso es todo —murmuró, pasándose las manos por el rostro.
Pero algo dentro de ella sabía que no era simple agotamiento.
Desde aquel encuentro con las sombras en el callejón, una sensación nueva vibraba bajo su piel. A veces, cuando cerraba los ojos, podía oír una voz susurrando su nombre, suave como un eco: Naomi…
Un golpe en la puerta la hizo sobresaltarse.
—¿Naomi? —era la voz de Brendy, alegre como siempre—. ¡Despierta! Vamos a llegar tarde otra vez.
Naomi se levantó con desgano. Al pasar junto al espejo, su reflejo parpadeó un instante de forma extraña: su pupila izquierda brilló con un tono dorado, pero al mirar de nuevo, ya era normal. Tragó saliva, fingiendo no haberlo visto, y salió al encuentro de sus amigas.
El café “Lumos”, un pequeño local frente a la universidad, era su punto habitual antes de clases. Brendy y Melany ya la esperaban con croissants y chocolate caliente.
Melany, con su habitual aire tranquilo, la observó en silencio un buen rato antes de hablar.
—No has dormido bien, ¿verdad?
Naomi negó con la cabeza.
—No. Desde… lo del callejón, tengo pesadillas. Veo sombras. Y a veces, escucho cosas.
Brendy frunció el ceño, pero trató de sonreír.
—Tal vez estás más sugestionada de lo que crees. No cualquiera pasa por algo así.
—No fue “algo así”, Brendy —replicó Naomi en voz baja—. Había… criaturas. Y cuando una de ellas me tocó, una luz salió de mí. No sé cómo explicarlo.
Melany y Brendy intercambiaron una mirada fugaz, una de esas miradas que solo las amigas que comparten un secreto entienden. Naomi no lo notó del todo, pero algo en esa complicidad le resultó incómodo.
—Lo importante es que estás bien —dijo Melany finalmente—. No pienses demasiado. A veces, el cerebro crea ilusiones después del miedo.
Naomi asintió, aunque no estaba convencida.
Mientras bebía su chocolate, miró por la ventana. Entre el reflejo del vidrio, vio una figura oscura parada al otro lado de la calle, inmóvil, como si la observara.
Parpadeó, y la figura desapareció.
Esa noche, Naomi decidió enfrentar lo que fuera que la atormentaba. Cerró las cortinas, apagó las luces y se paró frente al espejo con una linterna en la mano.
El aire se volvió pesado, casi eléctrico.
—Si hay alguien ahí… —susurró, con la voz temblorosa—. Quiero saber qué quiere.
El espejo respondió con un murmullo lejano, como si viniera de un abismo.
El velo se ha abierto…
Naomi dio un paso atrás. La superficie del cristal se onduló, y una sombra se extendió lentamente desde dentro.
El miedo la paralizó, pero algo dentro de ella se encendió. Una luz dorada brotó desde su pecho, la misma de aquella noche. La sombra se desintegró en un suspiro, dejando solo su reflejo asustado.
—¿Qué… qué me está pasando? —gimió, con lágrimas en los ojos.
Golpes rápidos sonaron en la puerta.
—¡Naomi! —era Melany—. ¡Abre! Te escuchamos gritar.
Al abrir, la luz del pasillo disipó el rastro del suceso. Melany la abrazó con fuerza, mientras Brendy miraba el espejo de reojo, su rostro pálido como la cera.
—No fue nada —mintió Naomi, temblando—. Solo… tuve una pesadilla.
Melany la sostuvo del rostro, con una mirada cargada de algo más que preocupación.
—Naomi… prométenos que si vuelves a ver esas cosas, nos lo dirás. No estás sola, ¿entendido?
Naomi asintió, intentando calmarse.
Pero mientras sus amigas la rodeaban, el espejo volvió a temblar apenas perceptiblemente. En su interior, un par de ojos dorados la observaban. Y una voz susurró, apenas audible:
La sangre ha despertado.
En otro lugar, muy lejos de allí, Frank analizaba el fragmento con la runa luminosa bajo la lupa de su escritorio. La energía del símbolo pulsaba en sincronía con algo invisible, como un corazón distante.
Levantó la vista, y susurró:
—¿Qué es lo que estás tratando de mostrarme?
El fragmento brilló, y por un instante, una figura femenina apareció reflejada en la superficie: una joven con ojos dorados.
Frank se quedó sin aliento.
—¿Quién… eres tú?
El fragmento no respondió, pero su brillo se intensificó, proyectando la misma runa que Naomi llevaba marcada en la piel.
Capítulo 3 – Ecos del pasado
El viento soplaba con un frío inusual aquella mañana. En su pequeño despacho, rodeado de libros antiguos y mapas amarillentos, Frank observaba el fragmento del artefacto una vez más. La runa que lo cubría emitía un resplandor intermitente, como si respondiera a una fuerza invisible.
Había pasado tres noches sin dormir, repasando cada referencia, cada texto prohibido, cada registro que pudiera explicar lo que tenía frente a él.
Pero lo más inquietante no era la luz del fragmento… sino los sueños.
En ellos, Frank veía un bosque envuelto en niebla, una torre blanca a lo lejos, y la silueta de una mujer con cabellos de plata que extendía la mano hacia él.
Siempre la misma frase salía de sus labios antes de despertar:
“El velo nunca olvida.”
Aquella mañana decidió buscar respuestas en la biblioteca universitaria, un edificio viejo y silencioso donde la luz apenas se filtraba entre los ventanales góticos.
El guardia, un hombre anciano con lentes gruesos, lo saludó con una sonrisa cansada.
—De nuevo por aquí, profesor —dijo—. ¿Otra investigación de sus mitos?
Frank asintió.
—Podría decirse. Busco información sobre símbolos de conexión dimensional o runas vinculadas a órdenes arcanas. Algo poco… común.
El anciano soltó una risa seca.
—Entonces lo encontrará en la sección prohibida. Donde nadie busca ya.
Frank arqueó una ceja, intrigado.
—¿Y dónde queda eso?
—En el sótano —respondió el hombre, bajando la voz—. Pero tenga cuidado. Algunos libros… no quieren ser leídos.
Las escaleras crujieron bajo sus pasos al descender. La oscuridad lo envolvía mientras el aire se volvía más frío.
Encendió una linterna y avanzó entre estanterías cubiertas de polvo. En una mesa al fondo, encontró un libro cubierto por una tela de seda negra.
En la tapa, grabado con tinta dorada, se leía:
“Los Guardianes del Velo”
El corazón de Frank dio un salto.
Abrió el libro con manos temblorosas. Las páginas estaban escritas en una mezcla de latín y símbolos rúnicos. Algunas ilustraciones mostraban portales entre mundos, figuras angelicales y sombras humanoides atravesando planos de existencia.
Pero lo que más lo impactó fue una pintura en la página central:
una mujer de cabello plateado, con el mismo símbolo grabado en la piel que el fragmento tenía. A su lado, un hombre humano sostenía su mano.
Abajo, una inscripción rezaba:
“Del amor entre mundos nacerá la sangre prohibida.
Aquella que podrá abrir o sellar el velo.”
Frank se quedó inmóvil. Su respiración se entrecortó.
Recordó los ojos de la mujer en sus sueños, el brillo del fragmento, la sensación de haberla conocido antes.
—No puede ser… —susurró—. ¿Esto… es real?
La luz de la linterna titiló, y una ráfaga helada recorrió el sótano. El fragmento, guardado en su bolsillo, comenzó a vibrar.
Una voz se coló entre los estantes, etérea y antigua:
“Frank…”
—¿Quién… está ahí? —preguntó, girándose con la linterna en alto.
El aire se movió, y por un instante, la silueta translúcida de la mujer apareció frente a él. Sus ojos eran de un azul pálido, y su voz era un eco suave.
—Buscas lo que fue sellado… pero el sello está a punto de romperse.
—¿Quién eres? —preguntó Frank, dando un paso hacia ella.
—La que cruzó el velo por amor —respondió ella, con una tristeza infinita—. Y la que pagó el precio.
Antes de que él pudiera responder, la imagen se desvaneció como humo entre sus dedos.
Frank se quedó solo, con el libro abierto y el corazón latiendo con fuerza.
Esa noche, al salir del sótano, comprendió que su vida jamás volvería a ser la misma.
Mientras tanto, en otro punto de la ciudad, Naomi caminaba bajo la lluvia junto a Melany y Brendy. Las tres se refugiaron bajo el toldo de una tienda cerrada.
—¿Otra vez los sueños? —preguntó Melany, mirando cómo Naomi se abrazaba a sí misma.
—Sí —respondió Naomi, agotada—. Pero esta vez fue distinto. No había sombras… había una mujer. Decía mi nombre. Su voz era triste, como si me pidiera ayuda.
Brendy tragó saliva, apartando la mirada.
—¿Y cómo era esa mujer?
—Tenía el cabello plateado… y ojos muy claros —susurró Naomi—. Me dijo algo sobre “el velo”... como si yo debiera recordarlo.
Melany guardó silencio unos segundos. Luego, con un tono más grave de lo habitual, dijo:
—Naomi, escúchame. Hay cosas que no comprendes todavía, pero… si vuelves a oír esa voz, no respondas. No importa lo que te diga.
Naomi frunció el ceño.
—¿Por qué? ¿Qué sabes tú que yo no?
Melany bajó la mirada.
—Nada. Solo… prométeme que no lo harás.
Naomi no respondió. Su instinto le decía que aquella advertencia no era simple precaución, sino miedo. Miedo verdadero.
Esa noche, cuando llegó a casa, Naomi encendió la lámpara de su escritorio. El espejo frente a su cama estaba cubierto con una sábana, pero algo se movía debajo de ella, como si respirara.
Dejó la mano sobre el borde, indecisa.
—Solo quiero entender —susurró—. ¿Qué soy yo en todo esto?
Al retirar la tela, el espejo mostró una imagen fugaz: Frank, en su despacho, mirando el fragmento. Naomi se sobresaltó.
Ambos, en distintos lugares, sintieron lo mismo al mismo tiempo: una corriente de energía recorriendo sus brazos, un impulso que los conectaba más allá de la distancia.
Frank levantó la vista y murmuró:
—¿Quién está ahí…?
Y al otro lado, Naomi respondió sin saber por qué:
—¿Me escuchas…?
El cristal tembló. Un resplandor dorado cubrió ambas habitaciones.
Y por un segundo eterno, padre e hija se miraron a través del velo, sin saber aún quién era el otro… pero sintiendo una inexplicable familiaridad que heló sus almas.
Capítulo 4 – Voces del otro lado
La noche caía sobre el Mar del Norte con una marea helada y un viento que cortaba la piel. Entre la niebla se alzaba la prisión de Azkaban, imponente y silenciosa, como un monumento al arrepentimiento y la locura.
El barco que transportaba a Frank avanzaba lentamente hacia el muelle rocoso, custodiado por dos magos del Ministerio. Ninguno de los tres hablaba. Solo el rumor del mar acompañaba su viaje.
Frank sostenía en la mano un permiso firmado por el propio Departamento de Misterios: una autorización excepcional para visitar a un prisionero que el mundo había intentado olvidar.
Gellert Grindelwald.
Cuando cruzó el umbral de piedra y las puertas metálicas se cerraron tras él, el aire se volvió denso, pesado, como si la oscuridad tuviera peso propio.
El guardia que lo escoltaba lo miró con cierto recelo.
—¿Está seguro de esto, profesor? —preguntó—. No muchos salen de aquí sin algo… roto dentro.
Frank respiró hondo.
—Necesito respuestas. Y él es el único que puede dármelas.
El guardia lo observó por un segundo más, luego abrió la puerta con un movimiento de su varita.
—Que los dioses lo acompañen, entonces.
La celda de Grindelwald estaba en el nivel más profundo.
Allí no había barrotes visibles, solo una barrera mágica que ondulaba con luz grisácea. Dentro, un anciano de ojos penetrantes y cabello blanco observaba la nada, como si viera más allá del tiempo.
A pesar de su edad, su presencia seguía siendo abrumadora.
Frank se detuvo frente a la celda.
El mago alzó la vista y sonrió apenas, como si lo hubiera estado esperando.
—Vaya, vaya… —murmuró Grindelwald con voz ronca pero firme—. No recibo visitas desde hace mucho. Y menos de un mortal.
Frank tragó saliva.
—No soy un simple mortal.
—Eso ya lo sé. —Grindelwald se inclinó hacia adelante, con un brillo malicioso en los ojos—. Puedo oler el rastro del Velo en ti. Es antiguo… y peligroso. ¿Quién te envía?
—Nadie —respondió Frank, manteniendo la voz firme—. Busco respuestas sobre una orden llamada Los Guardianes del Velo. Y sobre una mujer… que cruzó entre mundos.
Grindelwald soltó una carcajada suave, sin alegría.
—Los Guardianes… pensé que ese nombre se había borrado de la historia. Pero claro, la historia tiene la mala costumbre de regresar cuando menos conviene.
Frank dio un paso más cerca.
—¿Qué sabes de ellos?
El mago lo miró con interés genuino.
—Eran fanáticos del equilibrio, defensores del límite entre la magia y lo que está más allá. Pero el amor… —sonrió con ironía—. El amor siempre fue su perdición. Una de sus hechiceras rompió las reglas, cruzó el Velo por un humano. El precio fue el caos.
Frank sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—Esa mujer… ¿cómo se llamaba?
Grindelwald lo observó por largo rato antes de responder.
—Su nombre fue Elyra Vane. Una maga brillante, temeraria… y condenada. ¿Por qué te interesa tanto?
Frank dudó, pero decidió no ocultarlo.
—Porque… creo que la amé. Y porque algo de ella sigue vivo.
Los ojos del anciano se abrieron con sorpresa y una chispa de deleite.
—Ah… ya veo. Entonces, ella te dejó un legado. —Se recostó en la pared de piedra—. La sangre prohibida corre en tus venas, humano. Y eso significa que el Velo ya te eligió.
—¿Qué significa eso? —preguntó Frank con urgencia.
—Significa que pronto el Velo se abrirá, y los mundos se mezclarán. Pero cuidado, Frank… —susurró, bajando el tono—. No eres el único que lo sabe. Hay otros que desean ese poder. Sombras antiguas que dormían bajo Elyndor. Y una de ellas… ya despertó.
Frank lo miró fijamente.
—¿De quién hablas?
Grindelwald sonrió con una expresión que heló el aire.
—De un mago que ni siquiera la muerte quiso aceptar. Kael, el Oscuro. Fue uno de los nuestros… hasta que el Velo lo consumió. Si lo buscas, encontrarás algo más que respuestas. Encontrarás tu destino.
El silencio llenó la celda.
El resplandor de la barrera osciló, como si la magia misma temiera aquellas palabras.
Frank respiró profundamente.
—¿Por qué ayudarme?
Grindelwald alzó una ceja.
—Porque todo lo que hice alguna vez fue por amor a una idea: el poder del alma humana. Tú eres la prueba de que los lazos entre mundos aún existen. Si sobrevives, quizás… la historia me dé la razón.
Frank asintió lentamente.
—Entonces, ¿dónde empiezo?
Grindelwald se levantó con dificultad, acercándose tanto como la barrera lo permitía.
Sus ojos, aún llenos de fuego, se clavaron en los suyos.
—Busca el nombre Elyndor en los archivos perdidos del Ministerio.
Allí encontrarás la llave.
Y cuando mires a través del Velo otra vez… —su voz se volvió un susurro— no temas a lo que verás. Porque esa mirada… será devuelta.
Frank salió de la celda con el corazón acelerado.
Mientras ascendía por los pasillos fríos de Azkaban, las palabras de Grindelwald resonaban en su mente como un eco persistente: “El Velo ya te eligió.”
Al llegar al muelle, la bruma se levantaba con la primera luz del amanecer.
Abrió su cuaderno y anotó un solo nombre: Kael.
Levantó la vista hacia el horizonte, decidido.
—Si el Velo se abre… no dejaré que lo consuma todo.
Esa misma madrugada, Naomi despertó sobresaltada en su habitación.
El espejo vibraba, y una voz familiar, profunda y oscura, susurró desde el otro lado:
“Naomi… Elyra… sangre de mi sello. El Velo te reclama.”
El reflejo mostró por un instante un rostro masculino de ojos negros y sonrisa cruel: Kael.
Naomi gritó, y la superficie estalló en un destello dorado que iluminó toda la habitación.
El Velo había respondido.
Y el destino de ambos mundos acababa de sellarse.
Capítulo 5 – El Encuentro
El amanecer filtraba una luz pálida entre los árboles del Bosque de Graymoor, tiñendo la niebla con un tono azul que parecía contener secretos. Frank caminaba con paso firme, pero su mente estaba en otro lugar. Las palabras de Grindelwald seguían repitiéndose en su cabeza como un eco que no cesaba:
“El velo no separa mundos, Frank… los refleja. Y en su reflejo se esconde la sangre que te pertenece.”
Desde aquella conversación en Azkaban, la sensación de que algo lo observaba no lo abandonaba. Las sombras parecían vibrar cuando pronunciaba el nombre de Naomi, y una parte de él temía saber por qué.
Llevaba días siguiendo una extraña perturbación mágica que emanaba de las afueras del bosque, un sitio donde el aire mismo parecía rasgarse. Y fue allí donde la vio.
Naomi.
Estaba en medio del claro, paralizada, frente a una grieta en el aire que ondulaba como un espejo líquido. Su cabello se agitaba con un viento invisible, y de su piel emanaba una débil luz plateada. A su alrededor, las hojas caían y se desintegraban antes de tocar el suelo.
Frank sintió cómo su corazón se detenía. Dio un paso hacia ella, y en ese momento el velo rugió.
Una ráfaga oscura surgió del rasgón, extendiéndose como una mano de sombras que buscaba arrastrarla. Naomi gritó, llevándose las manos al pecho, pero antes de que el velo pudiera tocarla, Frank se lanzó hacia adelante.
—¡Naomi! —gritó, extendiendo la mano.
El tiempo pareció detenerse cuando sus dedos rozaron los de ella. Un estallido de energía recorrió el aire, un pulso de luz dorada que se expandió desde su contacto y empujó las sombras hacia atrás. Ambos cayeron al suelo, jadeando, con los ojos abiertos y una misma sensación en el pecho: como si sus almas se hubiesen reconocido.
—¿Q-qué… fue eso? —preguntó Naomi, con la voz temblorosa.
Frank la observó con asombro. Por primera vez, la vio bajo otra luz: su mirada era idéntica a la de alguien que había conocido hacía años… alguien que había amado.
Pero no. No podía ser. No ahora.
—No lo sé —mintió con suavidad—. Pero estabas muy cerca de ser arrastrada. Ese portal… no es un simple fenómeno mágico. Es algo que responde a ti.
Naomi se incorporó lentamente. Sus manos aún temblaban, y el brillo en sus venas no desaparecía.
—Esto no puede estar pasándome otra vez… —susurró—. Desde aquella noche en la academia, las sombras no me dejan en paz.
Frank la miró con un dejo de preocupación paternal que ni él entendía del todo.
—Hay cosas que no deberías enfrentar sola, Naomi. No todavía.
—¿Por qué “todavía”? —preguntó ella, frunciendo el ceño.
—Porque hay verdades que necesitan tiempo… y guía.
Antes de que pudiera decir algo más, un destello plateado atravesó los árboles. Una figura apareció entre la niebla, envuelta en una túnica azul oscuro. El aire cambió, como si el bosque mismo reconociera su presencia.
Era Albus Dumbledore.
Su mirada sabia se posó primero en el rasgón del velo —que ahora se cerraba lentamente—, y luego en Frank. No dijo una palabra por unos segundos, solo se acercó con una calma inquietante.
—Así que hablaste con él —dijo finalmente, en voz baja—. Con Grindelwald.
Frank asintió. Naomi lo observaba confundida, pero Dumbledore levantó una mano amable.
—Puedes confiar en mí, señorita. Este asunto concierne a ambos, aunque aún no lo sepas.
Dumbledore se volvió hacia Frank, su expresión se volvió grave.
—¿Qué te dijo Gellert?
Frank respiró hondo. La memoria del encuentro aún lo atormentaba: los ojos del antiguo mago oscuro, su sonrisa cansada, sus palabras venenosas envueltas en verdad.
—Me habló del velo —respondió—. Dijo que no separa mundos… sino que los refleja. Y que “en su reflejo se esconde la sangre que me pertenece”.
Dumbledore cerró los ojos un instante, como si una pieza del rompecabezas finalmente encajara en su mente.
—Entonces es cierto —murmuró—. El Velo de la Sangre… no fue sellado del todo.
Naomi dio un paso adelante.
—¿Qué significa eso? —preguntó con un hilo de voz.
Dumbledore la miró con ternura y tristeza a la vez.
—Significa que aquello que creías tuyo… tu magia, tus visiones, tu poder… no proviene solo de ti, Naomi. Hay un lazo más antiguo, uno que el velo intentó ocultar.
Frank la observó, sintiendo el peso de esas palabras hundirse en su pecho. Un presentimiento lo atravesó como un rayo.
—Profesor… —dijo en voz baja—. ¿Está diciendo que…?
—No aún, Frank —interrumpió Dumbledore suavemente—. Algunas verdades, si se revelan antes de tiempo, pueden destruir más de lo que sanan. Pero debes prepararte. Grindelwald no miente cuando le conviene. Si habló de sangre, es porque la sangre es la clave.
El bosque volvió a estremecerse, y un leve susurro recorrió el aire, como una voz invisible llamando desde el otro lado del velo. Naomi retrocedió, asustada.
Dumbledore la miró con compasión.
—El velo la busca —dijo—. No por quién es ahora, sino por quién fue antes.
—¿Antes? —preguntó Frank, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.
—Todo en su momento, mi amigo. Pero debes protegerla. Y cuando llegue el día, decidirás si abrir el velo… o sellarlo para siempre.
El anciano mago se alejó lentamente entre los árboles, dejando tras de sí un silencio pesado. Naomi miró a Frank, con los ojos brillantes de miedo y confusión.
—Frank… ¿qué soy realmente?
Él la miró, sin poder responder. Lo único que sabía era que, por primera vez en mucho tiempo, sentía que el destino lo estaba guiando hacia una verdad que lo cambiaría todo.
Y en el fondo de su alma, una voz le susurró:
“La sangre no miente, solo espera ser recordada.”
Capítulo 6 – El llamado de Elyndor
La noche había caído sobre Londres, envolviendo las calles en un manto de niebla y silencio. Frank observaba desde la ventana del pequeño despacho que alquilaba en el callejón de Vitrion, un lugar oculto entre el mundo mágico y el humano. En su escritorio, las runas que Grindelwald le había dejado inscritas en la mente cobraban forma sobre un pergamino que ardía con fuego azul.
Cada palabra parecía respirar, y cada símbolo, latir.
“La sangre que atraviesa el velo pertenece a dos mundos…”
Frank lo leyó en voz baja, dejando que la tinta mágica formara la última palabra: Elyndor.
Ese nombre lo había escuchado en susurros, en los archivos más antiguos del Ministerio, donde se hablaba de un reino fuera del tiempo, separado del nuestro por un velo de sangre y fuego. Un lugar prohibido, donde la magia era tan pura que podía alterar la realidad misma.
Mientras su mente procesaba aquello, un ruido lo sacó de sus pensamientos. Una ráfaga helada recorrió la habitación, y una figura etérea apareció frente a él. Era un mensajero del Consejo Arcano, con su rostro cubierto por una máscara plateada.
—Profesor Frank —dijo la voz, reverberando como si viniera desde un abismo—. El Consejo ha tomado nota de tus movimientos. El Velo ha respondido, y tu nombre ha sido pronunciado en Elyndor.
Frank se puso de pie, tenso.
—¿Qué significa eso?
—Que has sido convocado —respondió la figura—. El Consejo Arcano desea hablar contigo… antes de que los fragmentos del Velo despierten del todo.
El mensajero extendió una mano, entregándole un medallón con el símbolo de tres lunas entrelazadas. En el centro, un ojo cerrado.
—Cuando llegue el momento, esto abrirá el paso —dijo—. Pero recuerda: Elyndor no es un lugar para buscar respuestas… sino para enfrentar la verdad.
La figura se desvaneció, dejando tras de sí un eco de energía que hizo vibrar los cristales del despacho.
Frank se quedó inmóvil, sosteniendo el medallón. Sabía que, al aceptarlo, no había vuelta atrás.
Naomi, por su parte, despertó sobresaltada esa misma noche. Había tenido una visión: un valle cubierto por dos lunas, un templo blanco rodeado de espejos… y una voz femenina que le susurraba su nombre desde el otro lado.
“Naomi de Elyndor… el velo te reclama.”
Las lágrimas le corrieron por las mejillas sin entender por qué. Brendy y Melany estaban a su lado; la habían estado cuidando desde que casi fue arrastrada por la grieta en el bosque.
—¿Otra vez los sueños? —preguntó Brendy, con preocupación.
—No son sueños… —susurró Naomi—. Es como si me llamaran. Como si algo… o alguien… me estuviera esperando.
Melany intercambió una mirada nerviosa con Brendy. Hasta ese momento, habían evitado decirle la verdad. Pero sabían que ya no podían seguir ocultándola.
Brendy respiró hondo y se acercó a Naomi.
—Naomi, hay algo que tienes que saber —dijo con voz temblorosa—. Nosotras… no somos de este mundo.
Naomi la miró confundida.
—¿Qué… estás diciendo?
—Venimos de Elyndor —intervino Melany, su tono firme pero triste—. Un reino oculto tras el velo. Un lugar donde la magia fluye libre… pero también donde está prohibida la sangre que llevas dentro.
Naomi se levantó de golpe.
—¿Prohibida? ¿Qué quieres decir con eso?
Brendy bajó la mirada.
—Tu linaje… es mixto. Naciste de una unión que los altos círculos de Elyndor consideran una herejía. Sangre humana y sangre ancestral, unidas en una sola alma. Eres… la hija del velo.
El silencio se volvió pesado. Naomi se llevó las manos a la cabeza, tratando de asimilarlo.
—¿Y ustedes lo sabían todo este tiempo? —preguntó, con la voz rota.
Melany asintió con tristeza.
—Nos enviaron a protegerte. A asegurarnos de que el velo no te encontrara antes de tiempo.
—¡No necesito protección! —gritó Naomi, con un destello de poder que hizo vibrar las paredes—. Necesito la verdad.
Un haz de energía escapó de sus manos, abriendo una grieta luminosa frente a ellas. Por un instante, las tres pudieron ver el otro lado: un cielo de color violeta, torres flotantes, y un enorme lago que brillaba con luz propia.
Elyndor.
Y luego, la grieta se cerró.
Naomi cayó de rodillas, temblando.
—Está… llamándome —murmuró entre sollozos—. Puedo sentirlo dentro de mí.
Brendy la abrazó, mientras Melany miraba hacia el horizonte, sabiendo que el tiempo se agotaba.
A la mañana siguiente, Frank llegó a la casa donde Naomi vivía con sus amigas. El aire aún olía a ozono mágico. Apenas cruzó la puerta, percibió el rastro del velo: había estado abierto allí.
Naomi lo vio entrar y sus ojos se llenaron de una mezcla de miedo y alivio.
—Frank… —dijo ella, dando un paso hacia él—. Lo vi. Vi Elyndor. Brendy y Melany… me lo contaron todo.
Frank se volvió hacia las dos jóvenes.
—¿Así que al fin se revelaron? —preguntó con un tono serio.
Melany asintió.
—No teníamos opción. Si el velo sigue abriéndose, Elyndor vendrá a buscarla. Y no todos allá la verán como una salvación… algunos la verán como una amenaza.
Frank cerró los ojos un momento, y luego les mostró el medallón.
—El Consejo Arcano me ha convocado —dijo—. Quieren respuestas, y yo también. Si Elyndor es real… entonces allí es donde todo comenzó.
Naomi se acercó, mirándolo fijamente.
—Entonces iré contigo —dijo con determinación—. Si ese lugar guarda mis orígenes… quiero verlos con mis propios ojos.
Frank dudó. Una parte de él quería protegerla, mantenerla lejos de ese peligro. Pero otra —una más profunda, más paternal— sabía que no podía negarle su verdad.
—Está bien —respondió al fin—. Pero no sin preparación. Elyndor no es un lugar para los débiles de espíritu. Es una tierra donde la sangre habla… y la tuya, Naomi, gritará más fuerte que ninguna otra.
Naomi asintió, y en sus ojos se encendió una chispa que parecía provenir de algo más antiguo que ella misma.
Brendy se acercó al espejo que colgaba en la pared y susurró un conjuro. El cristal se agitó, y durante un breve instante, una puerta luminosa se abrió, mostrando un paisaje que parecía flotar entre las estrellas.
—El llamado ya ha comenzado —dijo—. Elyndor los espera.
El viento se alzó dentro de la habitación, levantando papeles y plumas. El velo entre los mundos se abrió un segundo más, y una voz resonó en la mente de todos:
“La sangre prohibida ha despertado… y con ella, el equilibrio del mundo está en juego.”
Frank apretó el medallón entre sus dedos, mirando a Naomi con un presentimiento que no podía explicar.
Sabía que esa voz hablaba de ella.
Sabía que Elyndor no solo los estaba llamando…
Los estaba juzgando.
Capítulo 7 – Sombras de Elyndor
El aire se desgarró con un estruendo de magia pura.
La puerta dimensional se abrió con un resplandor cegador, y durante un instante Frank sintió que todo su cuerpo se desvanecía en una corriente de energía. Naomi gritó su nombre, y él apenas alcanzó a tomarle la mano antes de que el mundo se diera la vuelta.
Cayó de rodillas sobre una superficie fría. El aire tenía un sabor metálico, denso, como si respirara magia. Al abrir los ojos, vio un cielo dividido en dos colores: un lado azul profundo, el otro carmesí, como si el amanecer y el ocaso coexistieran. A lo lejos, enormes torres flotaban suspendidas sobre lagos de luz, conectadas por puentes de cristal.
Elyndor.
El reino prohibido.
Naomi lo observaba con asombro y miedo al mismo tiempo. Su piel parecía brillar levemente bajo la doble luna, como si el lugar la reconociera. Brendy y Melany habían quedado atrás; solo Frank y ella habían cruzado.
—¿Dónde… estamos exactamente? —preguntó Naomi, con voz apenas audible.
—En un lugar que no debería existir —respondió Frank, levantándose con dificultad—. Elyndor… el corazón del velo.
Un silencio solemne los envolvió. El aire vibraba con energía antigua, y cada paso resonaba como si el suelo recordara su presencia. A lo lejos, un grupo de figuras encapuchadas se aproximaba. Portaban báculos tallados con símbolos arcanos y túnicas adornadas con los emblemas del Consejo Arcano.
El que iba al frente detuvo su andar y bajó la capucha. Su rostro era joven, pero sus ojos tenían siglos de conocimiento.
—Frank —dijo con voz grave—. Has respondido al llamado.
—Y no vine solo —respondió Frank, colocando una mano protectora sobre el hombro de Naomi.
Los ojos del mago se posaron sobre ella, y su expresión cambió. Un murmullo recorrió a los demás, como un viento de advertencia.
—Ella… —susurró uno de ellos—. La sangre prohibida ha cruzado el velo.
Naomi dio un paso atrás, confundida.
—¿Por qué me miran así? ¿Qué significa eso?
El líder levantó su báculo. Una chispa azul iluminó el suelo, proyectando un símbolo antiguo: un círculo rodeado por seis runas que se encendieron una a una.
—Significa —dijo— que el equilibrio de Elyndor está en peligro. Y tú, Naomi, eres el eje de ese desequilibrio.
Frank avanzó un paso, desafiante.
—¡No permitiré que le hagan daño! Ella no pidió esto.
El mago lo miró con una calma casi cruel.
—Nadie pide su destino, Frank. Pero tú, más que nadie, deberías comprender la carga que lleva.
Frank frunció el ceño.
—¿Qué sabes de mí?
—Todo —respondió el mago—. Tu sangre también pertenece al velo. Por eso fuiste convocado. Por eso ambos están aquí.
Un temblor recorrió el suelo. A su alrededor, el paisaje pareció distorsionarse: las torres temblaron, los lagos de luz se tornaron oscuros por un instante. El velo estaba reaccionando. Naomi apretó la mano de Frank, y él sintió el mismo pulso eléctrico que los había unido en el bosque.
—Frank… —susurró ella—. Me duele…
—Tranquila —le dijo, sujetándola con fuerza—. Estoy contigo.
Una ráfaga de sombras emergió del horizonte. Eran formas humanoides, translúcidas, que se arrastraban por el aire como serpientes de humo. Los magos del Consejo levantaron sus báculos, pero Frank se interpuso frente a Naomi.
—¡Atrás! —gritó, extendiendo el medallón que había recibido.
El amuleto brilló con una luz dorada que atravesó las sombras, dispersándolas. Los ecos del choque resonaron como un trueno.
El líder del Consejo lo miró, impresionado.
—Ese medallón… responde a tu voluntad. Quizás el destino no ha sido tan arbitrario como creíamos.
Naomi respiró agitadamente, con las lágrimas contenidas.
—¿Qué son esas cosas?
—Fragmentos del velo —dijo Frank—. Ecos de lo que está roto entre nuestros mundos.
El mago asintió.
—Cada vez que alguien con sangre prohibida cruza, el velo se debilita. Si se rompe del todo, Elyndor y el mundo humano colapsarán uno dentro del otro.
Naomi bajó la mirada.
—Entonces… ¿yo soy la causa de eso?
Frank negó con la cabeza.
—No. Eres la consecuencia. Pero también puedes ser la solución.
El Consejo los condujo a través de un puente de cristal que serpenteaba sobre el vacío. Desde allí, se veía toda la extensión de Elyndor: montañas flotantes, cascadas suspendidas en el aire y criaturas etéreas que parecían tejer el espacio mismo. Pero bajo esa belleza, Frank podía sentirlo: algo oscuro latía en el centro del reino.
Fueron llevados ante una sala circular, iluminada por columnas de luz. En el centro, un trono vacío.
—El Sumo Arconte los recibirá cuando el ciclo de las lunas se complete —dijo el mago—. Hasta entonces, permanezcan bajo nuestra vigilancia.
Naomi se acercó a Frank, susurrando:
—No confío en ellos.
—Yo tampoco —respondió él, en voz baja—. Pero si queremos entender por qué estás conectada al velo, necesitamos lo que saben.
Ella lo miró, con los ojos cargados de una tristeza que él reconoció… y que lo desarmó.
—Cuando dijiste que me protegerías… ¿hablabas en serio?
Frank sonrió apenas.
—Más de lo que imaginas.
En ese instante, una sombra cruzó la sala. No era una criatura. Era una figura. Una silueta femenina con ojos como brasas, que los observaba desde el otro extremo del pasillo. Naomi sintió un escalofrío.
—¿La ves? —preguntó.
Frank asintió.
La figura levantó una mano, y una voz resonó en sus mentes:
“El velo no protege… encadena. Si deseas la verdad, búscame donde la luna sangra.”
Y luego desapareció, dejando un rastro de pétalos negros en el suelo.
Naomi se giró hacia Frank.
—¿Quién era ella?
Él respiró hondo, sin apartar la vista del lugar donde había estado la aparición.
—No lo sé… pero siento que esa voz nos acaba de abrir otra puerta.
El aire volvió a estremecerse. Las lunas de Elyndor comenzaron a alinearse, y una vibración profunda recorrió el reino. Algo estaba despertando, y Frank comprendió que el viaje recién comenzaba.
Y mientras observaba a Naomi, una certeza lo golpeó con la fuerza de una revelación:
esa conexión que compartían no era coincidencia…
era herencia.
8)Capítulo 8 – Los Secretos del Consejo
El amanecer en Elyndor no era como en la Tierra. El cielo se teñía de un tono dorado profundo, casi líquido, y los cristales suspendidos en el aire reflejaban la luz como si el mundo entero respirara magia. Frank observó el horizonte desde el balcón del santuario donde se alojaban, con la mente atormentada por preguntas que no lo dejaban dormir.
Naomi se acercó, aún con el cabello húmedo por la neblina de la mañana.
—No has dormido, ¿verdad? —preguntó con voz suave.
—No podía —respondió Frank, sin apartar la vista del horizonte—. Todo esto… Elyndor, el Consejo, lo que Grindelwald dijo… No tiene sentido.
Naomi se apoyó en la baranda junto a él.
—Quizás no deba tenerlo —murmuró—. Pero siento algo aquí… —colocó una mano en su pecho—. Como si hubiera estado aquí antes. Como si este lugar me recordara.
Frank la miró con una mezcla de temor y ternura.
—Tal vez lo hace —susurró—. Grindelwald me advirtió sobre una “sangre prohibida”, un linaje que el Consejo selló hace siglos. Y cuando te vi enfrentarte al portal... Naomi, esa energía era la misma.
Ella bajó la mirada, inquieta.
—¿Y si soy parte de eso que intentaron borrar?
Frank no respondió. Pero en el fondo, su instinto le gritaba que la verdad era aún más dolorosa de lo que ambos podían imaginar.
El Consejo Arcano
Horas después, ambos fueron escoltados al Salón de Cristal del Consejo Arcano.
Era una cúpula inmensa hecha de piedra blanca y raíces de árboles antiguos entrelazadas con runas brillantes. En el centro, un círculo de sillas flotaba sobre el suelo, ocupadas por los Siete Sabios de Elyndor, cuyas miradas parecían atravesar el alma.
El más anciano, con barba plateada y ojos que destellaban un leve azul, habló primero.
—Frank Alden, viajero entre mundos. Naomi Veyra, sangre desconocida. Habéis sido convocados ante este Consejo para responder por vuestra intrusión.
Naomi dio un paso adelante.
—No fue una intrusión. El portal me llamó. Yo… no lo busqué.
—El Velo no llama sin propósito —interrumpió otro sabio, de voz grave y rostro cubierto por un velo de sombras—. Y ese propósito puede traer la ruina de ambos mundos.
Frank se adelantó.
—¡Basta! Si quieren respuestas, hablen conmigo. Yo soy quien buscó el Consejo. Quiero saber qué relación tiene Grindelwald con todo esto. Él habló de un pacto antiguo, sellado con sangre prohibida.
Los sabios intercambiaron miradas tensas. El ambiente se cargó de energía estática.
Uno de ellos golpeó el suelo con su báculo, y las runas de la sala comenzaron a brillar.
—Grindelwald no debía recordar ese pacto. Si lo hizo, alguien lo despertó —susurró el anciano.
De pronto, un haz de luz azul atravesó el techo del salón y una figura apareció en el aire, caminando con la calma de quien desafía incluso al tiempo: Albus Dumbledore.
—Quizás fui yo quien lo permitió —dijo con su voz profunda y tranquila, mientras sus ojos azules se posaban sobre Frank—. Y quizás era hora de que ambos conocieran la verdad.
Naomi dio un paso atrás, impresionada.
—¿Profesor Dumbledore? ¿Usted… también pertenece a este mundo?
El mago sonrió apenas.
—Digamos que Elyndor y Hogwarts comparten raíces más antiguas de lo que imaginas, Naomi.
El Consejo murmuró inquieto. Dumbledore se volvió hacia los sabios.
—Ocultar la existencia de la sangre prohibida fue un error. Frank tiene derecho a saberlo. Naomi también.
—No tienes autoridad aquí, Albus —replicó el sabio de sombras—. Lo que guardamos lo hacemos por equilibrio, no por egoísmo.
Dumbledore alzó su varita y, con un movimiento elegante, materializó una esfera luminosa sobre el suelo. Dentro, una imagen cobró forma: una mujer de cabello oscuro, con un bebé en brazos.
Frank sintió que el corazón se le detenía.
—Esa mujer… —murmuró con la voz quebrada—. ¿Quién es?
Dumbledore lo miró con pesar.
—Su nombre era Lyria Veyra, una hechicera de Elyndor. Ella selló el portal entre los mundos con su vida… y con la sangre de su hija.
Naomi contuvo el aliento.
—¿Mi madre…?
—Sí —respondió Dumbledore con voz grave—. Y su padre… —miró a Frank directamente— eras tú, aunque aún no lo sabías.
El silencio que siguió fue tan profundo que incluso las runas dejaron de brillar.
Frank dio un paso atrás, tambaleante, sintiendo cómo el peso de la verdad lo aplastaba.
Naomi, con lágrimas en los ojos, lo miró incrédula.
—¿Tú…? No… No puede ser.
Frank intentó hablar, pero las palabras se negaban a salir.
—Naomi, yo… no lo sabía. Dumbledore, ¿cómo es posible?
—El Velo borró tus recuerdos para protegerte a ambos —explicó el mago—. Elyndor temía el poder de su unión. Una sangre así podía alterar la frontera entre mundos.
Naomi cayó de rodillas, tocándose el pecho, sintiendo que algo dentro de ella despertaba.
El aire se tornó pesado, las luces temblaron. De su piel emergió un brillo dorado.
—¡Deténganla! —gritó un sabio— ¡Está activando el linaje prohibido!
Dumbledore alzó una mano.
—No. Déjenla. Su magia no destruye… está recordando.
Frank corrió hacia ella y la abrazó, tratando de contener la energía.
—Naomi, mírame. No dejes que te domine. Estoy contigo. Siempre lo estaré.
Ella lo miró, con lágrimas y poder mezclándose en sus ojos.
—Ahora entiendo, papá… —susurró apenas antes de que una ráfaga de luz los envolviera a ambos.
Cuando la luz se disipó, el salón estaba en ruinas. Los sabios observaban en silencio.
Naomi y Frank seguían de pie, unidos por un aura dorada que aún ardía entre ellos.
Dumbledore sonrió, cansado pero satisfecho.
—La sangre prohibida ha despertado… y con ella, la única esperanza de equilibrio.
—¿Y qué significa eso? —preguntó Frank.
Dumbledore lo miró con serenidad.
—Que el destino de Elyndor y de la Tierra ya no están separados. Y que el Velo pronto exigirá un precio por haber sido abierto.
Capítulo 9 – El precio del Velo
El eco de la luz aún temblaba entre las ruinas del Salón del Consejo.
El aire olía a piedra quemada y magia antigua.
Frank sostenía a Naomi entre sus brazos, su respiración agitada, mientras un silencio sagrado se extendía sobre los sabios de Elyndor.
El resplandor dorado que los envolvía se desvanecía poco a poco, dejando tras de sí un rastro de runas encendidas en el suelo.
Dumbledore fue el primero en hablar.
—Está hecho —dijo con voz grave—. El Velo ha despertado… y con él, lo que debía permanecer sellado.
El anciano del Consejo, Maelorn, se apoyó pesadamente en su báculo.
Su rostro reflejaba una mezcla de sabiduría y terror.
—Entonces… el precio se ha cobrado —susurró.
Naomi lo miró confundida.
—¿El precio? ¿De qué hablan?
Las luces del salón comenzaron a parpadear.
Otra de las sabias, una mujer de túnica carmesí, habló con tono solemne:
—El Velo no entrega poder sin exigir algo a cambio. Cada vez que se altera su equilibrio, algo o alguien es liberado. Y esta vez… lo que ha sido liberado no tiene piedad.
Frank apretó la mandíbula.
—Digan su nombre.
El anciano cerró los ojos.
—Kael’Tharion.
El nombre se pronunció como una maldición, como si al hacerlo el aire se volviera más denso.
Dumbledore bajó la cabeza.
—Temía esto…
—¿Quién es Kael’Tharion? —preguntó Naomi, con la voz apenas audible.
El sabio de sombras se levantó. Su voz retumbó en toda la sala.
—El primer guardián del Velo. Maestro de los portales y señor de la fusión entre mundos. Fue desterrado cuando intentó absorber la magia vital de Elyndor para controlar ambos planos. Su esencia fue sellada en la frontera del Velo… hasta hoy.
Naomi dio un paso atrás, el miedo reflejado en su rostro.
—Entonces, por mi culpa… lo hemos liberado.
Frank la sostuvo por los hombros.
—No digas eso. Si fue liberado, es porque el equilibrio debía romperse.
Dumbledore los observó en silencio, con esa mirada que mezclaba tristeza y esperanza.
—Kael’Tharion siempre buscó la unión perfecta entre lo vivo y lo eterno. Pero en su ambición, olvidó que el poder sin amor solo crea vacío.
De repente, una grieta se abrió en el aire detrás del Consejo.
Un sonido agudo, como el cristal rompiéndose bajo el agua, llenó la sala.
Las runas del suelo comenzaron a brillar con fuerza, pero esta vez no en dorado, sino en un tono violáceo que heló la sangre de todos.
Frank desenfundó su varita.
—¿Qué está pasando?
Maelorn gritó:
—¡Se abre el umbral! ¡Retrocedan!
Dumbledore extendió su varita, conjurando un muro de luz para proteger a Naomi. Pero fue inútil.
La grieta se expandió con violencia, y de ella emergió una figura envuelta en sombras líquidas, caminando con una elegancia fría, casi humana.
Kael’Tharion.
Su rostro era pálido, como si la vida lo hubiera abandonado hace siglos, y sus ojos —dos abismos de luz plateada— irradiaban un poder antiguo.
Vestía una capa oscura con símbolos del Velo grabados en relieve, y sus manos sostenían una varita hecha de hueso y cristal oscuro.
La energía que emanaba de él era tan intensa que los muros del salón se resquebrajaron al instante.
—Cuánto tiempo ha pasado —dijo con voz profunda y suave, cargada de desprecio—.
—El Consejo Arcano… los guardianes del orden. Y sin embargo, aquí están, temblando ante su propio pecado.
Frank dio un paso al frente, su varita temblando entre sus dedos.
—Tú eres Kael’Tharion.
El ser sonrió apenas.
—Y tú eres el que me trajo de vuelta, aunque no lo sepas.
Naomi sintió una punzada en el pecho.
—Yo… yo fui quien abrió el portal.
—Oh, no, pequeña —dijo él, acercándose lentamente—. Tú solo fuiste el canal. Pero la sangre que corre por tus venas… es la llave.
Su mirada se posó en Frank, y sonrió con malicia.
—Y tú… eres el cerrojo.
Frank sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo.
—¿Qué significa eso?
—Que juntos —respondió Kael’Tharion con deleite— representan la unión que yo intenté crear hace siglos. Carne y magia. Vida y muerte. Padre e hija.
Naomi retrocedió, horrorizada.
—No…
Dumbledore intervino, alzando la voz:
—¡Basta, Kael’Tharion! No permitiré que repitas la historia.
El villano giró la cabeza con una sonrisa irónica.
—Albus Dumbledore… el eterno defensor del equilibrio. Cuánto ha cambiado el mundo desde que tu antiguo amigo Grindelwald intentó seguir mis pasos.
El aire se tensó. Frank comprendió que la conexión era más profunda de lo que imaginaba.
Kael’Tharion levantó su varita, y un aura oscura se extendió sobre la sala.
Las runas del suelo comenzaron a arder, y los sabios gritaron mientras la energía los envolvía.
—El Velo exige sacrificio —dijo Kael’Tharion con una calma escalofriante—. Cada despertar tiene un precio, y ustedes, arrogantes mortales, lo olvidaron.
Frank gritó:
—¡Protego Maxima!
Un campo de energía dorada rodeó a Naomi, pero el impacto del hechizo oscuro hizo que Frank cayera de rodillas.
Dumbledore se interpuso, su varita brillando con una luz azul que resonó en el aire.
—¡Expulso Umbrae!
El rayo impactó a Kael’Tharion directamente en el pecho. Pero el villano ni siquiera se movió.
—La luz… siempre tan confiada —susurró—. Pero la oscuridad no necesita ganar para existir. Solo necesita permanecer.
Y con un simple gesto, lanzó a Dumbledore contra el muro.
Naomi corrió hacia él, pero Frank la detuvo.
—¡Naomi, no! No te acerques. Él te quiere a ti.
Kael’Tharion sonrió.
—No la quiero. La necesito. Solo su magia puede mantener el Velo abierto… y solo su corazón puede romperlo.
Frank lo encaró, el sudor y la rabia mezclándose en su rostro.
—Tendrás que matarme antes de tocarla.
Los ojos del villano centellearon con una emoción oscura.
—Esa es la idea.
Una explosión de energía barrió la sala, lanzando a todos en diferentes direcciones.
Cuando el polvo se disipó, Kael’Tharion había desaparecido… dejando tras de sí una grieta abierta que destilaba sombras.
Dumbledore se levantó con dificultad.
—El precio está pagado —dijo, mirando a Frank y Naomi—. Kael’Tharion ha vuelto.
Naomi lo miró con lágrimas.
—¿Y cómo lo detenemos?
Dumbledore la observó con pesar.
—Tal vez no podamos detenerlo… aún. Pero hay algo que sí podemos hacer: entender el Velo antes de que él lo controle.
Frank asintió, mirando la grieta que aún temblaba al fondo del salón.
—Entonces iremos hasta el final —dijo con voz firme—. Si el precio del Velo fue liberarlo… el costo de cerrarlo lo pagaré yo.
Capítulo 10 – El Heredero del Velo
La noche en Elyndor no traía paz.
Desde la grieta que Kael’Tharion había dejado, un murmullo oscuro resonaba en el aire como si el propio mundo respirara miedo. Las luces de las torres mágicas parpadeaban, y las estrellas parecían ocultarse detrás de un velo de sombras.
Naomi despertó sobresaltada.
El sudor frío le cubría la frente. Había vuelto a oír su voz.
La misma voz que, desde aquella explosión en el Salón del Consejo, la llamaba cada vez con más insistencia.
—Naomi... —susurró en su mente, con un tono seductor y profundo—. No temas. No quiero destruirte… quiero mostrarte la verdad.
Ella se levantó, caminando descalza por la habitación del santuario donde descansaban. La ventana se abría hacia un bosque cubierto de niebla, y en el horizonte, podía verse un resplandor violeta: la grieta.
Su cuerpo se movía casi sin control, como si una fuerza invisible la guiara.
—Kael… —susurró con un hilo de voz—. ¿Qué quieres de mí?
La respuesta fue un susurro envolvente.
—Tú eres la llave. Sin ti, los mundos seguirán muriendo lentamente. Ven a mí, Naomi. Cruza el Velo. Déjame mostrarte lo que ocultan los dioses.
Naomi comenzó a caminar hacia la salida. Cada paso era pesado, pero su mente estaba nublada.
No escuchó los pasos que se acercaban detrás de ella hasta que una voz la detuvo.
—¡Naomi, espera! —Brendy corrió tras ella, sosteniendo su varita que brillaba en tonos rosados.
—¿Qué estás haciendo? ¡Esa energía puede matarte!
Naomi giró lentamente, sus ojos reflejaban un brillo violeta.
—No lo entiendes, Brendy… él me está llamando. Dice que puede salvarnos. Que la magia no tiene por qué tener fronteras.
Melany apareció por el otro lado, su cabello ondeando por el viento que soplaba desde la grieta.
—No escuches su voz —dijo con firmeza—. Así empieza todo. Así fue como cayó el primer linaje.
Naomi tembló, llevándose las manos a la cabeza.
—¡No puedo resistirlo! Es como si… algo dentro de mí respondiera.
Brendy la abrazó con fuerza, apretando los dientes.
—Entonces déjanos cargar contigo. No vas a enfrentar esto sola.
Melany levantó su varita, conjurando una runa de protección en el aire.
El viento oscuro se arremolinó alrededor, intentando arrastrar a Naomi hacia la grieta, pero la runa resplandeció como una barrera.
—¡Contenla, Brendy! ¡Él está tratando de poseerla a través del vínculo!
Brendy gritó un conjuro ancestral y, por un instante, el aire se llenó de destellos de luz.
Naomi cayó de rodillas, jadeando, mientras la voz de Kael’Tharion se desvanecía entre ecos.
“Volveré por ti…”
El susurro final resonó como un juramento.
Melany corrió a su lado.
—¿Estás bien?
Naomi la miró con lágrimas en los ojos.
—Él me mostró… imágenes. Ciudades destruidas. Gente llorando. Dijo que era el futuro si no lo seguía.
Brendy la tomó del rostro, obligándola a mirarla.
—No todo lo que muestra la oscuridad es mentira… pero tampoco toda verdad viene de ella.
—¿Qué significa eso? —preguntó Naomi.
—Que el Velo está usando tus emociones para abrirse —respondió Melany—. Y si lo logra, Kael’Tharion no necesitará portales. Solo a ti.
El refugio del saber
Mientras tanto, Frank y Dumbledore caminaban entre las ruinas de una antigua biblioteca suspendida sobre un lago de luz líquida.
Era el Archivo de Elyndor, un lugar prohibido incluso para los sabios, donde los ecos del pasado susurraban los secretos de los mundos.
Dumbledore caminaba con paso lento, pasando los dedos por los estantes cubiertos de polvo.
—El Velo fue creado para separar la esencia viva del plano eterno —dijo con voz grave—. Pero Kael’Tharion… quiso atravesarlo, convencido de que podía gobernar ambos lados.
Frank lo escuchaba en silencio. Había ojeras bajo sus ojos, pero su determinación seguía intacta.
—¿Y si tenía razón? —preguntó de pronto.
Dumbledore se detuvo y lo miró con calma.
—¿Perdón?
—¿Y si la frontera entre vida y muerte, entre magia y humanidad, es solo miedo disfrazado de equilibrio? —continuó Frank—. Naomi es la prueba viviente de que ambos mundos pueden coexistir. Quizás lo que Kael busca no sea poder… sino redención.
Dumbledore sonrió apenas.
—Te pareces mucho al joven que alguna vez enfrentó al fuego por amor. Y ese mismo amor podría salvarte… o destruirte.
Frank bajó la mirada.
—No puedo perderla, Albus. No otra vez. No después de todo lo que me fue arrebatado.
Dumbledore caminó hasta él y puso una mano sobre su hombro.
—El amor, Frank, no siempre se mide por lo que protegemos… sino por lo que estamos dispuestos a dejar ir.
El silencio se extendió. Luego, Dumbledore extendió una varita secundaria que llevaba oculta entre sus túnicas.
—Esto —dijo, entregándosela— fue forjada con fragmentos del Velo antes de que se sellara. Si Kael intenta cruzarlo por completo, esta varita podrá sellar la grieta… pero solo si quien la usa está dispuesto a ofrecer algo de sí mismo.
Frank tomó la varita con cuidado.
—¿Qué clase de sacrificio?
—El tipo que solo un padre entiende —respondió Dumbledore, sin apartar la mirada—.
Frank comprendió el peso de esas palabras.
El reflejo del lago bajo ellos proyectaba la imagen de Naomi, dormida bajo la protección de Brendy y Melany, mientras una sombra violeta acechaba en la distancia.
—Entonces lo haré —dijo al fin, con voz firme—. Si el Velo quiere un precio… que lo tome de mí.
Dumbledore lo observó con una mezcla de orgullo y tristeza.
—La línea entre héroe y mártir siempre ha sido demasiado delgada. Recuerda eso, Frank.
El eco del Velo
Esa misma noche, las nubes sobre Elyndor se abrieron, dejando ver la grieta que brillaba con intensidad.
Desde su interior, una silueta se formó en el cielo, gigantesca, majestuosa y aterradora.
Kael’Tharion había vuelto a hablar, esta vez no en sueños, sino en la realidad misma.
—El equilibrio ha terminado —tronó su voz, resonando por todo el reino—. Los mundos se unirán, con o sin su permiso.
Naomi despertó, sintiendo que el suelo temblaba bajo sus pies.
Brendy y Melany estaban listas con sus varitas, pero Naomi solo susurró una palabra, con un temblor que venía del alma:
—Papá…
Frank levantó la vista desde las ruinas, con el viento helado azotándole el rostro.
Sabía que ese llamado no era solo magia. Era el Velo… cobrando su deuda.
Capítulo 11 – La Orden de Elyn
El eco del viento atravesaba los muros de piedra del antiguo santuario subterráneo, oculto bajo las ruinas de Elyndor. Antiguos símbolos brillaban débilmente sobre los pilares: círculos incompletos, líneas de luz y runas en un idioma que parecía cantar en la penumbra.
Allí, Frank, Naomi, Brendy, Melany y Dumbledore estaban reunidos.
Era el nacimiento de una nueva era… o el preludio de una guerra.
—Aquí fue donde todo comenzó —dijo Dumbledore, su voz profunda y serena resonando entre las paredes—. El primer Velo fue sellado por magos que se llamaron a sí mismos Elyn. Hoy, ustedes son su legado.
Frank observó a Naomi. Aún se notaban las sombras bajo sus ojos después del ataque de Kael’Tharion.
—Entonces… ¿esto es lo que somos ahora? —preguntó ella, con un dejo de miedo—. ¿Una orden?
Dumbledore asintió lentamente.
—Una orden… y una promesa.
Se volvió hacia Frank.
—El liderazgo te pertenece, Frank. Eres el único que ha mirado el Velo y ha sobrevivido a su mirada.
Frank sintió el peso de esas palabras. En su pecho, el fragmento de piedra que había recogido tiempo atrás comenzó a vibrar débilmente.
—No lo haré solo. Todos estaremos juntos —dijo, mirando a Naomi, Brendy y Melany—. Si el Velo está por romperse, lucharemos por mantenerlo en pie.
Las tres jóvenes se tomaron de las manos. En el centro del santuario, las runas se iluminaron, dibujando un círculo azul.
La Orden de Elyn había renacido.
🌒 La irrupción de las sombras
Esa misma noche, el aire cambió.
Un rugido seco estremeció las profundidades del santuario.
Brendy fue la primera en notarlo.
—Algo se mueve afuera —susurró, empuñando su varita.
Antes de que pudieran reaccionar, un haz de fuego negro atravesó una de las columnas.
Las luces azules del suelo titilaron y una ráfaga de viento helado apagó las antorchas.
De la oscuridad surgieron figuras encapuchadas.
Sus túnicas parecían hechas de humo líquido; sus rostros, cubiertos por velos grises que se movían con un pulso propio.
Eran Los Umbramantes.
—Por el eco del Velo… —murmuró Dumbledore, su mirada endureciéndose—. Kael’Tharion ya ha respondido.
El líder de los atacantes levantó la mano.
—El linaje prohibido no debe existir —dijo con una voz que parecía provenir de todas partes—. Entreguen a la portadora… o todos serán consumidos.
Naomi dio un paso atrás, pero Frank se adelantó, su varita brillando con un resplandor dorado.
—Tendrán que pasar por mí primero.
El primer hechizo estalló como un trueno.
Rayos de luz y sombra cruzaron el aire. Brendy conjuró un muro de fuego que onduló como un dragón. Melany respondió con un encantamiento de contención que iluminó el techo con símbolos arcanos.
Frank, concentrado, lanzó un “Protego Magna”, creando una cúpula de energía azul que bloqueó el impacto de varios rayos oscuros.
El suelo tembló.
Dumbledore, con calma mortal, alzó su varita y murmuró:
—Lux Perpetua.
Una onda expansiva de luz pura recorrió la cámara, desintegrando a tres Umbramantes. Pero más seguían surgiendo, arrastrándose desde grietas del aire, como si el Velo mismo los estuviera vomitando.
Frank sintió el poder del fragmento en su pecho vibrar otra vez. Cerró los ojos… y el tiempo pareció detenerse.
Vio sombras antiguas, gritos, un rostro entre la niebla: Kael’Tharion, observándolo.
—Aún no comprendes el precio, Frank… —susurró una voz dentro de su mente—. Cada hechizo que usas acerca más mi regreso.
Frank gritó y lanzó un hechizo de luz tan fuerte que partió la cámara en dos. Los Umbramantes retrocedieron, fundiéndose en humo.
Cuando el silencio regresó, Dumbledore cayó de rodillas, agotado.
Naomi corrió hacia él.
—¡Profesor!
—Estoy bien… —jadeó, mirando a Frank—. Pero esta fue solo una advertencia. Kael no está probando su fuerza… está probando la tuya.
🔥 El juramento de Elyn
Horas después, entre los restos del santuario, Frank observó a sus compañeros.
Habían sobrevivido, pero la guerra había comenzado.
—Esto ya no es solo protección… —dijo, con la voz firme—. Es una guerra.
Naomi lo miró a los ojos.
—Entonces lucharemos. Por Elyndor. Por la vida. Por lo que queda de nosotros.
Dumbledore se incorporó lentamente, apoyado en su varita.
—Kael’Tharion está reuniendo a sus huestes en los márgenes del Velo. Si no lo detenemos, romperá la frontera entre los mundos.
—¿Qué debemos hacer? —preguntó Melany.
Frank respondió sin titubear:
—Reunir a todos los que aún crean en la luz. La Orden de Elyn no se ocultará.
Dumbledore sonrió débilmente.
—Entonces… que se escriba el primer juramento.
Todos colocaron sus varitas en el centro del círculo de runas. Una corriente de energía azul ascendió, uniendo sus almas en una misma llama.
“Por la luz y la sombra, por la vida y el Velo, juramos mantener el equilibrio hasta el último aliento.”
Y así, entre los ecos de la magia y el rugido distante de un Velo que comenzaba a resquebrajarse, la guerra por Elyndor había comenzado.
Capítulo 12: El eco de la oscuridad
El cielo de Elyndor se desgarró con un rugido que hizo temblar hasta las raíces de los bosques encantados. Columnas de luz y sombra se entrelazaban sobre la planicie de Valemur, un antiguo campo de hechicería sellado desde hacía siglos.
Hoy, el sello estaba roto.
Y de la grieta del Velo emergían las sombras del olvido.
Frank avanzó junto a Naomi, su varita alzada, mientras la Orden de Elyn se desplegaba a su alrededor. Sus capas color azul profundo ondeaban bajo el viento mágico, marcadas con el símbolo de una llama plateada: el fuego que no se apaga, la esperanza que no muere.
A su lado, Brendy y Melany conjuraban barreras defensivas mientras los primeros Umbramantes descendían desde la grieta. Aquellas criaturas no eran ya del todo humanas; sus ojos eran pozos sin fondo y sus voces susurraban lenguas que el alma temía comprender.
—Frank… —dijo Naomi, su voz apenas un hilo de aire—. Puedo sentirlo. Kael está cerca.
—Lo sé —respondió él, mirando el horizonte ennegrecido—. No dejes que entre en tu mente. Si lo hace, no habrá hechizo que te libere.
Naomi asintió, aunque una bruma oscura comenzaba a rodear sus manos. La magia en su sangre respondía al llamado del Velo, a esa herencia prohibida que la unía a Elyndor… y a Kael.
Un estruendo sacudió el suelo.
Desde las sombras, emergió una figura alta y vestida con túnicas negras cuyas costuras parecían hechas de humo: Kael’Tharion. Sus ojos brillaban con un fuego carmesí, y su voz resonó en el aire como una maldición.
—El linaje de la sangre prohibida regresa a su origen… —susurró—. ¿No lo entiendes, Naomi? Tú eres el puente. El Velo no te destruye… te corona.
—¡Basta! —gritó Frank, lanzando un rayo de energía azul que iluminó el campo. Kael lo desvió con un simple gesto, como si apartara una hoja seca.
—Francisco Tuesta… —pronunció su nombre con un retorcido deleite—. Dumbledore te enseñó la compasión, pero no el sacrificio. No puedes protegerla y salvar el mundo al mismo tiempo.
Una explosión de magia sacudió el valle. Las líneas de energía atravesaron el cielo, chocando con los hechizos de la Orden de Elyn. Brendy conjuró una esfera de fuego que arrasó a una docena de Umbramantes, mientras Melany levantaba pilares de piedra para contener las sombras que surgían del suelo.
Sin embargo, por cada enemigo que caía, otro emergía del Velo.
—¡Elyn, conmigo! —rugió un mago anciano de barba dorada, uno de los capitanes de la orden. Las llamas plateadas de sus bastones se encendieron al unísono, y un coro de conjuros llenó el aire.
El campo de batalla se convirtió en un espectáculo de poder.
Magia azul, roja, dorada y negra chocaba en el aire, creando destellos que rasgaban la noche. Los árboles ardían con fuego etéreo, los cuerpos flotaban un instante antes de caer, y el propio Velo vibraba como si la realidad misma estuviera gritando.
Frank tomó la mano de Naomi.
—Escúchame —le dijo con una urgencia que le quebraba la voz—. No te pierdas entre las sombras. Kael quiere usar tu conexión con Elyndor para romper el Velo completamente.
—¿Y si mi poder es la única forma de cerrarlo? —preguntó ella, mirándolo con los ojos inundados de lágrimas y energía pura—. Si tengo que convertirme en el puente… entonces déjame serlo.
—No. —Frank apretó su mano—. Si lo haces, él ganará. Tú no eres el Velo, Naomi. Eres su esperanza.
Kael rió, una risa que heló el aire.
—Qué conmovedor. Pero las esperanzas humanas mueren igual que las estrellas.
Con un movimiento de su varita negra, lanzó una ola de sombras que arrojó a Frank y Naomi varios metros atrás. El suelo se quebró, y de la grieta surgieron criaturas sin rostro, arrastrándose como ecos del dolor.
Fue entonces cuando una voz resonó entre la tormenta de magia.
—¡Protego Maxima!
Una cúpula dorada envolvió a Frank y Naomi justo a tiempo.
Dumbledore emergió del resplandor, con su túnica azul ondeando bajo el viento mágico. A su lado, la Orden de Elyn se reagrupó.
—Kael’Tharion —dijo con solemnidad el viejo mago—. He visto tu oscuridad antes… en hombres que creyeron poder controlar lo que el alma no comprende.
Kael sonrió.
—Entonces sabes que no hay poder más grande que el de una mente que ha dejado de temer.
—O más peligroso que un corazón que ha dejado de amar —replicó Dumbledore.
Con un gesto, Dumbledore levantó su varita, y una avalancha de luz azul se estrelló contra el campo enemigo. Los Umbramantes fueron arrasados en una llamarada purificadora.
Pero Kael resistió.
Y mientras lo hacía, el Velo detrás de él comenzó a abrirse más, dejando entrever un abismo de oscuridad infinita.
Naomi sintió un tirón en su pecho, una fuerza que la llamaba desde el otro lado. Frank la sujetó antes de que la absorbiera.
—¡Resiste! —gritó—. ¡Eres más fuerte que él!
Ella cerró los ojos, y una lágrima brilló al caer.
—Entonces… luchemos juntos.
Naomi extendió sus manos, y una oleada de energía blanca emergió de su cuerpo. Frank canalizó su magia hacia ella, y juntos formaron un círculo de luz que cortó el avance de Kael. El Velo tembló, el cielo se partió en relámpagos, y los Umbramantes retrocedieron gritando con voces que no eran humanas.
Por un instante, todo se detuvo.
Solo el silencio y el eco de los corazones latiendo permanecieron.
Dumbledore bajó su varita, observando a Frank y Naomi.
—Esta guerra apenas comienza —dijo con voz grave—. Pero hoy, Elyndor aún respira… gracias a ustedes.
El Velo se cerró parcialmente, dejando un resplandor tenue en el aire.
Frank miró el horizonte, sabiendo que la victoria había sido solo un respiro antes de la tormenta.
Y en la distancia, entre las sombras que se desvanecían, Kael’Tharion sonreía.
Capítulo 13: Cuando mueren las estrellas
El aire olía a ceniza y magia rota.
La ciudad, antaño brillante, yacía envuelta en un resplandor enfermizo, como si el cielo mismo hubiera olvidado su color. Los edificios se retorcían bajo el peso de la energía del Velo, las sombras se movían solas entre los escombros, y la luna —pálida, agrietada— parecía observar en silencio la guerra que se libraba abajo.
La Orden de Elyn había llegado demasiado tarde.
Los Umbramantes ya habían convertido las calles en un laberinto de ruinas flotantes y fuego verde.
Frank avanzaba al frente, la capa desgarrada, la varita alzada, los ojos fijos en el horizonte.
A su lado, Naomi, Brendy y Melany resistían entre ráfagas de hechizos oscuros que surcaban el aire como relámpagos negros.
—¡Manténganse detrás del sello! —gritó Dumbledore, erigiendo un muro de luz azul que resistía los impactos con un rugido etéreo.
—¡Son demasiados! —dijo Naomi, jadeando mientras conjuraba una cadena de fuego.
—No importa —respondió Frank—. No podemos retroceder ahora.
Una explosión los separó. Las piedras se alzaron en el aire, y una ola de energía derribó los muros de lo que había sido una plaza. En el centro, una figura envuelta en una túnica oscura observaba con calma: un nuevo recluta, uno de los suyos… pero algo en su mirada delataba traición.
El traidor de la Orden de Elyn.
—No... —susurró Brendy al reconocerlo—. Tú eras de los nuestros...
El hombre levantó la varita, y una voz sin alma emergió de sus labios:
—Kael’Tharion los observa. Ninguno escapará del Velo.
El suelo tembló. De los escombros surgieron nuevas sombras: los Umbramantes, decenas, tal vez cientos.
Sus rostros velados murmuraban plegarias oscuras, y el aire se llenó de una sinfonía de voces susurrantes que desgarraban la mente.
La batalla comenzó.
Frank sintió el poder fluir por sus venas como fuego líquido. Cada hechizo que lanzaba dejaba un resplandor dorado en el aire. Naomi combatía a su lado, su poder cada vez más fuerte, casi instintivo, como si el Velo respondiera a su respiración.
—¡Naomi, cuidado! —gritó él, desviando un rayo que habría terminado en su pecho.
—¡Estoy bien! —respondió ella, su cabello flotando con electricidad—. Puedo sentirlo, Frank… algo me llama desde el cielo.
—No lo escuches —dijo él—. No dejes que el Velo te controle.
Un estruendo.
Un relámpago de sombra cayó sobre el campo, abriendo un cráter. Los Umbramantes comenzaron a retroceder, pero no por miedo: se reagrupaban, entonando un cántico en una lengua olvidada. Dumbledore se volvió, alarmado.
—¡Se retiran para canalizar algo peor! —advirtió.
Frank alzó la vista: sobre la ciudad, un círculo de energía oscura comenzaba a girar, una grieta que se abría en el cielo.
El Velo estaba respondiendo.
Entonces, ocurrió.
Una ráfaga verde cruzó el aire.
Un hechizo asesino, directo hacia Brendy.
Ella apenas tuvo tiempo de volverse, pero no vio lo que Melany sí percibió: el destello, el ángulo, la muerte que venía hacia su amiga.
Melany se interpuso.
Hubo un silencio repentino, como si el mundo contuviera el aliento.
Un destello verde iluminó las ruinas.
Y Melany cayó.
Brendy gritó, un sonido que cortó la batalla. Naomi se paralizó. Dumbledore bajó la cabeza, con una tristeza infinita.
Frank se quedó quieto, helado. Por un instante, el tiempo dejó de existir.
El aire alrededor de él se volvió pesado.
El corazón le latía tan fuerte que podía oírlo retumbar en los muros rotos.
Y entonces, el poder que había tratado de contener durante tanto tiempo despertó.
—No... —susurró, con los ojos empañados—. No… más…
El cielo tembló.
La varita en su mano comenzó a vibrar. Un zumbido resonó en el aire, como el canto de un millar de voces.
Naomi dio un paso atrás.
—Frank… ¿qué estás haciendo?
—No lo sé —dijo, con la voz quebrada—. Pero ella no puede… no puede haber muerto por nada.
El símbolo del Velo apareció sobre él, dibujado en el aire con fuego y luz.
Y Frank gritó las palabras que nacieron desde el fondo de su alma:
—VOX CAELI.
El cielo se abrió como si respondiera a un mandato divino.
Una columna de luz dorada descendió desde las nubes, mezclándose con ráfagas oscuras, energía pura que arrasó el campo.
Los Umbramantes fueron lanzados hacia atrás, sus túnicas desintegrándose en polvo.
El suelo tembló, los edificios se derrumbaron, y por un instante, todo se llenó de silencio luminoso.
Cuando la luz se desvaneció, la ciudad quedó sumida en un resplandor tenue.
Los Umbramantes habían desaparecido.
Solo el eco de la voz de Frank permanecía flotando en el aire, como un trueno lejano.
Naomi corrió hacia él.
—Frank… eso… eso no era magia común.
—No —respondió él, exhausto, cayendo de rodillas—. Era algo más… algo que no debería existir.
Dumbledore se acercó, apoyando una mano en su hombro.
—“Vox Caeli” —dijo en voz baja—. La Voz del Cielo. Creí que era solo una leyenda.
—¿Qué significa? —preguntó Naomi.
—Significa —dijo Dumbledore con tristeza— que el Velo te ha elegido, Frank. Y ahora, él también te observa.
El silencio se extendió.
El cuerpo de Melany yacía inmóvil entre los escombros. Brendy se arrodilló a su lado, sin lágrimas, sin voz.
El viento soplaba suave, como si incluso el aire guardara luto.
Y entonces, entre las ruinas, una sombra comenzó a tomar forma.
Un contorno humano, hecho de humo y estrellas muertas.
Kael’Tharion apareció, su silueta envuelta en una neblina negra que devoraba la luz.
Su voz resonó, distante pero clara:
—Cada lágrima, cada muerte… me fortalece.
—¡Muéstrate! —rugió Frank, levantándose.
—Oh, me mostraré —respondió Kael, sonriendo entre las sombras—. Cuando el último hilo del Velo se rompa.
Y desapareció, dejando tras de sí un frío que ninguna llama pudo disipar.
La noche cayó sobre la ciudad.
Dumbledore levantó la vista al cielo, donde las estrellas parecían apagarse una a una.
—Cuando mueren las estrellas —dijo en voz baja—, nacen los dioses… o los monstruos.
Frank cerró los ojos. Naomi se aferró a su brazo.
El destino estaba escrito en fuego y sombra, y la guerra apenas había comenzado.
Capítulo 14 – El Silencio de la Luz
El amanecer apenas se insinuaba entre las ruinas de la ciudad. Las sombras del conflicto aún se aferraban a los escombros y al olor metálico del aire. Todo estaba quieto… demasiado quieto. Las columnas derrumbadas y los restos ennegrecidos de lo que alguna vez fue un santuario mágico servían como testigos mudos de la tragedia que había marcado a la Orden de Elyn.
El cuerpo de Melany yacía sobre una camilla de piedra blanca conjurada por Frank, rodeada de flores azules que brillaban con un tenue fulgor etéreo. El silencio era tan profundo que ni siquiera los susurros del viento se atrevían a cruzar aquel espacio sagrado.
Brendy permanecía arrodillada junto a su amiga, con los ojos enrojecidos por el llanto. No había dicho una sola palabra desde el fin de la batalla. Solo su respiración entrecortada y el temblor de sus manos traicionaban la desesperación que la consumía.
Naomi, con la mirada perdida, sostenía la varita de Melany entre los dedos, temblando. Era como si el mundo se hubiese detenido en un punto sin retorno. Frank observaba en silencio, con el rostro endurecido y la mirada vacía. Aún podía sentir el eco del Vox Caeli en su pecho, ese hechizo que había nacido del dolor y del amor, un rugido celestial que había hecho temblar los cimientos mismos del Velo.
De pronto, Dumbledore dio un paso al frente. Su túnica estaba rasgada, y la sangre seca manchaba sus manos, pero su porte seguía siendo el mismo: sereno, sabio, casi inquebrantable.
Con un gesto de su varita, hizo que un círculo de luz dorada envolviera el cuerpo de Melany.
—Melany de Elyndor —dijo con voz grave, reverente—. Portadora del fuego y de la esperanza. Tu sacrificio no será en vano.
El círculo brilló con una intensidad casi cegadora. Las flores se deshicieron en destellos, y una corriente cálida recorrió el aire. Naomi dio un paso atrás, conteniendo las lágrimas.
Frank bajó la cabeza. —Nunca debió pasar esto… —susurró con voz quebrada—. Era solo una niña con un corazón puro.
Dumbledore apoyó una mano en su hombro. —Los corazones puros suelen ser los primeros en enfrentarse al destino, Frank. Porque solo ellos entienden lo que significa amar sin miedo.
Naomi no pudo contenerse más. —¿Y de qué sirve amar si el precio siempre es la pérdida? —gritó—. ¡Siempre alguien muere, siempre alguien paga el precio de la magia!
El eco de su voz rebotó entre las ruinas, desgarrando el silencio. Dumbledore la miró con tristeza, pero no con reproche.
Ella, en un gesto impulsivo, señaló la varita que él sostenía: una pieza antigua, de un brillo oscuro y noble.
—Esa varita… —murmuró Naomi con un hilo de voz—. Esa no es una varita cualquiera, ¿verdad?
Dumbledore la sostuvo entre los dedos, observándola con melancolía. —No, Naomi. Esta es la Varita de Saúco.
Los ojos de Naomi se abrieron con asombro y miedo. —La varita más poderosa jamás creada… la que trajo guerras y muerte. ¿Por qué alguien como tú… alguien que predica equilibrio y sabiduría… la posee?
Hubo un silencio tenso. El viento se coló entre las ruinas, moviendo los cabellos plateados del anciano.
Dumbledore suspiró, y su voz se volvió suave, profunda.
—Porque el poder, cuando no se comprende, destruye. Pero cuando se acepta con humildad, puede sanar. —Caminó hacia ella lentamente, y sus ojos brillaron con una tristeza antigua.— No busco dominar la magia, Naomi. La varita me eligió porque comprendí algo que muchos olvidaron: que incluso la fuerza más grande necesita compasión para ser completa.
—¿Compasión? —preguntó Naomi, con lágrimas en los ojos—. ¿Después de todo esto? ¿Después de Melany?
Dumbledore la miró fijamente. —Especialmente después de esto. —Extendió la varita, y una chispa de luz suave se elevó hacia el cielo, disipando la niebla gris.— Cada sacrificio deja una herida… pero también un propósito. Melany nos ha recordado que incluso en la oscuridad más densa, un solo acto de amor puede mantener viva la esperanza.
Brendy levantó la vista, y sus labios temblaron. —Ella… siempre decía que la magia no servía si no era para proteger a los que amamos.
Naomi se acercó a Brendy, la abrazó con fuerza y rompió en llanto. Frank los observaba, sintiendo una mezcla de orgullo y dolor. La Orden de Elyn estaba rota… pero no vencida.
Mientras los rayos del sol comenzaban a iluminar el horizonte, Dumbledore habló con voz serena:
—A partir de hoy, la Orden debe renacer. Elyndor no puede caer en manos de Kael Tharion. El sacrificio de Melany será nuestro juramento.
Frank asintió, con el rostro endurecido. —Entonces que así sea. Por Melany. Por Elyndor. Y por el Velo.
Naomi, con la mirada fija en la luz que ascendía al cielo, susurró: —Por la esperanza.
Y el aire pareció responderle, con un murmullo leve… como si el espíritu de Melany los escuchara desde más allá del Velo.
Capítulo 15 – El Renacer de la Luz
Habían pasado tres años desde la última gran batalla. Las ruinas de la ciudad, antes testimonio de la tragedia, se habían convertido en un santuario y centro de entrenamiento para la Orden de Elyn. Donde alguna vez hubo escombros, ahora se alzaban torres de piedra blanca y banderas doradas que ondeaban con el emblema de la Orden: una llama resguardada por un círculo de estrellas, símbolo del renacer y la unidad mágica.
El amanecer bañaba los terrenos de práctica con una luz cálida. Las varitas se alzaban en el aire, los cánticos resonaban y las energías convergían en destellos de fuego, viento y luz. El sonido de hechizos, explosiones controladas y gritos de esfuerzo llenaba el campo como una sinfonía de guerra y esperanza.
En el centro del terreno, Frank caminaba con paso firme, la túnica negra ondeando con autoridad. Su mirada, serena pero implacable, recorría a cada aprendiz con atención. Su varita —de madera de tejo, con núcleo de pluma de fénix— vibraba suavemente, como si respondiera al pulso del entrenamiento.
—¡Concentración, no fuerza! —exclamó, al ver a un joven auror fallar un hechizo de contención—. La magia no se impone, se guía.
El muchacho asintió con nerviosismo, repitiendo el encantamiento. Frank alzó una ceja y, con un leve movimiento de su varita, redirigió la energía hacia el objetivo. El hechizo se estabilizó, envolviendo a la criatura de práctica en un campo etéreo.
—Bien —dijo con una leve sonrisa—. Recuerda eso. Controlar tu mente es controlar tu poder.
A unos metros de distancia, Naomi entrenaba a un grupo de aprendices en el manejo avanzado de escudos mágicos. Su rostro, más maduro y decidido, mostraba la serenidad de quien había conocido el dolor y aprendido de él.
—¡Protego Totalum! —gritó, y un domo translúcido emergió de su varita, envolviendo a los jóvenes magos. Una lluvia de fuego descendió sobre ellos —un conjuro proyectado por Dumbledore para probar su resistencia—, pero las llamas se disiparon al contacto con la barrera.
—¡Excelente! —exclamó Naomi con una sonrisa orgullosa—. Ahora… respiren. No hay magia sin ritmo ni equilibrio. La energía fluye con ustedes, no contra ustedes.
Brendy, ahora con el rango de Aurora Superiora, se encontraba en la zona de combate cuerpo a cuerpo. Había endurecido su carácter tras la pérdida de Melany, pero en sus ojos aún ardía la bondad de su amiga. Su entrenamiento combinaba hechicería con táctica.
—¡No confíen solo en la varita! —gritó mientras desarmaba a un aprendiz con un giro rápido y un hechizo silencioso—. Kael no se detendrá a seguir las reglas. Aprendan a moverse, a adaptarse. ¡Usen el entorno, usen su instinto!
Dumbledore observaba desde una plataforma elevada, su túnica azul ondeando suavemente con el viento. Había asumido el papel de guía y consejero, dejando que Frank, Naomi y Brendy lideraran la instrucción diaria. Sus ojos brillaban con orgullo.
Cuando el sol comenzó a ocultarse, los miembros de la Orden se reunieron en el gran salón de piedra, iluminado por antorchas flotantes y runas antiguas grabadas en las paredes.
—Han avanzado más de lo que esperaba —dijo Dumbledore, con su voz grave y cálida—. La Orden de Elyn ya no es un grupo de sobrevivientes. Es un ejército de luz.
Naomi, sentada junto a Frank, observó los rostros de los nuevos reclutas: jóvenes, valientes, muchos huérfanos de guerra, pero con una mirada decidida.
—Todos aprendieron rápido —dijo con una sonrisa tenue—. Algunos incluso superaron nuestras expectativas.
Brendy asintió. —Los más jóvenes tienen un fuego que me recuerda a Melany… —bajó la mirada por un instante, luego la levantó con firmeza—. Ella estaría orgullosa de verlos.
Frank se puso de pie. —Y debemos asegurarnos de que su sacrificio tenga sentido. Kael Tharion se prepara. Sus seguidores, los Umbramantes, ya se están moviendo en la sombra. No esperarán mucho más.
Dumbledore entrelazó las manos, observando a todos con gravedad. —Por eso, desde esta noche, la Orden de Elyn actuará como una fuerza unificada. Naomi y Brendy, como Auroras Magistrales, estarán al mando de las divisiones de defensa y ataque. Frank, tú dirigirás la estrategia general.
Frank asintió con solemnidad. —Lo haremos. No fallaremos.
Naomi se levantó y levantó su varita al aire. —Por Melany. Por Elyndor. Por todos los que aún creen en la luz.
Uno a uno, los magos y brujas levantaron sus varitas, y una onda de energía dorada se elevó hacia el techo, formando el emblema de la Orden. Las llamas doradas giraron, fusionándose en un resplandor inmenso que iluminó cada rincón del salón.
Dumbledore sonrió con orgullo. —Entonces, el tiempo ha llegado. La oscuridad se acerca, pero no nos encontrará dormidos. La guerra está por comenzar… y esta vez, no lucharemos para sobrevivir. Lucharemos para vencer.
El eco de sus palabras quedó suspendido en el aire, mientras las luces se apagaban una a una, dejando solo el resplandor de las varitas alzadas.
La Orden de Elyn había renacido.
Y con ella, la esperanza.
Capítulo 16 — El Comienzo del Fin
El amanecer no trajo luz, sino fuego.
Las nubes sobre Elyndor se tornaron rojas, y los ecos de tambores mágicos resonaban como presagios de muerte. La guerra había comenzado.
Frank observaba desde lo alto de una muralla de piedra derruida. Bajo él, la ciudad de Altherion —antiguo bastión de los magos elementales— yacía convertida en un campo de batalla. Las ruinas humeaban, los gritos se mezclaban con el rugir de los hechizos, y el aire mismo vibraba con energía arcana.
A su lado, Dumbledore sostenía su varita —la Varita de Saúco— y el viento agitaba su túnica como si el universo entero lo reconociera. Naomi y Brendy estaban detrás, listas, sus rostros endurecidos por la determinación y el miedo.
—Hoy no peleamos solo por Elyndor —dijo Frank, alzando su varita—. Peleamos por los dos mundos.
—Por la verdad —añadió Naomi, con los ojos encendidos de valentía.
—Por los que ya no están —susurró Brendy, apretando el colgante que perteneció a Melany.
Un trueno resonó. Desde las sombras de la llanura al sur, se levantó un ejército: los Sombríos, seguidores de Kael Tharion. Sus túnicas negras destilaban humo oscuro, y sus ojos brillaban como carbones vivos. Entre ellos flotaban criaturas deformes nacidas del Velo: espectros y bestias invocadas, que parecían devorar la luz.
Y entonces, él apareció.
Kael Tharion, en el centro de su ejército, caminando como si el suelo temiera quebrarse bajo su poder. Su rostro era pálido, sus venas recorridas por líneas de energía negra. La magia lo rodeaba como una tormenta viva.
—¡Frank! —gritó Naomi—. ¡Está aquí!
Frank apretó la mandíbula.
Kael levantó una mano, y su voz, profunda y amarga, retumbó por todo el valle.
—¡Ven, heredero del Velo! ¡Ven a presenciar el final del mundo que juraste proteger!
Un silencio helado antecedió al caos.
Entonces, Frank gritó:
—¡ORDEN DE ELYN, AVANZAD!
El suelo tembló. Desde las calles laterales, desde los portales abiertos en los cielos, aparecieron los magos de la Orden, vestidos con túnicas azules y plateadas. Sus varitas se alzaron al unísono y, por un instante, la esperanza volvió a brillar.
Los primeros hechizos cruzaron el aire. Ráfagas de fuego, rayos de energía y explosiones de luz llenaron la ciudad. El choque fue brutal.
Naomi conjuró un escudo protector —“Protego Maxima!”— que desvió una maldición asesina. Brendy respondió con un “Fulmen Orbis!” que derribó a tres Sombríos de un solo golpe.
Frank se lanzó al frente, su varita girando en un arco dorado.
—¡Exsurgo Luminae! —gritó, y una ola de luz dorada barrió a los enemigos más cercanos.
Los gritos se multiplicaron. Los Sombríos respondieron con su magia corrupta: “Mors Umbrae!”
Explosiones negras consumieron el aire, dejando cenizas flotando como nieve.
Dumbledore caminaba entre la destrucción con la serenidad de un sabio que ha visto demasiadas guerras. Con cada movimiento de su varita, un rayo blanco de pura energía derribaba filas enteras de enemigos.
—¡A su izquierda! —gritó Naomi.
Dumbledore giró, invocando un muro de luz que detuvo un torrente de fuego oscuro.
El cielo se abrió con un rugido. Kael había comenzado a conjurar.
A su alrededor giraban esferas de energía negra y azul, absorbiendo el poder de los caídos. Su voz recitaba palabras antiguas, imposibles de comprender, y el suelo comenzó a fracturarse bajo sus pies.
Frank corrió hacia el centro de la batalla.
—¡No dejes que termine el hechizo! —gritó a Naomi.
—¡Voy contigo! —ella respondió, sin dudar.
Avanzaron entre cuerpos, fuego y humo. Los magos de ambos bandos caían sin cesar.
Kael alzó los brazos, y de su pecho emergió una figura oscura: un fragmento del Velo, vivo y palpitante, que se alimentaba de las almas que tocaba.
Naomi lo vio y sintió el tirón de esa energía. El Velo reconocía su linaje.
—Padre… está llamándome —dijo, con la voz quebrada.
—¡No! —Frank la sujetó de los hombros—. ¡Resiste! ¡Tú no eres parte del Velo, Naomi! ¡Tú eres mi hija!
Ella asintió, sus ojos llenos de lágrimas, y ambos apuntaron sus varitas hacia Kael.
—“Lux Veritatis!” —gritaron al unísono.
Un rayo de luz blanca golpeó el pecho de Kael, obligándolo a retroceder unos pasos. Por primera vez, el villano pareció perder el equilibrio.
Pero no por mucho.
Kael sonrió con malicia.
—El amor es débil, Frank. La sangre siempre responde al poder.
Una ola de magia oscura los arrojó hacia atrás.
Frank cayó sobre una losa rota, con la respiración entrecortada. Dumbledore apareció a su lado y le ofreció la mano para levantarse.
—Esto es solo el principio —dijo el anciano, mirando el horizonte donde miles de hechizos iluminaban la ciudad.
—Entonces —respondió Frank, tomando aire—, luchemos como si fuera el último.
Dumbledore asintió lentamente, sus ojos brillando con esa mezcla de sabiduría y tristeza que solo él poseía.
—Recuerda, Frank… el amor, cuando se conjura en unidad, es el hechizo más poderoso de todos.
Frank miró hacia Naomi, que volvía a ponerse de pie, dispuesta a seguir.
A su alrededor, la Orden de Elyn se reorganizaba, levantando sus estandartes entre ruinas y llamas. El primer día de la guerra había comenzado, y con él, el destino de todos los mundos.
El cielo se tiñó de negro.
Los truenos rugieron.
Y el eco de los hechizos iluminó la noche de Elyndor…
El Comienzo del Fin había llegado.
Capítulo 17 — El Juramento del Sabio
El amanecer nunca llegó.
El cielo sobre Elyndor estaba cubierto por un torbellino de fuego y oscuridad que se extendía hasta donde la vista podía alcanzar. Las ruinas de Altherion se habían convertido en un campo de ceniza, y los gritos de la guerra retumbaban como un eco eterno. La Orden de Elyn resistía, pero el precio era terrible.
Frank corría entre los escombros, lanzando hechizos sin cesar.
—“Protego Totalum!” —gritó, desviando un rayo carmesí que impactó contra una torre destruida.
A su lado, Naomi derribaba a tres Sombríos con un “Ignis Arcana!” que iluminó el campo como un amanecer fugaz.
Pero por cada enemigo que caía, tres más emergían del Velo. Las grietas en el cielo eran más profundas, y del interior surgían espectros de fuego, soldados sin rostro al servicio de Kael Tharion.
Dumbledore, en el centro de todo, parecía sostener el mundo con sus manos.
Su magia irradiaba en ondas, protegiendo a los heridos, levantando barreras, sellando portales. Pero incluso él comenzaba a agotarse. Su respiración era pesada, su mirada, serena pero decidida.
Frank lo vio detenerse por un momento, apoyándose en su varita.
—¡Profesor! —gritó, corriendo hacia él—. ¡Tiene que descansar!
Dumbledore lo miró con una calma que solo los sabios poseen al borde del abismo.
—Descansaré cuando el mundo pueda hacerlo, Frank —respondió con voz grave—. No antes.
Una explosión los sacudió. Un grupo de Sombríos apareció a su alrededor, y sin pensarlo, ambos alzaron sus varitas.
—“Fulmen Caelestis!” —gritó Frank.
—“Confringo!” —respondió Dumbledore.
El suelo estalló en una lluvia de fuego azul. Los cuerpos fueron lanzados por los aires, y por un instante el campo de batalla quedó envuelto en humo.
Cuando la niebla se disipó, Dumbledore se quedó mirando el horizonte. En lo alto de una torre derruida, Kael Tharion observaba el caos con los brazos extendidos, como un dios satisfecho con su creación.
—Está absorbiendo la energía del Velo —dijo Dumbledore en voz baja—. Cada muerte, cada hechizo, cada lágrima lo fortalece.
—Entonces tenemos que detenerlo ya —respondió Frank, con la furia latiendo en las venas.
Pero el anciano no respondió.
Su mirada estaba perdida, como si algo se moviera dentro de su mente. Luego, lentamente, habló:
—Frank… hay momentos en los que incluso los magos debemos aceptar que no todos los destinos pueden evitarse.
Frank frunció el ceño.
—¿Qué quiere decir con eso?
Dumbledore lo miró fijamente.
En sus ojos se reflejaba la guerra, el fuego, pero también la paz.
—He vivido muchas batallas, he visto a demasiados jóvenes morir por errores de los viejos. El equilibrio que buscamos solo puede lograrse si alguien rompe el ciclo.
Naomi, que se acercaba corriendo, escuchó esas palabras y se detuvo, jadeante.
—Profesor… no diga eso. Usted es la razón por la que seguimos en pie.
Dumbledore sonrió débilmente.
—No, Naomi. La razón son ustedes. Yo solo soy el puente entre lo que fue… y lo que debe ser.
Frank negó con la cabeza.
—No lo permitiré. Si está pensando en sacrificarse, no lo permitiré.
Dumbledore colocó una mano sobre su hombro.
El toque era cálido, lleno de poder y ternura.
—Frank… el sacrificio no siempre significa perder. A veces, es la forma más pura de enseñar.
Un trueno sacudió el cielo. El Velo se abrió por completo.
Kael Tharion rugió, extendiendo sus brazos hacia la grieta.
—¡EL MUNDO ANTIGUO RENACERÁ! —gritó con voz retumbante.
De la grieta emergió una serpiente colosal hecha de sombras y fuego. Su cuerpo ondulaba entre las ruinas, devorando la magia a su paso.
Naomi retrocedió aterrada.
—¡Padre! ¡Esa cosa…!
—Lo sé —dijo Frank, alzando su varita—. ¡Dumbledore, déjeme enfrentar esto!
El anciano negó con la cabeza.
—No, Frank. Este momento me pertenece.
Frank lo tomó del brazo.
—¡No! ¡Todavía hay esperanza! ¡Podemos vencerlo juntos!
Dumbledore lo miró con una sonrisa triste.
—Eso es lo que siempre quise oír de ti. Pero hay algo que aún no comprendes: la esperanza solo florece cuando el amor se siembra con renuncia.
El cielo se rasgó en dos.
Los relámpagos caían, y el Velo comenzaba a colapsar sobre sí mismo.
Dumbledore alzó la Varita de Saúco. Su voz, profunda y poderosa, resonó en todos los rincones de Elyndor.
—¡ORDEN DE ELYN! ¡ESCUCHEN MI LLAMADO!
Las tropas detuvieron su combate. Todos, incluso los Sombríos, sintieron la vibración de aquella voz.
El anciano mago se elevó unos metros sobre el suelo, envuelto en una luz dorada.
—He guiado a muchos, he perdido a más. Pero hoy no es el fin. Hoy es el día en que el amor y la lealtad trascienden la oscuridad. ¡Hoy juramos por Elyndor, por la Tierra, por la esperanza!
Las lágrimas rodaron por el rostro de Naomi.
—Profesor…
—Naomi —dijo Dumbledore, volviéndose hacia ella—. Tu corazón es más fuerte que cualquier varita. No temas amar, porque de ese amor nació la magia más pura que existe.
Luego miró a Frank.
Su voz bajó, casi en un susurro, pero tan clara que resonó en lo profundo de su alma.
—Frank… cuando todo caiga, y el silencio reine, recuerda mis palabras: no es el poder el que define a un mago… sino su capacidad de renunciar a él por amor.
Frank apretó los puños, con el corazón desgarrado.
—No… no me deje, Profesor… aún lo necesitamos…
Pero Dumbledore solo sonrió, esa sonrisa que mezclaba sabiduría y ternura infinita.
—Y me tendrán, en cada hechizo que conjuren con esperanza. En cada acto de bondad que desafíe a la oscuridad.
Un último destello cruzó el cielo.
Dumbledore apuntó la Varita de Saúco hacia Kael Tharion.
El aire tembló, y una tormenta de luz blanca surgió de su cuerpo, envolviendo el campo de batalla en un resplandor cegador.
Los Sombríos gritaron. Kael rugió con furia.
La serpiente de sombras se desintegró bajo el fuego sagrado.
Y cuando la luz se disipó, Dumbledore ya no estaba.
Solo la Varita de Saúco cayó lentamente al suelo, girando entre el polvo, hasta quedar a los pies de Frank.
Frank cayó de rodillas, el rostro empapado en lágrimas.
Naomi se arrodilló a su lado, y juntos miraron el cielo, donde el resplandor final del hechizo de Dumbledore aún ardía, como una estrella que se negaba a extinguirse.
—No ha muerto —susurró Naomi, con la voz quebrada—. Solo se ha convertido en parte de la magia.
Frank tomó la Varita de Saúco con manos temblorosas.
Sintió la energía recorrer su cuerpo, pero también una paz inmensa.
Miró al cielo, con la voz temblorosa pero firme.
—Lo prometo, Profesor… —susurró—. Su sacrificio no será en vano.
El viento sopló entre las ruinas, como si la propia magia respondiera a sus palabras.
La guerra no había terminado… pero algo había cambiado para siempre.
El Juramento del Sabio estaba sellado.
Capítulo 18 — La Voz del Cielo
El eco de la muerte de Dumbledore se expandía como un susurro eterno entre las ruinas de Elyndor.
El cielo había perdido su azul y se teñía de un gris metálico, mientras el aire olía a ceniza, a magia vieja, a despedida.
Frank permanecía de pie frente al punto donde el anciano había caído, con la varita aún vibrando entre sus dedos. Su respiración era entrecortada, pero sus ojos… sus ojos ardían con la misma determinación que había visto en Dumbledore antes del sacrificio.
Naomi se acercó, con el rostro cubierto de hollín y lágrimas.
—Papá… el Velo está inestable —dijo con la voz temblorosa—. Está absorbiendo toda la energía de Elyndor.
En efecto, el Velo —esa grieta en el firmamento— se abría cada vez más, y de su interior emergían corrientes oscuras que giraban como tentáculos vivos. Desde lo alto, Kael Tharion observaba el caos con una sonrisa que no pertenecía a ningún ser mortal.
—El viejo se ha ido —tronó su voz, como si el aire mismo obedeciera sus palabras—. Ahora no queda nadie para detenerme.
Frank alzó la vista.
—Te equivocas, Kael —respondió con firmeza—. Aún queda una voz que puede detenerte.
Kael arqueó una ceja, intrigado.
—¿La tuya, humano? ¿O la de esa niña que apenas puede sostener su varita?
Naomi retrocedió un paso, pero Frank le tomó la mano.
—No la mía —susurró—. La nuestra.
Las campanas rotas del antiguo templo comenzaron a sonar solas, como si los fantasmas de Elyndor despertaran.
De entre las sombras, los miembros sobrevivientes de la Orden aparecieron: Brendy, Lucen, Aeryn, y decenas más, algunos heridos, todos cansados, pero aún con la chispa viva en sus ojos.
Frank subió a los restos de una escalinata y los miró con la fuerza de quien ya ha aceptado su destino.
—Dumbledore nos enseñó que la magia más poderosa no nace del miedo ni del poder —dijo, su voz resonando entre los escombros—. Nace de la unión. De creer que incluso en la oscuridad… aún hay luz.
Los presentes alzaron sus varitas, formando un círculo alrededor de él.
Naomi, en el centro, sostenía un pequeño cristal azul: la Reliquia de Elyndor, el último fragmento puro del Velo antes de su corrupción.
Frank levantó la Varita de Saúco hacia el cielo.
—El Vox Caeli no es un conjuro de destrucción —continuó—. Es un llamado. Una súplica a las fuerzas que existen más allá de la comprensión.
—¿Un llamado… a quién? —preguntó Brendy.
—A lo que queda de los cielos —respondió Frank—. Y a las almas que alguna vez creyeron en nosotros.
El suelo comenzó a temblar.
Desde el Velo, Kael observaba con impaciencia, extendiendo sus alas de fuego.
—¡Inútiles! ¡No hay voz que supere la mía! ¡Yo soy el eco de los dioses olvidados!
Pero su grito fue devorado por un estruendo de viento y luz.
Frank cerró los ojos.
Sintió la presencia de Dumbledore, no como un fantasma, sino como un susurro dentro de su alma.
“Frank… el cielo siempre escucha a quienes hablan con el corazón.”
Entonces, habló.
—¡Por Elyndor! ¡Por la humanidad! ¡Por todos los que ya no pueden alzar la voz!
Alzó la varita, y todos los demás lo imitaron.
Una ráfaga de magia pura estalló entre ellos, formando un anillo de energía que los unió como un solo ser.
El aire comenzó a vibrar con una melodía antigua, imposible de describir con palabras humanas.
Era la voz del cielo.
Frank abrió los labios, y pronunció las palabras prohibidas:
—Vox… Caeli…
Un trueno desgarró el horizonte.
Los miembros de la Orden lo repitieron al unísono, y cada sílaba hizo temblar los cimientos de la tierra.
—VOX CAELI!
El suelo se agrietó, la energía subió al cielo como una columna de fuego blanco.
Los rayos de luz salían de cada varita, entrelazándose sobre sus cabezas, creando una esfera de poder que latía con vida propia.
Kael dio un paso atrás, sorprendido.
—¿Qué… qué están haciendo?
El aire olía a ozono, a divinidad.
La oscuridad misma parecía retroceder, como si reconociera algo más antiguo, más puro.
Frank sentía su cuerpo arder, pero no de dolor. Era como si todas las almas de los caídos estuvieran con él, impulsándolo.
Dumbledore. Melany. Todos.
Naomi gritó:
—¡Padre, el Velo está reaccionando!
El cielo se abrió en un espiral gigantesco, dorado y blanco, mientras el Vox Caeli ascendía como una lanza de luz hacia la grieta.
El resplandor fue tan intenso que Kael cubrió su rostro con las alas, rugiendo de ira.
Frank miró a su hija y asintió.
—Es hora.
Y entonces, con la fuerza de todos, pronunció las últimas palabras:
—¡VOX CAELI, DESPIERTA!
La explosión de luz los envolvió por completo.
El viento los levantó del suelo, el cielo rugió y el Velo comenzó a retorcerse, respondiendo al llamado.
Con un silencio absoluto, solo el zumbido de la energía contenida, girando en el aire, presagiaba lo inevitable:
el choque que decidiría el destino de ambos mundos.
Capítulo 19 — El Último Amanecer
El cielo estalló.
No había horizonte, solo luz y oscuridad entrelazadas como dos mares colisionando. El Vox Caeli había sido invocado, y su fulgor descendía del firmamento como una tormenta divina. Frente a él, Kael’Tharion alzó su bastón negro, canalizando el poder del Velo corrupto.
Una ola de energía oscura chocó contra la columna de luz pura, y el mundo se quebró entre rugidos de poder. Las ruinas de Elyndor fueron lanzadas por los aires como hojas en un huracán, los edificios colapsaban, los cielos lloraban fuego.
Frank sintió el impacto recorrerle los huesos.
El suelo temblaba bajo sus pies mientras sostenía la Varita de Saúco, su brazo extendido, la magia ardiendo desde su pecho.
Naomi, Brendy y los demás miembros de la Orden mantenían el círculo mágico, las varitas unidas por hilos de energía que se entrelazaban como raíces de luz viva.
Kael rugió con furia.
—¡Insectos! ¡Nada detendrá el renacer del Velo!
Su cuerpo comenzó a crecer, envuelto en un fuego violeta. Alas de sombras se desplegaron, y su voz se multiplicó, resonando en la mente de todos.
Cada palabra suya era una maldición.
Cada gesto, una tormenta.
Naomi alzó su varita, sudor y lágrimas surcando su rostro.
—¡Papá, el Velo se está abriendo más! ¡Si lo atraviesa, el mundo caerá!
Frank apretó la mandíbula, sintiendo que su varita ardía.
—¡Entonces no lo dejaremos pasar!
El aire vibró con una sinfonía de hechizos.
Lucen conjuró un muro de escudos etéreos que desvió una ráfaga de fuego negro.
Brendy lanzó una cadena de relámpagos que impactó contra los seguidores de Kael, ahora transformados en criaturas sin rostro, envueltas en humo y ceniza.
El choque entre ambas fuerzas era apocalíptico.
Hechizos asesinos —Mors Umbrae, Tenebris Cruor, Excidium— cruzaban el aire como meteoros, estallando contra los escudos mágicos de la Orden.
La tierra se abría, devorando a los caídos; el cielo se partía en dos.
Kael levantó ambas manos y una esfera negra, tan densa que absorbía la luz, surgió sobre su cabeza.
—¡Este es el poder de los dioses antiguos! ¡Ustedes no son más que ceniza!
El orbe descendió, arrasando todo a su paso.
Frank sintió que el Vox Caeli temblaba.
Por un instante, creyó que la oscuridad los devoraría a todos.
Pero entonces, escuchó una voz dentro de sí.
Una voz serena.
Dumbledore.
“Frank, recuerda: el poder del cielo no destruye. Eleva.”
Frank abrió los ojos, y gritó:
—¡Todos conmigo! ¡Ahora! ¡Canalicen hacia el centro!
Naomi extendió su varita, Brendy hizo lo mismo, y los demás miembros de la Orden unieron su magia a la de Frank.
El círculo comenzó a brillar con una intensidad cegadora.
El Vox Caeli respondió.
El cielo se tornó blanco.
Rayos dorados descendieron en espiral, rodeando la energía oscura de Kael, presionándola, conteniéndola.
Las ruinas flotaban en el aire, y por un momento, el tiempo pareció detenerse.
Kael rugió con desesperación.
—¡No pueden contenerme! ¡Soy eterno! ¡Soy el eco de los caídos!
Frank lo miró, con el rostro bañado en sudor y lágrimas.
—Entonces escucha… cómo suena el amanecer.
El Vox Caeli se expandió.
La energía luminosa formó una figura gigantesca, etérea, que parecía un ser celestial hecho de pura luz.
De su pecho emanaba el mismo resplandor que había acompañado el sacrificio de Dumbledore.
Kael lanzó toda su fuerza en un último ataque, un rayo de sombra que atravesó el cielo.
Frank y los suyos lo enfrentaron, uniendo sus varitas, la energía de todos condensándose en un único punto brillante.
Y el mundo estalló.
El choque fue indescriptible.
Una ola de luz y oscuridad se expandió por kilómetros, borrando los límites de la realidad.
Los árboles, los edificios, el mismo aire se doblaron ante el poder desatado.
Los seguidores de Kael fueron reducidos a polvo.
Los escudos mágicos de la Orden se quebraron, y muchos cayeron de rodillas, pero nadie soltó su varita.
El suelo se convirtió en cristal, y el viento rugía como mil tormentas.
Kael gritó, su cuerpo desintegrándose bajo el peso del Vox Caeli.
Su forma comenzó a deshacerse en fragmentos de sombra que se retorcían, intentando escapar del resplandor.
Frank sintió que su alma ardía, pero no se detuvo.
Dumbledore, Melany, y todas las almas que alguna vez formaron parte de la Orden parecían estar con ellos, rodeándolos.
El cielo resonó con una voz que no era humana.
Un eco divino.
El Vox Caeli había despertado completamente.
Y en un estallido final, el poder de ambos chocó una última vez.
Silencio.
Solo quedaban brasas flotando en el aire, como copos de ceniza iluminados por un amanecer que, al fin, asomaba.
El cuerpo de Kael había desaparecido.
El Velo… comenzaba a cerrarse.
Frank cayó de rodillas, respirando con dificultad.
Naomi corrió hacia él, lo abrazó con fuerza.
Ambos miraron al cielo: el sol nacía, teñido de dorado.
La guerra había terminado.
Pero el precio… aún dolía en sus corazones.
Capítulo 20 — Las Cenizas del Amanecer
El viento soplaba entre los restos del campo de batalla, arrastrando polvo y pétalos dorados.
Donde antes hubo fuego y sombras, ahora reinaba el silencio. Un silencio denso, cargado de memoria.
Frank caminaba lentamente entre los escombros, la Varita de Saúco en su mano, aún emitiendo un leve brillo pálido. El aire olía a tierra húmeda y magia antigua. A su alrededor, los miembros supervivientes de la Orden de Elyn se movían despacio, ayudando a los heridos, recogiendo los cuerpos de los caídos, levantando estandartes rotos.
El cielo, teñido de un azul suave, anunciaba un nuevo día.
Un día que había costado demasiado.
Naomi observaba en silencio las ruinas de Elyndor, convertidas ahora en un mar de piedra y luz. Brendy estaba a su lado, con el rostro surcado de lágrimas, sosteniendo entre sus manos el colgante de Melany.
—Aún no puedo creerlo… —susurró Brendy—. Lo logramos… pero a qué precio.
Naomi le tomó la mano.
—Ella estaría orgullosa. Fue parte del cambio. Parte de la luz que venció.
Ambas se abrazaron, y el eco de su llanto se perdió entre las columnas caídas del antiguo consejo.
Horas después, en lo que quedaba del Gran Salón de la Orden, se celebró la ceremonia por los caídos.
Sobre largas mesas de piedra reposaban las varitas de aquellos que habían entregado su vida por la causa. Cada una brillaba con un resplandor distinto, como si su esencia aún quisiera permanecer un momento más entre los vivos.
Frank se adelantó hacia el centro, con la capa desgarrada, el rostro cansado pero sereno.
A su lado, Naomi sostenía la varita de Dumbledore.
El silencio era total.
—Hoy no lloramos solo por los que se fueron —dijo Frank, con voz profunda—.
Lloramos por lo que significaron.
Por cada hechizo lanzado no con odio, sino con esperanza.
Por cada sacrificio que nos recordó que el verdadero poder no está en la destrucción… sino en la unión.
Levantó su varita.
—El maestro Dumbledore nos enseñó que incluso en la oscuridad más profunda… una chispa basta para encender el amanecer.
Naomi lo miró con los ojos empañados y dio un paso al frente.
—Mi padre tiene razón —dijo, con un nudo en la garganta—. La Orden de Elyn no termina hoy.
No somos los guardianes del pasado. Somos los constructores del futuro.
Los miembros restantes alzaron sus varitas.
Un resplandor suave llenó el lugar.
Una sinfonía de luces elevándose hacia el cielo abierto, como si las almas caídas ascendieran con ellas.
Entre esas luces, Frank juró ver la silueta de Dumbledore, con su sonrisa serena y su mirada de sabiduría infinita.
“El conocimiento es un camino… no un destino, Frank.”
Pasaron los meses.
El mundo mágico y el mundo humano comenzaron a reconciliarse.
Elyndor fue reconstruida, no como fortaleza, sino como santuario. Un lugar donde la magia y la humanidad coexistían sin miedo.
La Orden de Elyn se transformó en una academia de defensa mágica, dirigida por Frank y Naomi.
Brendy se convirtió en instructora de jóvenes aurores, y su aula siempre llevaba un ramo de flores blancas en memoria de Melany.
Cada tarde, Frank y Naomi caminaban juntos por los jardines de Elyndor, donde crecían árboles plateados y flores que irradiaban una tenue luz.
A veces no hablaban. Solo caminaban.
Ambos sabían que, pese al dolor, habían ganado algo más grande que una guerra: habían encontrado su hogar.
Naomi se detuvo una tarde, observando el atardecer reflejado en el lago.
—¿Crees que el mundo ya está listo para vivir en paz?
Frank la miró, sonriendo con melancolía.
—El mundo nunca está listo, hija mía. Solo aprende… cuando alguien tiene el valor de enseñarle.
Ella sonrió.
—Entonces, sigamos enseñando.
Frank asintió, mirando el cielo teñido de dorado.
El viento soplaba entre los árboles, y por un instante, creyó escuchar la risa lejana de Dumbledore, mezclada con la voz de Melany, y los ecos de todos los que habían partido.
Y supo que no estaban solos.
Nunca lo estarían.
El sol descendió, y en su luz naciente se reflejaba un nuevo amanecer.
El amanecer de la paz.
Epílogo — Bajo el Árbol de Luz
Han pasado diez años desde la Gran Guerra.
Elyndor ya no es una fortaleza ni un campo de batalla, sino una ciudad viva, bañada por ríos de energía mágica y árboles luminosos que crecen en los jardines donde alguna vez ardió el fuego.
Los niños corren entre las plazas, practicando pequeños hechizos de luz bajo la guía de maestros sonrientes.
El aire está en calma.
El mundo, al fin, respira paz.
En el centro del santuario, un árbol inmenso se alza hacia el cielo. Sus hojas doradas desprenden una luz cálida, y en su corteza están grabados los nombres de todos los que dieron su vida por ese amanecer: Dumbledore, Melany, y tantos otros cuyos sacrificios fueron la raíz de esta nueva era.
A sus pies, Frank se sienta en silencio, con la Varita de Saúco reposando sobre sus rodillas.
Su rostro, marcado por el tiempo, aún conserva la serenidad de quien comprendió el verdadero sentido del poder: proteger, no dominar.
A lo lejos, una joven mujer se acerca.
Naomi.
Su túnica blanca ondea con el viento, y sus ojos reflejan el mismo brillo que tenían los de su madre —una mezcla de dulzura y fuego interior—.
—Siempre vienes aquí cuando anochece —dice ella, con una sonrisa melancólica.
Frank asiente.
—Aquí empezó todo… y aquí terminó.
Cada hoja de este árbol me recuerda a quienes ya no están.
Naomi se sienta junto a él.
—No se han ido, papá.
Solo… cambiaron de forma.
Ahora son parte de esto. —Extiende la mano hacia las ramas que brillan suavemente—.
Parte de la paz que tanto buscaron.
Frank sonríe, con la mirada perdida en el horizonte.
—Dumbledore solía decir que la verdadera magia no nace del poder… sino del amor.
Creo que ahora entiendo lo que quiso decir.
Un suave silencio los envuelve.
El viento mueve las hojas del árbol, y por un instante, ambos escuchan un susurro entre ellas.
Una voz familiar, profunda y amable:
“El conocimiento florece cuando los corazones están en paz.”
Frank cierra los ojos, respirando hondo.
—Gracias, viejo amigo… —murmura.
Naomi apoya la cabeza en su hombro.
Las sombras del atardecer se alargan, tiñendo el cielo de oro y carmesí.
Frente a ellos, decenas de jóvenes aprendices practican magia, riendo, sin miedo alguno.
El legado de la Orden de Elyn vive en cada uno de ellos.
Y en el centro del jardín, bajo el Árbol de Luz, brilla una placa grabada con las palabras que Dumbledore le dijo a Frank antes de su sacrificio:
“No es el poder el que define a un mago… sino su capacidad de renunciar a él por amor.”
Frank observa el mundo renacido y toma la mano de Naomi.
Ella lo mira y sonríe.
—¿Listo para volver a casa?
Él asiente, levantándose despacio.
—Sí. Por fin lo estoy.
Juntos caminan entre la luz del crepúsculo, dejando atrás el Árbol de Luz.
A su paso, el viento parece cantar.
Y en el susurro del aire, el mundo mágico celebra en silencio…
la historia de quienes lo salvaron.
La historia de un padre y una hija…
que vencieron al destino.
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